Los libros

Hacia otras rutas

Comiendo de una granada, de Esther Muntañola.

Juan Carlos Abril

Comiendo de una granadaEsther MuntañolaPrólogo de Marisol Sánchez Gómez,Bartleby EditoresMadrid2017Comiendo de una granada

Excelente sorpresa este Comiendo de una granada, de Esther Muntañola (Madrid, 1973), poemario que desde su título remite al mito de Perséfone (o Proserpina) —y a su malevolismo—, ya que la hija de Deméter (o Ceres) sabía que si probaba un solo grano del fruto no podría volver a la tierra desde el inframundo. Aun así el mito, que tanto inspiró a la antropología filosófica, espolea otros temas, pues por un lado se aborda el tema de Europa, en su complejidad histórica, la horizontalidad de su eje social y su encrucijada actual frente a las migraciones y refugiados («En el mar que nombramos nuestro / encallaban personas que no llegarían a Europa / huyendo de la barbarie», de «Comenzamos el otoño», p. 24); y por otro lado se aborda el asunto del amor, de las relaciones íntimas y sentimentales («Comenzamos el otoño / comiendo de una granada, / otra vez el tiempo acelerándose / jinete vacío. […] Así comienza este otoño / que fuera no promete nada, / y temo al invierno por ellos, / al hambre, a la locura del dolor. / A la falta de amor en los ojos de los hombres» (ibíd.)].

De este modo la preocupación de lo colectivo marca el tono general del conjunto, pero no de manera plana o sencilla, sino trenzada alrededor de una preocupación individual. O viceversa. Ambas se estructuran en torno a una concepción humanista del amor que ve en el otro la necesidad del diálogo, concibiéndose al hombre como ser social. Tal y como señala Marisol Sánchez Gómez en su lúcido prólogo a propósito de las «rutas interiores» y las «rutas exteriores» del libro (pp. 9-10), Comiendo de una granada no tiene partes sino que se articula por temas, y además no simétricamente, a saber: las «rutas» europeas, «Ruta de los Balcanes» (p. 29), «Ruta del Mediterráneo oriental» (pp. 34-35), y la «Ruta del Mediterráneo occidental. Playa del Tarajal» (pp. 53-54), son algunas de las líneas que se trazan. «Cuando era niña me gustaba / la palabra “cifra”. / En mi mente / servía para hablar de estrellas, / de secretos, de todo lo bello que no podía / ser comprendido / enteramente. / Ahora / las cifras son números y no esconden misterios. / Son muertos / y se derraman con la lluvia» (p. 35). Transido por estas perpendiculares en el mapa, esta suerte de cartografía social tiene su dialéctica en la cartografía individual del sujeto verbal, del sujeto poemático, que —dejémonos de monsergas teóricas— viene a corresponderse con la autora. Se desgrana en este sentido una particular historia sentimental localizada a partir de diversos lugares y diversos momentos históricos, los abuelos, las historias familiares, la Guerra Civil, los emigrantes, la infancia en Asturias… como en «Maíz» (p. 37): «Cuando llegaba a la lluvia el frío / mamá / freía tortos de maíz. / Mi hermana y yo / deseábamos ir al molino a por harina, / era un molino de agua con sus palas de madera / que alimentaba el río» (ibíd.). O el estremecedor recuerdo de la abuela en «Cuchara de madera» (p. 44). Surge aquí también otra dicotomía que habla al mismo tiempo de Europa y de la aldea asturiana, revitalizando los Cultural Studies, propuesta poética que, por cierto, se viene practicando en los últimos años.

Paralelo a esto, llama la atención el uso del lenguaje al acercarse a la naturaleza, a los objetos (lejos del esencialismo fenomenológico), a la manera de nombrar, desarrollar las tramas argumentales y la utilización de los referentes, impregnando a esta poesía de un poso descarnado resalta —y choca por contraste— por sus texturas líricas y sociales, tiernas y duras, suaves y violentas; sus combinaciones cromáticas, o las referencias al cuerpo: «En el blanco teñido del cielo / rodeo el aire hacia la nada / y me adentro, sin prisa, / en este invierno, con mis dos ojos.» (de «Lugar», p. 41). O como por ejemplo en «Canal» (p. 48): «En la quietud / oigo al pez que roza / el matorral de ortigas» (ibíd.). Hay un acercamiento material que proviene —al parecer— de otras disciplinas como el dibujo, la pintura, la escultura, etc., y en ese sentido esta poesía se nutre de ese intercambio plástico, de ese mutuo entendimiento. En relación al cuerpo habría que decir que es uno de los grandes hallazgos de este poemario, tratado sin marca, es decir como ser humano, y presente en todo lugar. Cabrían aquí muchas y felices citas. O sobre la poesía: «Antes que el trazo, / la sombra sobre el papel, / como el cuerpo es amapola / antes que piel o carne / y el poema asombro, silencio, espacio / antes que palabra» (de «La sombra sobre el papel», p. 28). Vemos cómo confluyen los temas de manera interdisciplinar en torno al cuerpo y la poesía, cómo Esther Muntañola posee una mirada artística sincrética en la que la composición va más allá de las técnicas y los géneros literarios. El mismo poema concluye así: «Qué frágiles, / absurdos, hermosos, / nosotros, / deseando perdurar en lo mutable, / en lo incierto y voraz, / definición de duda… / Así que amémonos, / dejemos al tiempo hacer lo suyo, / sólo somos pequeñas lumbres / al aire de la noche» (ibíd.).

Los lectores podrán descubrir muchas cosas más, si se acercan a este poemario. En cualquier caso, Comiendo de una granada se presenta como un libro interesante y actual, imprescindible y atractivo, rabiosamente atractivo para los que le piden a la poesía algo más que palabras bonitas o discursos deglutidos, lejos de las consignas o los caminos emocionales ya transitados en la comodidad del sillón y la taza de té. Toda una sorpresa. Todo un descubrimiento.

*Juan Carlos Abril es poeta y profesor de literatura. Su último libro es Juan Carlos AbrilLecturas de oro. Un panorama de la poesía española (Bartleby, 2014).

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