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Qué ven mis ojos

La ley del embudo

“Lo malo de la desigualdad no es que unos tengan más que otros, sino que con lo que le sobra a algunos nos podría sobrar a todos”

Una sociedad injusta es una carretera de dos direcciones en la que un carril va en línea recta y el otro está lleno de curvas; uno es liso y en el otro hay baches; uno discurre en llano y el otro cuesta arriba; y el malo, además, es de peaje. La desigualdad se basa en la asimetría, vive de lo inestable y tiene las balanzas trucadas; el egoísmo y ella se parecen como dos gotas de agua; ella y la usura son el mismo perro con diferente collar y los dos son insaciables. La crisis nos ha enseñado justo eso, que los que trazan las líneas rojas no tienen límites y que en un mundo entregado al poder del dinero no hay que confundir lo que ves con lo que sucede ni lo que te cuentan con lo que está pasando, porque a muchos de los que tenían que mirar bajo las alfombras los tienen contratados de barrenderos: el poder no se mide por lo que se dice sino por lo que se silencia, y muchas veces una inversión es un soborno escrito con uve. Una democracia corrupta es un Estado de Derecho muy difícil de enderezar.

Estos días hemos visto pasar por la pista de la derecha y a toda máquina los beneficios de las empresas del Ibex 35 y los ingresos de sus jefes en el año 2014; y por la de la izquierda, a paso de tortuga, los de sus empleados. Es verdad que se acercan las elecciones y el Gobierno nos cambia la multa que nos dejó en el parabrisas por la pegatina de la ITV, nos dice que todo está en regla y que hemos salido del taller, y lanza consignas triunfales; pero basta con dar algunas cifras para entender que cuando nos cuentan lo bien que nos va, no hablan de nosotros, sino de los presidentes y consejeros delegados de esas compañías que cotizan en Bolsa y que se repartieron 186,8 millones de euros en ese ejercicio, un 48% más que en 2013. Sus sueldos aumentaron cerca de un 80% mientras los de sus empleados caían un 1,5%. “El dinero en el mundo estará siempre mal distribuido, porque nadie piensa en la manera de repartirlo, sino en la manera de quedárselo”, decía el escritor catalán Noel Clarasó.

Si queremos algunos ejemplos concretos, el presidente de Iberdrola se llevó 9,13 millones, un 22,64% más que el año anterior. Quizá no sea una casualidad que desde que él fue nombrado presidente en 2006 el recibo de la luz se haya encarecido un 70%. El consejero delegado de IAG, la suma de las aerolíneas Iberia y Brithis Airways, cobró 6,5 millones de euros, incrementando su retribución un 230%, a la vez que echaba a 3.141 trabajadores, pedía un expediente de regulación de empleo para 15.000 y a los que se salvaron de la quema les bajó el salario entre un 11 y un 25 por ciento, según los casos. Por no hablar del mandamás de Jazztel, que aumentó sus ganancias un 1114,68%, hasta los 14,56 millones. Un vendedor de esa marca se lleva unos 800 € brutos al mes. La ley del embudo.

Los directivos de esas empresas cobran de promedio 158 veces más que sus plantillas y entre el 2013 y el 2014 esta diferencia se ha incrementado el 81,2%, según un estudio de CCOO hecho con la información que proporciona la CNMV. Los eslóganes tenían razón: no era una crisis, era un saqueo. Por si alguien necesita ponerle cara a esas cifras, podemos dar otro par de ejemplos: en 2014 el presidente de Telefónica ganó 6,73 millones, un 15,97% más, sus comerciales alrededor de mil euros al mes y un teleoperador del 1004, más o menos 700. El salario base de un cajero o dependiente de Zara es de 800 euros al mes por treinta horas semanales y el de su jefe en Inditex, Pablo Isla, de 7,93 millones anuales. Se puede vivir a la vez en el mismo país y en planetas distintos, y para demostrarlo no hay más que ver cómo mientras a ras de suelo el paro es la principal angustia de los españoles, en las alturas ser despedido supone un gran negocio: al exconsejero delegado de Caixabank, que ganaba 2,15 millones en activo, le dieron una indemnización de 16,3 al destituirlo en junio de 2014. Al de Endesa, de 12,3.

Hablemos de democracia y de desigualdad

Cuando se anuncian ajustes, se habla de la necesidad de apretarse el cinturón pero no se dice nada de la corbata. En plena crisis del sector inmobiliario, Fomento de Construcciones y Contratas hizo públicas unas pérdidas de 724 millones en 2014, algo que no afectó a su consejero delegado, Juan Béjar, que ganó un 78% más, alcanzando los 4,5 millones. La próxima vez que alguien nos pregunte eso de ¿pero tú en qué mundo vives?, una buena respuesta sería: en el de abajo.

La desigualdad se basa en la asimetría y por eso las sociedades que la sufren se tambalean, viven eternamente al borde de la caída, y ése es un lugar peligroso, de un lado porque está lleno de vendedores de pociones milagrosas y clavos ardiendo; del otro, porque la resignación termina donde empieza el miedo y la mansedumbre donde se pasa hambre. Al pie de la montaña, el Gobierno dilapida el Fondo de Reserva y se gasta los ahorros destinados a pagar las pensiones de los ciudadanos; en la cumbre, brillan las monedas y los poderosos se bañan en ríos de dinero. No se trata de que no haya mujeres y hombres ricos, sino de que no haya niños pobres. Es así de lógico.

Lo que resulta más difícil de entender es que haya aún quien siga esperando a los bárbaros, como en el famoso poema de Kavafis, cuya Poesía completa acaba de publicar de nuevo la editorial Pre-Textos. En ese maravilloso diálogo en verso, una voz pregunta incesantemente qué hace el pueblo reunido en el centro de la ciudad, por qué sus senadores no legislan, sus líderes esperan a la intemperie cargados de joyas y sus oradores no entonan sus discursos. La respuesta es siempre la misma: porque llegan los bárbaros y a ellos no les gustan ni les hacen falta esas cosas. El final es una definición terrible del servilismo, un retrato de aquellos que sólo confían en quienes los doblegan porque así sienten que están en buenas manos, de parte del más fuerte. “–¿Por qué, de pronto, esta inquietud y confusión? / ¿Por qué se vacían las calles y las plazas / y vuelven todos a sus casas tan pensativos? / Porque cae la noche y los bárbaros no han venido. / Y algunos que estuvieron en la frontera afirman / que ya no existen los bárbaros. / Y ahora qué será de nosotros sin bárbaros, / que eran nuestro remedio”. Los buenos poemas no existen para que los leamos, sino para abrirnos los ojos. Y éste lleva una advertencia: la docilidad no es una virtud, es una forma de suicidio. Igual por eso han intentado hundir a la vez la economía y la cultura: una, para quedarse con todo; otra, para que no entendamos nada. A ver quién le regala a quién España esta Navidad.

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