El rincón de los lectores

El culto, para los conventos

Felipe Benítez Reyes en 1998, cuando se publicó 'El novio del mundo'.

Antonio Lucas

Este texto fue leído con ocasión de la presentación de la reedición de El novio del mundo, de Felipe Benítez Reyes, el pasado enero en la librería Alberti de Madrid. Felipe Benítez Reyes

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Hace 20 años era 1998 y Felipe Benítez Reyes escribió un libro que no se acaba nunca. Lo tituló El novio del mundo y con él puso en órbita a un personaje tan hipnótico como agridulce, Walter Arias: algo más que una invención de escritor, algo más que una sombra particular de Felipe, algo más que un delirante que se echa a dormir en Ámsterdan y despierta en Melilla dentro de un camisón de mujer. Walter Arias es el espejo de un viaje infinito y, a la vez, la versión anómala del buen salvaje de Rousseau sometido al temblor zahorí de sus pulsiones priápicas. Pero su menaje de desvaríos, su esencia rocambolesca y su pirotecnia sexual tiene un contrapeso enemigo: Sigmund Freud y las teorías del psicoanálisis. Algo que no puede interrumpir la alta misión para la que fue comisionado Walter Arias en esta vida: follarse al mundo.

Este deseo radiante puede llevar a la locura por una acumulación de ambiciones anómalas o irremediablemente al fracaso por embolia. Sobre todo cuando una cabeza llena de vientos se echa a andar movida por una filosofía surrealizante que no tiene posibilidad de acople en la lógica. Walter Arias no es sólo un protagonista de novela, sino un desafío contradictorio arrojado a la cuadrícula de la realidad desde la piñata de la ficción. Walter es un sujeto hecho de retales de su propia memoria inexistente, pero también dibujado con la sospecha de que el sentido común está muy cerca del disparate. Sólo impulsado por una capacidad narrativa como la de Felipe Benítez Reyes, dotada de una combustión irónica que arde en todas direcciones, es posible armar esta biografía desabrochada en 600 páginas, en primera persona y a punto de zozobrar tantas veces que cuando se sale triunfal de la expedición sólo puede ser porque se ha logrado armar una obra inmensa. Así es El novio del mundo. Levantada con el pulso de una escritura que nunca apaga su luz de faro y sostenida por un juego de contrapesos entre la mordacidad y unas ráfagas de lirismo y de humor feroces. Esta novela confecciona una ideología (sí, lo de Walter Arias es ideología seminal) que a veces bordea el código penal con un desparpajo pícaro de playboy de playa rodeado de espetos. Esta novela está muy del lado de lo asombroso.

El novio del mundo es un artefacto tan inflamable y fueraborda que decir que se trata de una novela de culto es congestionar de esoterismos un libro preñado de gracia e inteligencia. El culto, para los conventos. El novio del mundo debería ser lectura obligatoria para los alevines de política y de periodismo, dos oficios donde la primera persona resulta incluso tan tronada como la de Walter Arias en la novela. Porque Walter Arias no es exactamente la feliz invención de un modelo bufo eficaz, sino algo más complejo: la certeza de que cada uno de nosotros somos mitad miseria y mitad maravilla. Eso es lo que hace también de este libro una de las más sugerentes propuestas de la narrativa hispánica de los últimos 30 años. No sólo despliega una serie de lances más o menos esquizos. No sólo espolvorea con inteligencia una ironía y cierta maldad que permite mirar al personaje principal con ternura a pesar de su condición abyecta. El novio del mundo es un desplante y la enorme diversión de escribir sufriendo a cada línea por no ser previsible, con unas herramientas que conviene medir para no parecer volatinero de más, ni arlequinesco. Este Walter Arias, novio de un mundo donde él no cabe, es un ser de fondo complejo en un libro de estructura rotunda. El fabuloso desfile de personajes subarrendados a su vida, de ciudades por las que pasa, de escenas en las que se va dibujando la historia de su fracaso sideral es fastuoso y da claves del linaje literario de Felipe Benítez Reyes: se trata de esos escritores necesarios (y escasos) que saben mirar a lo de afuera para conocerse algo mejor a sí mismos. Y, a la vez, reinventa el esperpento con un kikirikí sardónico y capturando de la vida sus mejores materiales de contrabando.

Esta es una obra de síntesis. Quiero decir, que es una pieza donde está desplegada la tumultuosa baraja del autor: poeta, novelista, ensayista, columnista, orfebre finísimo del relato breve... Felipe Benítez Reyes es uno de los creadores necesarios de las últimas décadas. Se trata de un escritor que compone su árbol genealógico sin precaución y caminando a solas en la escritura, sin necesidad de complacer ni de dejarse convencer. Lo que hizo Felipe en El novio del mundo es correr el riesgo de escribir lo que quiso en un momento de la historia de España muy walteresco. Por ejemplo: en 1998 nuestro país pide a Gran Bretaña la extradición de Pinochet a demanda del entonces juez de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón. En 1998 la asociación catalana Amics dels Museus presenta 7.300 firmas al Ayuntamiento de Bañolas en contra de la posibilidad de repatriación del Negro de Bañolas, el cadáver embalsamado de un varón bosquimano de la etnia San. En 1998 se cumplieron 100 años del nacimiento de Federico García Lorca y de Vicente Aleixandre. Y en 1998 España firma el primer texto jurídico internacional en contra de la clonación de embriones humanos. Todo eso sucede en el mismo año en que Felipe publica El novio del mundo, que supone una efeméride literaria principal. También es importante destacar que el año 1998 comenzó en jueves, un día de la semana absurdo y torpe para empezar cualquier cosa.

La extrañeza que acompaña a Walter Arias, capaz de decirle a una mujer que está con ella no por amor sino por perplejidad, es de algún modo nuestra extrañeza. Este personaje digresivo se va haciendo disparatadamente más veraz según disparata. Incluso por momentos puede ser real. Después de leer El novio del mundo uno camina la vida ya con esa compañía que pide paso cuando menos lo esperas. Yo he conocido a Walter Arias. Todos conocemos a Walter Arias. Tal y como anda este oficio del periodismo lo raro es no tratar varias veces al día con tu Walter Arias de cabecera. No es difícil detectar sus peripecias en gente que conocemos. O que creemos conocer.

La literatura es esto mismo: el punto de vista largo que nunca se queda corto. Y el humor es un punto de vista que tiene la vida. Es lo que advirtió Felipe Benítez Reyes en una novela que no acaba nunca publicada en 1998. Imaginaos a Walter Arias de paseo por Bruselas con alguno de sus frikis habituales y que allí se encuentre a Puigdemont delante de la fuentecilla del Maneken Piss. Lo escribo de coña y lo visualizo en serio. Es el poder de los personajes que traspasan la membrana de su misma ficción. (Lo digo por Walter y por Puigdemont.) A mí me dicen que el miércoles es nombrado presidente del Parlament el protagonista de El novio del mundo y me encaramo a la Cibeles para celebrarlo. Un país que guarde sitio en sus instituciones a Walter Arias llegará a la distopía igualmente, pero desde la risa, lo cual parece más benéfico que hacerlo desde la matraca y la arrogancia martirológica de un fugado que le ha cogido gusto a las apariciones marianas por Skype. Walter Arias ya hace tiempo que tomó rumbos pirandellianos. A eso me refiero con que esta novela no se acaba nunca. Es como si Walter hubiese pasado de cara de Bélmez a ser el mismo Cristo redentor. Lo suyo no es ni magia ni superchería, sino el patrón oro de la mejor de las literaturas. De ahí esta insistente devoción. Gracias.

*Antonio Lucas es poeta y periodista. Su último libro, Antonio Lucas Fuera de sitio (Visor, 2016). 

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