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Se multiplican las agresiones políticas en Brasil en vísperas de la segunda vuelta electoral

Jair Bolsonaro durante su visita a la Arquidiócesis de Río de Janeiro antes de la segunda vuelta por las elecciones presidenciales en Brasil del 28 de octubre.

Moa do Katendê hablaba tranquilamente con su hermano y un primo en un pequeño bar del centro de Salvador de Bahía. Ese domingo, el ambiente es un poco menos relajado de lo habitual. Jair Bolsonaro a punto ha estado de resultar elegido en la primera vuelta de las elecciones presidenciales. Maestro de capoeira y activista involucrado en el movimiento negro, el hombre, de 60 años, no es realmente el prototipo de votante de la extrema derecha.

De repente, un peluquero de 36 años, ferviente admirador de Bolsonaro, se suma a la conversación. Exaltado, no tarda en enfadarse con los tres hombres que defendían la candidatura de Fernando Haddad, antes de marcharse. Cinco minutos más tarde, el peluquero vuelve armado con un cuchillo y ataca a Moa de Katendê, que se desmayó sin siquiera ver a su atacante. Las 12 puñaladas en la espalda fueron mortales, su hermano también resultó herido.

Los ataques por motivos políticos se han multiplicado en una campaña extremadamente polarizada. En teoría, son las elecciones locales las que se ven empañadas por la violencia en Brasil. Los intereses de los pequeños barones políticos, incluso de las mafias poderosas, presionan para ajustar cuentas. Pero este año, incluso antes del inicio oficial de la campaña, el asesinato de Marielle Franco era el anuncio de lo que iba a devenir un clima mortífero.

La caravana de Lula resultó alcanzada por varias balas sin causar víctimas. En septiembre, era el candidato de extrema derecha quien sufrió un ataque con cuchillo de una persona desequilibrada. La situación se ha deteriorado aún más: desde la primera vuelta, el 7 de octubre, se han registrado 104 ataques en el mapa de violencia electoral, un 85% de los cuales fueron perpetrados por partidarios de Bolsonaro.

“Bolsonaro estimula esta violencia con su discurso radical”, dice Marcos Álvarez, sociólogo de la Universidad de São Paulo (USP). La transición de la retórica a la acción no es simple ni automática, pero es más probable que ocurra en determinados contextos. Bolsonaro no puede limpiar su nombre. “Su reacción después del asesinato del maestro de la capoeira fue muy blanda. Después de lamentar un exceso, añadió que no había “nada que pudiera hacer al respecto”. En Twitter, volvía a abordar el tema; hacía un llamamiento a quienes cometen actos violentos a “no votar por él”, antes de añadir que había un movimiento que intentaba atribuir estos ataques a sus partidarios.

 

Para el investigador, esta dificultad para posicionarse claramente en contra del uso de la violencia está ligada a su campaña, basada precisamente en este discurso violento: “Así es como se construyó y ganó votos”. A diferencia de otros líderes de extrema derecha, Bolsonaro no tiene una ideología clara. Se aprovecha de un movimiento de rechazo de la política tradicional de una gran parte de la población que considera legítima la violencia.

Su discurso simplista y autoritario es más fácilmente aceptable en una sociedad ultraviolenta. Jair Bolsonaro atrajo primero a sus electores defendiendo las ejecuciones extrajudiciales. Y no es casualidad que su gesto favorito en los mítines sea imitar el manejo de un arma de fuego. Tras su ataque, su primera foto publicada lo mostraba en la cama de hospital, haciendo este gesto. Pocos días antes, había pedido el “ametrallamiento de militantes del PT”, el partido de Lula, para ello había cogido un trípode de cámara como ametralladora en un mitin en el norte del país.

A veces directo y radical, a veces en el tono de un “humor” considerado “políticamente incorrecto”, su discurso agresivo ha encontrado poco a poco su camino en el espacio público. En una entrevista publicada en la edición brasileña del diario El País, el filósofo Vladimir Safatle recuerda, citando a Adorno, cómo se logró la adhesión al fascismo en Europa porque “nadie creía en lo que se decía. La ironía sirve para asumir una ética de la convicción que es difícil de soportar en primer grado”.

Para los más radicales, el discurso no sólo es aceptado, sino que se pone en práctica. El discurso homófobo del candidato pone a las personas LGBT en primera línea. Simpatizantes del candidato de extrema derecha transexual, excantante de una banda de funk, fue agredido con barras de hierro en los suburbios de Río. En el centro de São Paulo, un travestido resultó asesinado por un grupo al grito de “¡con Bolsonaro, la caza de maricones será libre!”.

Jair Bolsonaro no ataca a los oponentes políticos, sino a los “enemigos internos” que deben ser combatidos e incluso exterminados. El PT, acusado de ser comunista, es considerado responsable único del colapso de los valores morales, la corrupción, el crimen, la pedofilia y amenazaría la democracia. Una lógica fascinante basada en su extraordinaria red de comunicación desarrollada a través del sistema de mensajería telefónica de WhatsApp, donde ha estado difundiendo muchas mentiras durante varios años.

Activistas sin tierra, en el punto de mira de Bolsonaro

El proceso se centró primero en internet, especialmente contra los periodistas. Sin embargo, la prensa nacional ni siquiera lo presenta como un extremista de extrema derecha y se limita a calificar sus declaraciones violentas de “polémicas”. Pero no se aceptaron las críticas y algunos tomaron medidas: el domingo de la primera vuelta, en Recife (noreste del país), una periodista que llevaba su acreditación de prensa fue atacada por dos hombres, uno de los cuales llevaba una camiseta a mayor gloria de Bolsonaro.

“Cuando el comandante resulte elegido, vosotros, los de la prensa, vais a morir todos”, le espetaron antes de pelearse por saber si era mejor violarla o apuñalarla. Huyeron cuando un coche hizo sonar el klaxon. Desde principios de año, 62 periodistas han sido agredidos físicamente en este contexto electoral.

El odio se ha convertido en algo común y alimenta su campaña. Bolsonaro no es el único responsable, sino que fue el que mejor ha sabido aprovecharlo. Con las elecciones de 2014, el país se polarizó y la situación empeoró hasta el impeachment de 2016 contra Dilma Rousseff, ese momento clave en el que Bolsonaro se posicionó a favor de la destitución.

Casi todo su programa actual de gobierno se basa en la justificación de su voto contra Dilma ese día: apología del Ejército, la dictadura y su principal verdugo, el mismo que torturó a Dilma Rousseff. Una supuesta amenaza comunista representada por el PT que atacaría a la familia tradicional y a los niños. Y el homenaje al Ejército del duque de Caxias, conocido por haber aplastado en el siglo XIX, una revuelta de negros e indígenas que hoy pertenecen a minorías que, según él, deben “adaptarse a la mayoría o desaparecer”.

Con el declive gradual de la derecha clásica, Bolsonaro ha podido ocupar el espacio. Para Marcos Napolitano, de la USP, quienes no sufrieron bajo la dictadura han desarrollado “una memoria subterránea, privada e idealizada a través de una fantasía de crecimiento económico y seguridad pública que justifica la censura, la tortura o el asesinato de opositores”. La democracia no ha podido hacer frente a este pasado y este recuerdo de la dictadura ha resurgido finalmente en la arena pública como resultado de la crisis económica y política.

La mayor parte de los 27 años de gobierno del  diputado Bolsonaro se dedicaron a defender la dictadura que habría salvado al país del comunismo. El miedo al rojo, que parece anacrónico, está muy extendidorojo en una parte de la población “desinformada por años de propaganda bajo la dictadura y una prensa ultraconservadora que ha seguido asociando a toda la izquierda con el comunismo”, dice Marcos Napolitano. Bolsonaro y sus partidarios van más allá: el Papa, la ONU, el Ku Klux Klan o el historiador Francis Fukuyama han sido descritos como comunistas en los últimos días.

“Si Bolsonaro pierde, existe el riesgo de violencia debido a su denuncia sistemática de presuntos fraudes en el proceso electoral”, dice Marcos Álvarez. “Si gana, aunque respete el juego democrático, la violencia puede aumentar contra ciertas poblaciones. Especialmente en el caso de una victoria clara”. Primero en las favelas, donde la policía debería aumentar las operaciones violentas sin temor a ser condenada, ya de por sí muy rara vez, en caso de abuso.

En el medio rural también se espera que los activistas se enfrenten a la violencia renovada de los grandes terratenientes o grilheiros, ladrones de tierras públicas. Recientemente Bolsonaro ha declarado que pondría fin a “todas las formas de activismo” y que los miembros del MST (Movimiento Sin Tierra) deberían ser “recibidos con disparos”.

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  Traducción: Mariola Moreno

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