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Guerra comercial: Trump echa un órdago al gigante chino

El presidente estadounidense, Donald Trump, ofrece una rueda de prensa, este jueves en la Casa Blanca, donde ha reprochado a China haber querido "renegociar" el acuerdo comercial.

Martine Orange (Mediapart)

Las negociaciones entre las delegaciones china y americana sobre el futuro de las relaciones comerciales de los dos países estaban aún en marcha cuando Donald Trump ha dado a conocer su nuevo ultimátum a Pekín el pasado viernes 10 de mayo: China tiene un mes para cerrar un acuerdo comercial con los Estados Unidos o se expondrá a nuevas tasas sobre las exportaciones con destino a este país, según anunció Robert Lighthizer, representante de comercio de la administración Trump.

Esta nueva amenaza aparece cuando las negociaciones comerciales entre Pekín y Washington han terminado sin resultados. La administración americana acusa al Gobierno chino de querer volver a abordar algunos de los compromisos ya cerrados, entre ellos el respeto a la propiedad intelectual, el fin de las subvenciones a empresas estatales y la apertura del mercado chino. Pekín lo desmiente. Para el Gobierno chino, no puede haber un acuerdo si al mismo tiempo no son levantadas las tarifas aduaneras impuestas por los Estados Unidos.

Aunque los dos partes aseguran que las negociaciones no están rotas, este último episodio ilustra la escalada de tensiones entre Washington y Pekín desde hace una semana. Hace todavía algún tiempo, todos los observadores estaban convencidos de que las relaciones entre los Estados Unidos y China, en carne viva después de la ofensiva de Donald Trump en septiembre pasado, estaban a punto de normalizarse. Algunos incluso se agarraban a la esperanza de que se iba a restablecer el curso normal de las cosas y que el multilateralismo y la globalización sin cortapisas iban a resurgir.

Para sorpresa general, el presidente americano ha relanzado las hostilidades el 5 de mayo. En uno de sus tuits vengadores, anunciaba una subida de las tarifas aduaneras sobre las importaciones chinas al objeto de hacer ceder a los chinos, lo que provocó una caída espectacular de los mercados financieros. “120 palabras cuestan 1, 3 billones de dólares”, constataba la agencia Bloomberg. El Gobierno chino anunciaba por su parte, sin ser más explícito, que tomaría medidas de represalia si los Estados Unidos pasaban a la ofensiva.

La advertencia no ha causado efecto alguno. Mientras las negociaciones con los delegados chinos estaban en curso en Washington, la administración americana ponía en marcha, el viernes por la mañana, la amenaza de Donald Trump: las tarifas aduaneras sobre 200.000 millones de dólares de exportaciones chinas, instauradas en septiembre de 2018, aumentaron del 10 al 25%.

Según cálculos de la administración americana, las nuevas sanciones implantadas el viernes llevarían a tasar aún una más amplia gama de productos importados que representan un valor de 325.000 millones de dólares.

Tras esta nueva ofensiva, Donald Trump no paró en todo el día –con tuits, como de costumbre– de dar una de cal y otra de arena. Al mismo tiempo que se felicitaba por las nuevas subidas de las tarifas también lo hacía por las negociaciones “francas y constructivas” con China, asegurando que su relación con el presidente chino Xi Jinping seguía siendo “muy fuerte”, dando a entender que las negociaciones comerciales estaban en buena vía y que no había ninguna razón para precipitarse. Tranquilizados por las palabras presidenciales, los mercados financieros frenaron de golpe la caída y terminaron al alza, lo que sirvió para alimentar el ego sobredimensionado de un Donald Trump erigido en gran mago de las finanzas. Horas más tarde, la Casa Blanca lanzaba su ultimátum.

La reacción del vicepresidente chino Liu He, enviado por el Gobierno para negociar con Washington, dejó entrever la decepción de Pekín. Al mismo tiempo que afirmaba que las conversaciones con Washington no estaban rotas y que era inevitable que existan momentos de tensión, ponía en guardia a Donald Trump. “En interés del pueblo chino, en interés del pueblo americano y del resto del mundo, queremos llevar estas negociaciones racionalmente. Pero China no tiene miedo, ni mucho menos el pueblo chino. (…) China necesita un acuerdo cooperativo, construido sobre la legalidad y la dignidad”.

¿Negociar racionalmente? El consejo tiene todas las posibilidades de ser esquivado por Trump: ya está en campaña para su reelección. Lejos de preocuparle, las tensiones con China son para él uno de los mejores argumentos electorales, una ilustración perfecta de su Make America great again.

Hasta ahora, él tiene la impresión –y una gran parte de su electorado también– de que esta política es todo un éxito. Mientras la economía mundial, empezando por las de China y de Europa, es precaria, los Estados Unidos presentan un crecimiento de más del 3%. Según las estadísticas oficiales publicadas el 3 de mayo, la tasa de paro ha caído al 3,6%, el nivel más bajo desde hace 49 años. El número de puestos de trabajo creados pasa de 260.000 por mes y los salarios suben algo. Conviene no obstante relativizar estas cifras: la tasa de población activa es sólo del 63% contra el 67% entre 1990 y 2008, lo que indica que muchas personas han abandonado el mercado de trabajo por no encontrar un empleo. Una única verdadera sombra en el tablero: el déficit comercial americano, a pesar de las sanciones contra China, no para de agravarse. Pero de esto el Gobierno americano no dice nada.

Para la Casa Blanca, estas cifras demuestran que las sanciones americanas contra China producen frutos. La producción regresa a los Estados Unidos y el empleo vuelve a funcionar, asegura el presidente americano. “Las tarifas aduaneras van a hacernos más fuertes, no menos”, “las tasas sobre las importaciones chinas significan 100.000 millones de dólares más para las finanzas públicas americanas”, ha lanzado rápidamente Trump para presionar a los chinos a cerrar rápidamente un acuerdo, bajo pena de que le imponga condiciones más duras en su segundo mandato.

Siendo consciente de que su política tiene algunos perdedores, el presidente americano ha prometido ayudar a los agricultores americanos, en especial a los cerealistas y a los productores de soja, que se han visto afectados por la caída de sus ventas en China. Pekín suspendió las importaciones agrícolas procedentes de los Estados Unidos como represalia a la instauración de las primeras tarifas aduaneras en septiembre. Por otra parte, en las negociaciones con Jean-Claude Juncker el verano pasado, Trump había colocado en cabeza de sus reivindicaciones el aumento de compra por Europa de soja americana como condición para no aumentar las tarifas aduaneras sobre los automóviles europeos.

“No creemos que unas excesivas tarifas aduaneras, adoptadas unilateralmente, sea un buen planteamiento. Pedimos urgentemente al presidente que negocie soluciones a largo plazo con China, que reduzca tensiones y que suprima de inmediato las tarifas aduaneras”, ha declarado Kip Eideberg, vicepresidente de la asociación de industrias de equipo. Numerosos grupos están preocupados por el cuestionamiento de todo su entorno. Las organizaciones industriales, que han apostado por las deslocalizaciones desde hace 20 años, se encuentran pilladas a contrapié. Las cadenas de abastecimiento se ven ya debilitadas en sectores como el textil y el vestido. Si el Gobierno americano decide estrechar más el cerco aduanero, las importaciones de componentes electrónicos, material informático y comunicaciones pueden verse seriamente afectadas, lo que quieren evitar a toda costa las empresas de Silicon Valley, totalmente dependientes de las fabricaciones chinas.

“El alza sustancial de las tarifas aduaneras sobre las importaciones chinas son una amenaza para la economía americana. Los Estados Unidos se arriesgan a pagar un precio tan elevado como China”, previenen ya algunos economistas, quienes subrayan que el coste de algunas barreras aduaneras impuestas por Washington va a recaer con certeza sobre el conjunto de los americanos, contrariamente a lo que sostiene Trump, poniendo en riesgo la economía americana e incluso la economía mundial. Más recientemente, el FMI ha mostrado su preocupación por esta “guerra de broma” entre los Estados Unidos y China y por las amenazas que estos conflictos comerciales pueden suponer para el crecimiento mundial.

El viejo orden mundial se muere

Esta perspectiva no parece estar en medida de modificar la línea de Trump: está convencido de ser el mejor negociador del mundo y que la contundente actitud que ha adoptado es la solución correcta. Las tensiones mundiales que provoca han llevado a moverse a todo el mundo. Incluso la FED (la Reserva Federal) empieza a ceder.

Desde su llegada a la Casa Blanca, Donald Trump está en guerra abierta con el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, que él mismo ha nombrado. El presidente americano cree que la política monetaria de la Reserva Federal es demasiado conservadora. En varias ocasiones ha colmado de insultos a su presidente por sus intentos de normalización de la política monetaria y de aumento de los tipos de referencia, amenazándole incluso con echarle. En diciembre, Jerome Powell tuvo que dar marcha atrás. Por miedo a desencadenar una crisis financiera mundial al dejar que continúe la caída de los mercados, se comprometió a no volver a subir las tasas como estaba previsto. En marzo, ha confirmado que no habría ninguna subida de tasas en 2019 y que la FED dejaría de acortar sus resultados en septiembre.

“Podría pasar algún tiempo antes de que las perspectivas en materia de empleo y de inflación aboguen claramente por un cambio de política”, había dicho entonces Jerome Powell, dejando constancia del fin de las restricciones monetarias emprendidas desde 2015. Pero Trump no quiere concederse ese respiro: desea un relanzamiento monetario inmediato que venga a apoyar a Wall Street –sobre todo a Wall Street– y a la economía. Asegurarse de poder disponer de grandes cantidades de dinero del Banco Central americano en caso de necesidad es para él un arma indispensable, ahora que entra en campaña. En este contexto, la subida de la tensión con China, que puede intranquilizar a los mercados financieros, es un baza más para doblegar a la Reserva Federal.

“Creer que Donald Trump va a someter a China aumentando las tarifas aduaneras es una ilusión”, escribe el editorialista de Bloomberg, Andrew Browne. “Los Estados Unidos no pueden vencer a China con el comercio. Las sanciones americanas no han logrado tumbar a Rusia ni a Cuba y no podrán por supuesto tumbar a China”, hace notar Huang Weiping, profesor de economía de la Universidad de Renmin, de Pekín.

Cogido por sorpresa por el nuevo giro americano, el Gobierno chino todavía no ha reaccionado oficialmente. Acaba de anunciar que si se toman nuevas sanciones aduaneras, adoptará “contramedidas”, sin ser más explícito. A los pocos minutos del anuncio americano, sin embargo, el yuan comenzó a caer frente al dólar en el mercado de divisas. ¿Simple reacción epidérmica o principio de respuesta de las autoridades chinas? Según algunos analistas, éstas podrían dejar caer totalmente su moneda para de esta forma eliminar el efecto de las sanciones aduaneras del 25% sobre sus exportaciones. El Gobierno chino nunca ha renunciado a utilizar su moneda como arma política.

[Este lunes China ha respondido a EEUU elevando los aranceles de un 10 al 25% a 5.140 productos estadounidenses por valor de 60.000 millones de dólares].

Al mismo tiempo, Pekín se dispone a abrir aún un poco más las válvulas monetarias. Ahora que el Gobierno chino se había propuesto regresar a una política monetaria más normal, tras haber vertido centenas de miles de millones para sostener su economía y la economía mundial después de la crisis de 2008, ha decidido replantearse de nuevo este proyecto para apoyar a su sector bancario cargado de deudas y enfrentarse a las sanciones americanas. Desde el verano de 2018, han aflorado de nuevo miles de millones en los circuitos económicos chinos, lo que ha permitido a China pasar los últimos meses sin demasiadas dificultades. En el primer trimestre, el crecimiento chino era del 6,4%, bastante más alto de lo esperado.

Al día siguiente del anuncio de Trump, el Banco Central Chino tomó nuevas medidas para levantar ciertas restricciones bancarias y facilitar la distribución de créditos. También se ha comprometido a dar apoyo al sector inmobiliario, amenazado por el estallido de una gigantesca burbuja. En otras palabras, Pekín se prepara para resistir el asalto y se está haciendo con municiones, por si acaso.

No obstante, oficialmente el gobierno chino espera aún llegar a un acuerdo con Washington. Rechazando toda vuelta atrás, las autoridades chinas dicen que es normal, en unas negociaciones, cambiar algunos puntos  y que siempre están abiertos a la negociación. Sin decirlo abiertamente, China ha tomado ya en cuenta ciertos reproches de países occidentales que la acusan –con razón– de no practicar “intercambios leales y equilibrados”. Desde hace algunos meses, el país ha abierto ampliamente sus puertas a los productos extranjeros y ha suprimido algunos derechos de aduana. Las sociedades extranjeras pueden ya poseer la mayoría del capital en una sociedad china.

Igualmente, el Gobierno chino ha tomado nota de las recriminaciones de los países socios de la Ruta de la Seda. En la última reunión, que reunió a varias decenas de países asociados a este proyecto chino, el presidente Xi Jinping se comprometió a no agobiar a sus socios con una montaña de deudas en proyectos que no benefician finalmente más que a intereses chinos y a recurrir a empresas y mano de obra local. Un gesto que permite a China ampliar su influencia mundial y a conseguir nuevos aliados, incluso en Europa.

“El punto final para las autoridades chinas es la opinión publica. El presidente Xi Jinping es poderoso pero no quiere dar armas a sus adversarios”, escribe The Economist. “La Casa Blanca debe reconocer que, aunque los negociadores chinos son sinceros, tienen a menudo las manos atadas por asuntos internos. La burocracia china puede ser inflexible y los responsables chinos son poderosos pero no omnipotentes”, añade Andrew Browne.

Las últimas medidas contras las exportaciones chinas a los Estados Unidos son vistas en China como una nueva agresión americana. Desde el refuerzo de las sanciones a Irán, uno de los proveedores de China, a las acusaciones para bloquear al fabricante chino de telecomunicaciones Huawei, pasando por las maniobras en el Mar de China, el gobierno chino denuncia cada vez con más fuerza las artimañas americanas, como gestos, según ellos, de una política de hostilidad respecto a Pekín. A Washington se le acusa de comportarse como el amo del mundo y de negarse a reconocer a China como potencia mundial.

Aunque el presidente chino, desde el cambio de la Constitución que refuerza su poder personal, ha optado por un discurso muy nacionalista, ningún observador concibe que pueda ceder a las órdenes americanas. Sería considerado como una abdicación.

El cara a cara instaurado por Donald Trump entre los Estados Unidos y China –con la notable ausencia de Europa, reducida al papel de espectadora en el mejor de los casos, o al de rehén en el peor– parece haber comenzado para durar y sin duda para empeorar. Todos los que contaban con que la Presidencia de Trump sería sólo un paréntesis y que el multilateralismo volvería con fuerza, se ven obligados a reconocer su error. Inexorablemente, el viejo orden mundial, surgido de la Segunda Guerra Mundial, se muere. ________________

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  Traducción de Miguel López.

Aquí puedes leer el texto original en francés:

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