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Humor al cubo

Luis Piedrahita: "Recibo un sueldo por hacer algo que haría gratis (que no se enteren mis jefes)"

Luis Piedrahita nos invitó a conversar con él a su estudio en Madrid, después de grabar en la Cadena SER. Aún venía con la frescura y espontaneidad que te da el directo. Si algo pudimos observar en él, es una capacidad innata de verle la comicidad a cosas aparentemente insignificantes, o incluso desgracias.

¿Hubo algún momento de tu vida que te llevara a ser cómico?

Yo me di cuenta de que no podía ser otra cosa que cómico a los 14 años, más o menos. Estaba ensayando unos juegos de magia, y mi madre me estaba cortando un poquito de jamón en la cocina. Cuando ya casi tenía el juego preparado le digo a mi madre: “mamá, ven a ver el juego que lo tengo listo”. Ella me dice: “no, no. Ven tú a la cocina, que me he cortado”.

Resulta que en esa época yo no quería ser cómico bajo ningún concepto, y la magia era una afición, como otra cualquiera. Entonces, lo que sí quería ser yo, mi objetivo en la vida, mi deseo, mi vocación era ser médico. Eso es lo que yo quería ser. Entonces, cuando mi madre me dijo “me he cortado el dedo”, yo lo dejé todo y fui a socorrerla. Me encontré a mi madre metiendo la mano en agua tibia para cortar la hemorragia. Yo la veo y digo: “no, no, a ver, mamá. El agua, caliente no, tiene que ser agua fría. Y, por favor, eleva la mano, por encima del corazón para que se corte la hemorragia”. La socorro allí un poco, soluciono el asunto, le levanto el brazo… y, en ese momento, me pongo blanco como la miga de pan y me caigo redondo. Claro, yo no sabía que me desmayaba al ver la sangre. ¿Cómo iba yo a querer ser médico si me desmayo al ver la sangre?

Menudo panorama. El aspirante a médico tirado por los suelos y su paciente con una mano ensangrentada en alto…

No, no llegué a caerme al suelo. La situación fue todavía mejor. En ese momento, mi madre, con una mano elevada para no seguir sangrando, ve que su hijo se desmaya y no le queda otra que agarrarme con su otra mano. Con su hijo desmayado, mi madre no podía hacer nada. Entonces se le ocurre una idea genial: engancharme de los dientes a uno de los pomos del armario que hay encima del fregadero.

El humorista Luis Piedrahita.

Entra mi hermana en la cocina, ve la situación porque oía gritos, y dice: “veo que estáis de broma, me voy”, y se va muriéndose de risa. Entra mi padre y me encuentra a mí enganchado por los dientecillos en el pomo, y a mi madre sangrando. Ella me descuelga, y yo, medio desmayado, le digo a mi padre: “papá, hay que llevar a mamá al hospital a que le den puntos en la mano, que se ha cortado”. Él escucha y dice: “yo no puedo, que estoy descalzo”.

¿Y a qué conclusión te llevó aquella experiencia?

La sensación de surrealismo, de ilusiones truncadas, de “ya no voy a poder ser médico”, y descubrir una desmayabilidad con la que yo no contaba me hicieron pensar que yo solo podía ser cómico. Que soy un imán para el patetismo y que la desmayabilidad es una virtud que da mucho más siendo cómico que siendo médico.

Podríamos decir que descubriste que la comedia te salvó la vida.

Salvarme la vida… no siempre. Recuerdo una vez que estuve muy cerca de la muerte a causa de la risa. Corrían los años 90. Yo estudiaba en Pamplona, y me iba a vivir con unos compañeros de piso, por primera vez, a los que no conocía de nada. Tenía el miedo de no saber cómo eran estos nuevos compañeros. ¿Serán buena gente? ¿Qué aficiones tendrán? ¿Serán caníbales? No sabes cómo van a ser. Yo tenía miedo.

Los primeros días, organizando la logística del apartamento, a mí se me ocurre proponer que será más barato hacer la compra yéndonos a un supermercado del extrarradio. Cerquita, no. Irnos a uno lejos. Entonces cogemos el autobús, nos vamos a una de estas grandes superficies -claro, éramos estudiantes y no teníamos un duro-. Nos volvimos locos: nos gastamos nuestra asignación en una compra pantagruélica. Llenamos dos carritos con tabletas de chocolate del tamaño de un teclado de ordenador, barriles de mayonesa gigantescos, odres de vino… Todo cantidades industriales. Salimos tan contentos con nuestros carritos, y cuando estamos fuera… nos damos cuenta de que no tenemos cómo volver. Hemos venido a cuatro kilómetros de la ciudad y no podemos volver. No podíamos hacer autostop, porque nadie iba a poder con todo. No podíamos meter tales cantidades de comida en bolsas. Habíamos hecho una compra pensada, evidentemente, para alguien que tuviera coche. O quizá camión.

Y decías que la genial idea de ir allí fue tuya, ¿no?

Efectivamente. En ese momento yo me dije: “estos chicos han descubierto ya que soy gilipollas, y además soy un peligro para ellos. Me van a echar una bronca, me van a reñir”. Uno de ellos era Rodrigo Sopeña, que fue guionista de El Club de la Comedia en sus orígenes. Allí fue donde lo conocí yo, en la Universidad de Navarra. El otro compañero era Borja Echevarría, que también es un guionista muy bueno. Y allí, fuera de aquel supermercado, donde yo esperaba una bronca de ellos, dice Rodrigo Sopeña: “¡pues va a haber que empezar a comerse todo esto ahora mismo!”.

Me dio un ataque de risa, por relajarme, por la tensión que tenía dentro del cuerpo, por darme cuenta de que aquellos dos tipos entendían la vida como yo -que la idea es convertir el drama en comedia. El humorista ha de comer caca y excretar una flor. Convertir la tragedia en algo bello-. En aquella situación tan complicada, en la que cualquier persona se enfadaría muchísimo, cuando Rodrigo dijo aquello a mí me dio un ataque de risa, tan grande que me agarré al carrito y me caí. Se me vino encima esa montaña de comida. Lo volvimos a meter todo en el carrito y volvimos a Pamplona andando por la autopista, el equivalente a ir caminando por la M-30 con dos carritos llenos de comida. Pasamos muchísima risa, estuve muy cerca de la muerte y recibí una lección de vida.

Parece que eres un especialista en verle el lado cómico a situaciones en las que todos lo pasaríamos mal.

Bueno, a veces la comedia te viene de forma directa. Una situación casi surrealista, que me sucedió además hace poco con el último show, con Es mi palabra contra la mía fue que una señora dio a luz en el teatro.

Nosotros, los cómicos, cuando estamos en el escenario, estamos muy atentos a lo que sucede en el patio de butacas por si a lo mejor es un regalo que podemos aprovechar e incorporarlo en el show. Muchas veces hay gente que se ríe de forma peculiar. Hay gente que se ríe para dentro, que dices: “este señor, como siga riéndose para dentro, se va a inflar, y va a acabar explotando”. Hubo un tipo que se reía exactamente igual que como suenan los semáforos de la Gran Vía. Yo estaba muy despistado, y cada vez que refería a su conducta, él se reía más. Le dije: “señor, me parece genial que usted se ría como el semáforo, pero se lo pido por favor: tenga cuidado. No sea que esté un día en ese cruce, le entre la risa, cruce un ciego y lo vayan a atropellar”.

Siempre hay gente que se ríe de modo peculiar en los espectáculos. Yo había visto entrar a aquella señora muy embarazada al inicio del show. En mitad del espectáculo empecé a escuchar lo que yo creía que era una risa peculiar, una especie de alaridos, grititos. Yo dije: “¡Bueno, señora, se está usted riendo muy extraño!” y de repente alguien dijo: “¡Es que está dando a luz!”. Hubo una carcajada brutal porque nadie se lo esperaba. A lo que yo le dije: “Pues señora, si usted necesita abandonar el teatro, no hay ningún problema. Pero me da usted la enorme satisfacción de que, aunque en mi espectáculo muchas veces la gente se muere de risa, ésta es la primera vez que nace una persona de risa”.

Desde luego, lo que no te pase a ti… ¿Seguro que no hay un guionista detrás de tu vida, como en El Show de Truman?El Show de Truman

Bueno, a veces sí que hay cosas que creo que están medianamente organizadas. Una de las situaciones más chocantes por impactante e inesperada que yo viví en el mundo de la comedia fue allá por el año 99-2000. Recién llegaba yo a Madrid y era contratado como guionista en El Club de la Comedia. Los guionistas íbamos al teatro a ver cómo los grandes artistas, a los que admirábamos tantísimo, representaban aquellos textos encima del escenario. Recuerdo con placer casi turbador, con una emoción admiración tremenda, el día que venía Enrique San Francisco, -al que yo admiraba tanto de películas como Amanece que no es poco, todas las sagas de películas surrealistas de José Luis Cuerda- un actor de comedia de toda la vida, al que tenía muchísimas ganas de conocer.

Tuve la suerte de conocerlo, aunque no fue como yo lo hubiera imaginado en un principio. En cuanto estuve frente a él y fui a extenderle mi mano para saludarle, él, antes de decir “hola” ni nada, se sacó la chorra. Así, sin ir más lejos, de golpe. Es una chorra que obliga a comentarios. Es decir, no pasa desapercibida, tiene cuerpo, presencia, volumen. Es normal que la saque, porque es para estar orgulloso. Yo me la imaginaba calentita. Estaba muy bloqueado, muy asustado viendo aquel ídolo con su chorra en la mano diciendo: “hola, Piedrahita, ¿qué tal?”. Me quedé muy asustado, con los ojitos como un ciervo cuando le dan las largas.

Ese fue mi primer encuentro con Enrique San Francisco, al que al que tengo muchísimo cariño. Ya te digo, creo que era una especie de broma recurrente que él hace cuando ve a cervatillos asustados. Seguimos charlando, después de que se la guardara. Es un es un tipo excepcional y sigue siendo uno de los actores de comedia a los que yo más admiro.

¿Y es normal que tengáis tanto cachondeo entre los humoristas?

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Por lo general hay dos tipos de humoristas: unos son los profesionales, los que ganan dinero haciendo comedia, y luego están aquellas personas que llevan en sus genes una tendencia irrefrenable al absurdo y a divertirse con los amigos, independientemente de que vivan de ello o no. Eso es llevar el humor en la sangre. Creo que tengo la suerte de ser las dos cosas: yo disfruto muchísimo con el humor.

¿Y qué es para ti el humor?

Lo veo como una manera de entender y explicar la vida, casi como una suerte que me ha tocado vivir, ya que recibo un sueldo por hacer algo que gustosamente haría gratis –que no se enteren mis jefes de esto–. Pero es una tendencia irrefrenable, es una manera de ver la vida casi nihilista: intentando ver lo miserable que es el lugar que ocupamos en el universo, dándote cuenta de que nada es tan importante como te han hecho creer. Que todo es muy absurdo, muy ridículo, y por lo tanto muy divertido. Creo que veo la vida de esa manera, entiendo el humor como algo que tiene que estar más cercano a la poesía que a la batalla, algo más constructivo que destructivo, algo más algo más cercano al amor que al odio. Humor y amor, se parecen tanto esas dos palabras, entendidas siempre como un arma de construcción masiva. Así es como veo yo el humor y me siento afortunado de poder dedicarme a eso profesionalmente.

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