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Los pactos del póker

El ruedo ibérico parece ser hoy una gran partida de póker múltiple con sus apuestas, sus faroles y hasta incluso algún que otro tahúr, que podría ser del Missisipi si desempolvamos la terminología guerrista para referirnos a la sensación que ofrecen algunos de querer ser el Suárez de esta segunda transición.

Ya he puesto aquí alguna vez el foco sobre el hecho de que en la España del presente periodo democrático jamás se había hecho de verdad gestión de crisis política. De las urnas o salían mayorías absolutas o en su defecto los PP y PSOE se apoyaban en el nacionalismo periférico para poder gobernar con cierta comodidad. Pero eso de la renuncia, la imaginación, y la visión de Estado, no ha sido precisamente un rasgo que pudiéramos considerar acentuado en estos últimos 40 años de periodo democrático y alternancia en el poder.

Han pasado suficientes días desde el 24 de mayo como para que empiece a vislumbrarse una inquietante falta de entrenamiento en este menester de hacer política de verdad por parte de los viejos partidos. Pero también, y eso acaso sea más difícil de digerir, una cierta escasez de musculatura en los nuevos para manejar la situación con solvencia y resultados. Porque, no me digan que no suena a deja vu lo de señalar las alianzas propias como responsabilidad y las ajenas como conspiración en que se empeñan PP y PSOE; o en el lado de los nuevos su inconsistencia a la hora de plantear y mantener exigencias, y su soberbia de salvadores del país en llamas. Alguno da preocupantes signos de creerse Adolfo Suarez pilotando en exclusiva la decencia y exigiendo más galones de los que las urnas han puesto en su hombrera.

La partida no debería ya durar mucho más tiempo. Se han estudiado cartas y combinaciones, se ha observado a los demás jugadores y ya se ha echado más humo del necesario para emborronar la imagen del adversario. Incluso entendiendo que hay que tener cuidado con lo que se pone sobre el tapete, no sea que se queden sin cartas o sin fichas para la gran timba de noviembre, es evidente que llega el momento de que muestren su jugada de verdad, hagan las combinaciones que más se ajusten a lo exigido por el público –que es quien les ha sentado a la mesa– y se coloquen en posición de empezar a gobernar o a oponerse. Pero que empiece a pasar algo.

Porque hay ya quien, como la jugadora del sur, anuncia que si esto se prolonga se levanta de la mesa para volver a la casilla de salida. Y quizá el público rompa decepcionado su entrada al darse cuenta de que cuando creía que estaban jugando a las cartas en realidad andaban dando carambolas en una mesa de billar sobre la cual, al final, solo podría quedar uno por la vía de desplazar las otras bolas o meterlas en un agujero.

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