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OPINIÓN

Respuesta de un poeta catalán

JOAN MARGARIT

Querido Luis:

Mis domingos empiezan de un tiempo a esta parte con la lectura de tu artículo en infoLibre. Para mí que tiendo a eludir el ruido mediático, puesto que mi vida de persona mayor –así nos llama el infantilismo actual-  puede permitírselo, es un ejercicio de convivencia: tienes la virtud de apaciguar mis demonios particulares. Es uno de los servicios más viejos que nos presta la lectura culta y no renunciaremos a ella. Seguramente no se practica con la frecuencia necesaria entre la clase política. Y ya que estamos en este tema, déjame pasarte unas palabras de Kafka que vienen al pelo: Los insultos son algo terrible. /… / Cada insulto contribuye a demoler la mayor invención del ser humano, el lenguaje. Quien insulta injuria al alma. Es un atentado contra la piedad que también cometen quienes no miden correctamente sus palabras.Y es que hablar quiere decir medir y precisar. La palabra es una decisión entre la vida y la muerte.

Si esto es una lengua, querido Luis, también es, por desgracia, lo que primero nos aleja del otro, del extraño. Lo que de una manera más rotunda, más que las costumbres o la religión, nos distancia. Pasar del alejamiento a la desconfianza es casi inmediato. Sólo lo resuelve un mínimo conocimiento de la lengua extraña. Pero para conocer una lengua es preciso o necesitarla o admirarla. Y si yo, español, no necesito ni admiro una lengua que no es la mía, que desconozco y que, a mayor inri, se habla en lo que considero mi país, o mi patria o mi casa, el conflicto está servido. Y si yo, catalán o castellano hablante, no admiro ni mi propia lengua y no me intereso por las grandes cosas que en ella se han dicho o escrito, el problema es más grave todavía.

Esto debo ahora completarlo recordando cómo el poder antidemocrático hace siempre de la lengua una primera y turbia herramienta. La lengua entera se convierte en un insulto en manos de un régimen autoritario. Y también: hay lenguas ricas y pobres. No me refiero, naturalmente, a su capacidad de expresar pensamientos y sentimientos: en esto, que es lo fundamental, creo que cualquier lengua no artificial es rica. Simplemente, ahora llamo rica a una lengua como el castellano que tiene muchos millones de hablantes y pobre a otra que, como el catalán tiene sólo unos pocos. Una de las certezas que el marxismo nos ha dejado es que la culpa es siempre del rico y que no vale escudarse en que el pobre sea desaliñado, incluso a veces mal educado. Y por favor, estoy en territorio lingüístico, que nadie me desvíe hacia la pretendida opulencia catalana, este otro tópico. Esta otra manera de hurtar el problema que, sobre todo, utiliza la izquierda.

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Quiero contestar a tu carta sin utilizar la palabra sentimiento, porque esta es otra manera de banalizar el conflicto, presentándolo de parte catalana como meramente sentimental, poco serio. Y no es así. El lenguaje es mucho más que un útil para pedir una bebida en un bar. Con él tocamos lo más elevado pero también lo más cruel, lo más odioso del ser humano. Poca broma con la lengua. El que desprecia una lengua desprecia a la condición humana. Y otra banalización: la historia de la globalización, que tan buena cara tiene por el servicio de conocimiento entre unos y otros, geografías, historias, lenguas, tiene también este lado sórdido que es el desprecio por la proximidad, por lo entrañable y cercano, el desprecio por lo que lleva tantos siglos sirviéndonos, alentando lo mejor que tenemos como una costumbre, un mito, una canción.

Los catalanes conocemos el castellano perfectamente. Con nuestro acento, más fácil de entender, por otra parte, por un señor de Valladolid que ciertos acentos andaluces, si se me permite la broma. Por eso –y por muchos otros motivos de buena vecindad no tengo ninguna duda de que ningún catalán os ve como extraños a quienes lo tenéis como lengua. Creo, querido Luis, que el castellano tiene todos los números: la riqueza de hablantes, la fuerza del Estado, los años de desprecio, para que el primer paso de un difícil parar y reiniciar deba darse en esta lengua.

Y para terminar permíteme una precisión sin la cual lo que he escrito no se entendería. No es un lapsus que no te haya hablado más que de la lengua en esta carta. Creo que este es, justo, el centro de la cuestión y que cuando esta centralidad se niega, con o sin mala intención, se divaga. Decir, por ejemplo, que la gestión de la crisis obliga a aparcar otros temas es un argumento recurrente, de la izquierda muchas veces. El ser humano es complejo, tanto que no puede permitirse no atender a muchas cuestiones a la vez. Hay que atender a lo grave, a todo lo que lo sea, no sólo a lo primero. Que una pareja tenga como asunto grave velar por la economía familiar en momentos en los que tener empleo es duro y difícil, no podrá implicar el abandono de la educación de un hijo o correr a resolver problemas graves y urgentes que una hija adolescente pueda plantear. Esto es nuestra complejidad. Como catalán no tengo ningún deseo de financiar mi Ministerio de Defensa, ni mi Monarquía, ni tan sólo mi Cuerpo Diplomático. Simplemente quiero blindar un respeto y una autogestión de mi lengua, con todo lo que esto signifique en cada uno de los aspectos y cuestiones de gobierno, cultura, etc., puesto que mi percepción histórica me dice que no puedo fiarme por más tiempo de dejar esta gestión en manos de quienes no viven en Catalunya. No sé si a esto lo llamarán algunos nacionalismo, independentismo o liberalismo. Pero no es otra cosa. Ya no es otra cosa. Nuestra complejidad.

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