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Cultura

La hora de los patitos feos

Dos niños juegan sobre el asfalto en Madrid.
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"Si te gusta violar niños, vamos a por ti. No puedes esconderte más".

James Rhodes se mostraba exultante, sus declaraciones en Al rojo vivo el día en que se aprobó en el Congreso la Ley Orgánica de protección integral a la infancia y la adolescencia frente a la violencia reflejaban la satisfacción de quien, inopinadamente, se convirtió en principal inspiración de una norma que no por capricho es conocida como Ley Rhodes. Falta camino; de momento, que el texto sea refrendado en el Senado, pero él está contento: España "es un país mucho mejor ahora".

El pianista, la historia es conocida, sufrió abusos sexuales en su infancia. "Todavía me siento culpable gran parte del tiempo. No creo que esto desaparezca, si tienes suerte quizás con mucho tiempo y trabajo... pero estoy muy lejos de esto. Lo que he conseguido hacer, quizás no muy sano, es encontrar una forma de no pensar en ello mucho, de enterrar esos sentimientos", ha declarado. "Te conviertes en un cómplice del perpetrador. Ellos [los abusadores] fuerzan tu silencio y te dicen que no hables. Cuando estás rodeado de otra gente, tienes que hacer como si todo fuera normal".

Él tardo un cuarto de siglo en contarlo, y lo hizo en un libro, Instrumental, que su exmujer intentó censurar, temiendo que resultara insoportable para el hijo de ambos. El libro se publicó, se leyó, y para muchos, fue una revelación.

Los hijos de la explotación

La Organización Mundial de la salud define el maltrato infantil como los abusos y la desatención de que son objeto los menores de 18 años, e incluye todos los tipos de maltrato físico o psicológico, abuso sexual, desatención, negligencia y explotación comercial o de otro tipo que causen o puedan causar un daño a la salud, desarrollo o dignidad del niño, o poner en peligro su supervivencia, en el contexto de una relación de responsabilidad, confianza o poder. Como escribió Lloyd deMause, "la historia de la niñez es una pesadilla de la que solo recientemente hemos empezado a despertar".

Algunos de esos maltratos tienen larga tradición literaria. La explotación laboral, por ejemplo: El lazarillo de Tormes o casi cualquier obra firmada por Charles Dickens nos permiten saber más de esa lacra que cientos de tratados históricos y económicos repletos de datos. El caso de Dickens es paradigmático, porque su defensa de los niños y la denuncia de la explotación infantil tienen unas raíces muy personales.

Hijo de una familia encabezada por un padre jugador que acabó en la cárcel, el Charles de 12 años tuvo que ponerse a trabajar en una fábrica de betún infestada de ratas, durante jornadas interminables y a cambio de un salario de miseria. El episodio, según sus biógrafos Edmund Wilson (Dickens. The Two Scrooge) y Peter Ackroyd (Dickens. El observador solitario), le marcó de por vida. Ya célebre, casado y padre de diez hijos, escribió a su amigo John Forster: "Todo mi ser se sentía tan imbuido de pesar y humillación al pensar en lo que había perdido [trabajando en su infancia] que incluso ahora, famoso, satisfecho y contento, en mis ensoñaciones, cuando rememoro con tristeza aquella época de mi vida, muchas veces me olvido de que tengo una mujer y unos hijos, incluso de que soy un hombre".

De la utilización de los más pequeños en la minería dan cuenta obras como Qué verde era mi valle, de Richard Llewellyn, que transcurre en Gales, y El corazón de la tierra, Juan Cobos Wilkins, que lo hace en Huelva, ambas llevadas al cine. A veces, la explotación por razones económicas tiene motivos políticos. "No habría podido escribir la novela sin su tenebrosa revelación de que en la España de la posguerra, los hijos de los presos —las niñas de Zabalbide al menos— estaban sometidos a un régimen de trabajos forzados para redimir las penas de sus padres, el pecado original de ser hijos de rojos", asegura Almudena Grandes en una nota al final de Las tres bodas de Manolita, donde narra uno de tantos episodios tenebrosos sufridos por los más pequeños en instituciones pensadas para protegerlos.

La literatura ha afrontado, recogido y denunciado también el horror de las violaciones, muchas veces, en autobiografías noveladas o no que desvelan lo sufrido por quienes las firman. En InfoLibre ya nos hemos ocupado del tema, con mención destacada de los testimonios de dos escritoras que fueron víctimas de abusos sexuales: Maya Angelou, que lo cuenta en Yo sé por qué canta un pájaro enjaulado, y Mary Karr, que hace lo propio en La flor.

En Abuso sexual en la infancia: víctimas y agresores, Enrique Echeburúa y Cristina Guerricaechevavarria recuerdan que esa plaga es un problema universal, que azota a culturas y sociedades bien distintas, también distantes, y que constituye un fenómeno poliédrico en el que hay elementos individuales, familiares y sociales. Entre tantas facetas y factores, una certeza: el abuso, sea del tipo que sea, interfiere negativamente en el desarrollo evolutivo del niño. Sostienen que las secuelas del abuso sexual son similares a las de otro tipo de victimizaciones: el único síntoma que diferencia a los niños abusados sexualmente es una conducta sexual inapropiada.

"Hablar del abuso sexual a menores implica poner en cuestión todas las ideas que tradicionalmente se nos han inculcado sobre la familia", declaró María Reimóndez, autora de La duda. "Es un tema que destapa las bases de muchas violencias y que saca a la luz cómo se construye la sexualidad masculina hegemónica como una sexualidad que yo denomino depredadora, que se siente legitimada para usar los cuerpos de las niñas, niños y mujeres para satisfacerse. Es un mensaje que está en nuestra vida diaria a todas horas, pero nos cuesta verlo".

¿Cómo prevenir o curar esta ceguera? Preguntamos a Luisa Fernanda Yágüez Ariza, psicóloga clínica, por la utilidad de la ficción para alertar a los niños, incluso a los padres, de lo anormal de determinadas situaciones. "Utilizar las metáforas y el lenguaje simbólico facilita los procesos de identificación, por ello nos conmovemos al ver una película, nos identificamos con determinados personajes, etc… por ello las historias, los relatos y la ficción en general, son una herramienta valiosa y muy útil para hacer prevención y educar".

Yagüez es autora de Ojos verdes, la historia (dirigida a lectores de entre 6 y 12 años) de un niño y su vecino adulto que mantienen una amistad secreta. "Después de trabajar tratando personas que han sufrido diversas formas de violencia, para mí, como psicóloga clínica, es fundamental crear herramientas para la educación y prevención. Escribí este cuento inspirándome en algunas de esas personas que he tratado y gracias a la invitación de la CEAPA. En él, reflejo el mundo interno, la soledad, la confusión, los miedos y finalmente las decisiones del personaje principal. También he incluido una breve guía para padres y educadores".

De lo que se colige que los libros son una herramienta de trabajo útil. "En la psicoterapia con niños, adolescentes y adultos utilizo estas herramientas, también además de los cuentos, la terapia narrativa sirve para acercarles a su mundo interior, a la elaboración de emociones, especialmente las derivadas de experiencias traumáticas. En principio, nos cuesta menos ver nuestro dolor proyectado en otras figuras con las que luego nos identificamos para poder nombrar y luego abordar aquello que nos desborda. También son muy importantes para educar y hacer prevención. Tal como se puede ver en el cuento que he escrito".

Los patitos feos

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Así tituló Boris Cyrulnik un libro cuyo subtítulo, "la resiliencia: una infancia infeliz no determina la vida", daba una pista sobre las teorías del autor. Resiliencia es, decía Cyrulnik, el arte de navegar en los torrentes; también la vuelta a la vida tras un trauma psicológico. La resiliencia, sostiene, ayuda a vencer prejuicios.

¿Contra qué prejuicios lucha?, le preguntaron en una entrevista. "Contra el determinismo biológico o sociológicos únicos: 'Ha sido maltratado, será un maltratador'. Si se le abandona, puede que repita ese comportamiento en un 30 % de los casos. Si se abandona a esos niños, hay una maldición. Si se les apoya, no."

Escribir puede ser una manera de apoyar; leer, una manera de recibir apoyo. No es suficiente, nunca lo es, pero sí es importante para crear conciencia de lo que sucede y ofrecer vías de escape y denuncia.

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