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“Terminarán vengándose”: la sociedad afgana se encierra en sus casas

Combatientes talibanes en la parte trasera de un vehículo en Kabul.

Mathieu Magnaudeix (Mediapart)

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Sentado en su despacho, en el centro de la capital afgana, el hombre que tenemos al teléfono nos describe una ciudad extrañamente tranquila dos días después de la toma de Kabul. “No hay mucha actividad –nos dice por WhatsApp este martes 17 de agosto en mitad de la jornada. “En las calles no se ven trabajadores. La gente más educada se esconde prudentemente. Hay pocas mujeres”.

Los talibanes, nos cuenta, van de casa en casa buscando armas. Se pavonean por las calles y escenifican capturas de ciudadanos que son presentados como “saqueadores”. Sus coches van lanzando eslóganes supuestamente tranquilizadores.

Por el momento, los nuevos amos de Kabul van predicando aburridos mensajes de moderación contra los que les han combatido, prometiendo la “amnistía” a sus adversarios. Pero por todas partes han comenzado los ataques contra periodistas, empleados del gobierno o civiles, según el New York Times. En Jalalabad, en la frontera pakistaní, una manifestación anti talibán fue violentamente reprimida.

En Kabul, nuestro interlocutor, un símbolo de la lucha anticorrupción en Afganistán, no ha recibido aún la visita, pero esta figura pública, comprometida desde hace mucho tiempo con la democracia y contra el arcaísmo retrógrado de los talibanes, no se hace ninguna ilusión. Él y otros pronto serán el objetivo de los nuevos amos de Kabul.

Todavía no me han identificado, pero terminarán vengándose”, nos dice. “Para ellos, la sociedad civil es desobediente y van contra su visión religiosa. La meta de los talibanes es transformar la sociedad y la mentalidad. No han cambiado y no pueden cambiar. Van a perseguir a los defensores de derechos humanos, que consideran como opositores a su visión puramente religiosa”.

Sus colaboradores, en particular las mujeres, ya han sido amenazados antes. Ahora ellas están enclaustradas en sus casas, aterrorizadas. Este activista anticorrupción nos habla desde el anonimato. Si las amenazas se vuelven más directas, tal vez se vaya al exilio. “No estoy tan loco para morir. Pero si me voy, todo lo que he sembrado estará perdido. Por ahora me quedo y trabajo para mi país”.

Bajo vigilancia

Defensores de los derechos de las mujeres, activistas, militantes por la paz...la sociedad civil afgana, en plena ebullición desde hace dos décadas, ahora está callada: los teléfonos no responden y los correos siguen sin respuesta. Muchos activistas, algunos de ellos marcados desde hace mucho por los talibanes, ya no utilizan sus redes sociales.

Guissou Jahangiri, vicepresidenta de la Federación Internacional de Derechos Humanos (FIDH) y directora ejecutiva de la Fundación Armanshahr, sigue en contacto con muchos de ellos. “La sociedad civil afgana –nos dice– vive desde hace mucho tiempo una situación de guerra y de autocensura. Los talibanes han aumentado los asesinatos personalizados contra los defensores de los derechos humanos. Pero lo peor es que muchos prefieren callarse y no miran ya las redes sociales porque los talibanes les vigilan. Cuando pueden, procuran no dormir en sus casas”.

Nos llegan algunas voces de desesperación. La primera mujer elegida alcaldesa de una ciudad afgana, Zarifa Ghafari, de 29 años, cuyo padre fue asesinado por los talibanes en noviembre de 2020, ha dicho al diario INews que esperaba la muerte. “Ahora mismo estoy sentada con mi familia y mi marido. Vendrán a por gente como yo y me matarán. Yo no puedo dejar a mi familia. Y de todas formas ¿a dónde iría?” Su testimonio, raro y desesperado, ha sido retomado por todos los medios internacionales.

“Miles de afganos y afganas corren el riesgo de sufrir represalias de los talibanes -universitarios y periodistas, militantes de la sociedad civil y defensores de derechos humanos- y de encontrarse expuestos a un futuro de lo más incierto”, advierte Agnès Callamard, secretaria general de Amnistía International.

Mientras los gobernantes mundiales, comenzando por el presidente francés Emmanuel Macron, están preocupados por un nuevo flujo de migrantes, Amnistía defiende que se concedan visados y evacuaciones masivas. “Claro que muchos se plantean huir”, explica Guissou Jahangiri, de la FIDH, “¿pero huir a dónde? No hay visados y los consulados están cerrados”.

Para escapar de una venganza que se sabía segura, la periodista Humira Saqib, de 41 años, ha preferido salir de Kabul hace tres días, con destino a un país que no menciona para proteger a su familia y sus amigos. Casada por la fuerza siendo adolescente, como tantas muchachas afganas, Saqib, co-fundadora de la agencia Afghan Women News Agency, ahora es un símbolo del combate por la emancipación de las mujeres.

“La situación ya estaba degradada”, explica a Mediapart por videoconferencia desde su exilio. “Ha habido asesinatos y los blancos eran periodistas y activistas. Con la llegada al poder de los talibanes, todo es ahora incierto. En las regiones que controlan se ve que no han cambiado. En Herat han prohibido a las chicas estudiar y a los profesores trabajar. En Balkh han matado a una muchacha. En algunos lugares están pidiendo ya una listado de mujeres. Su objetivo es impedir que participen en la vida social: enterrarlas vivas.”

Saqib teme que haya represalias masivas contra la sociedad civil. “En Herat, los talibanes han marcado algunas casas. En Kabul han establecido listas de activistas con sus direcciones. Afganistán se va a convertir en un paraíso para los fundamentalistas. Las violencias sexuales de todo tipo se van a disparar. Este país se va a convertir en un lugar seguro para los terroristas, un gran problema para la región y para el resto del mundo.”

Mohammad Naeem Ayubzada también ha decidido irse. Habían puesto precio a su cabeza. Ayubzada, delegado de la sociedad civil afgana en la conferencia de paz de Ginebra en 2020, ha pasado por la televisión. Presidente de la fundación para unas elecciones transparentes en Afganistán (TEFA) y abogado demócrata, su odio por los talibanes no es un misterio. “Ya he recibido amenazas de su parte. El año pasado han asesinado a uno de mis colegas. En los últimos tiempos yo ya estaba preparando mi salida. Me escapé en el último minuto gracias a mucha gente que me ayudó”.

Espectador de una tragedia en marcha

Ayubzada ha llegado a Turquía. Colgado al teléfono, está preocupado por su familia y sus colegas. “Algunos han sido detenidos en la provincia de Balkh y no tengo noticias de ellos. En algunas ciudades los talibanes se han hecho con nuestro material. Al contrario de lo que dicen, van a empezar a vengarse una vez estén instalados en el gobierno”.

Mohammad Naeem Ayubzada empezó a militar en favor de la democracia en Afganistán hace veinte años, cuando el 11S y la intervención americana en Irak. “Yo era muy optimista, pero todo lo que hemos hecho durante dos décadas ahora se ha reducido a la nada”.

Desde su exilio turco ha escuchado a Emmanuel Macron preocuparse por el flujo de migrantes. “No me esperaba eso”, dice este enamorado de Francia. “Nosotros esperamos más. Pido humildemente a Francia y a la Unión Europea que ayude a los defensores de derechos humanos afganos. ¡Ayúdenles! Permítanles que salgan del país al menos por unos meses, el tiempo hasta que la situación se aclare. La Unión Europea no puede dejarnos solos, les necesitamos. ¡Ayúdennos! ¡Ayuden a nuestro país!”.

Mohammad Naeem Ayubzada nos confiesa por teléfono que se encuentra en estado de shock, como espectador de una tragedia en marcha. Sano y salvo pero destrozado. “De golpe he perdido mi familia y los valores en los que he creído durante veinte años de mi vida. Ya no sé qué hacer”.

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Traducción: Miguel López

Texto original en francés:

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