Qué ven mis ojos

Esperanza hace un guiso y le crecen las ranas

“Hay gente que de tanto no querer mojarse, al final se quema”.

El PP es como los pulpos: cuando los pescan, se sirven los tentáculos, pero no la cabeza. Marchando una de Bárcenas, Rato, Matas, Mato, Fabra o Barberá, grita Mariano Rajoy en la cocina de La Moncloa, escondido entre las sartenes. Y si donde se cuece algo es en la Casa de la Villa o el Palacio de Comunicaciones, los que están en la cazuela son Granados y López Viejo y la que mueve el guiso de ranas es Esperanza Aguirre, ese gato de siete vidas al que aún le queda una para morir matando: gastó la primera en un accidente de helicóptero en Móstoles; la segunda, en uno de coche, cuando iba a los toros en Gijón; la tercera, en un ataque terrorista a su hotel de Bombay; la cuarta, cuando según dijo le detectaron un cáncer y la quinta y sexta en sus dos dimisiones, la de 2012 y la de ahora, que si en algo se parecen es en que una y la otra demuestran que a la hora de los naufragios las primeras en abandonar un barco que hace aguas siempre son las que llevan los zapatos más caros, como la condesa de Bornos, esa Cenicienta al revés capaz de conseguir que al dar las doce se transformen en calabazas los coches de los demás y el baile arda a sus espaldas, mientras ella se va de rositas.

Ahora Madrid emite un vídeo en el Pleno en el que Aguirre aparece con imputados que se transforman en ranas

También se va porque esta vez las llamas están cerca de su castillo y porque su mano derecha, el antiguo consejero de Presidencia, Justicia e Interior, ese señor antes conocido como Francisco Granados y a quien ahora sus antiguos compañeros llaman “Pujol-dos”, quizás ha empezado a cantar en las mazmorras y no ha sido una de Georgie Dann. “Si el juez lo tiene allí desde hace tanto tiempo”, como ella misma dice, “es que algo debe haber...” Sin embargo, pase lo que pase y por mucho que Aguirre saliese a conquistar El Dorado y se haya vuelto de vacío, a ella no la van a pillar con las manos en la masa, según ha advertido en su despedida a medias, ya que se va del partido pero del ayuntamiento no la echan ni con agua caliente, al menos por ahora. Bajo su punto de vista, a ella, tan acostumbrada a sacarse en procesión a sí misma y cantarse una saeta, aún no ha nacido quien le marque el paso; se va a su casa cuando le viene en gana, llevándose por delante lo mismo las motos de la policía municipal que a Alberto Ruiz Gallardón, y sale de los laberintos por su propio pie. A ella nadie le da órdenes, y menos aún un jefe al que desprecia, porque es posible que de esta mujer no se sepa jamás a dónde va, pero sí sabemos de dónde viene: si lees su nombre de derecha a izquierda, las cinco últimas letras de Esperanza dicen Aznar…

Lo único que ha logrado que la antigua presidenta de la Comunidad de Madrid se tenga que tragar el orgullo, es el hecho de que para llevar hasta el final su sálvese quien pueda haya tenido que pasar por el mismo aro que todos los demás y admitir que la única alternativa a parecer una sinvergüenza es declararse una inepta: no vi nada, no me enteré de nada… Es verdad que al mismo tiempo jura que fue ella quien destapó la trama Gürtel, que es el escándalo que hay en medio de su carrera política, con el Tamayazo que la permitió ganar las elecciones de 2003 a un lado y al otro la trama Púnica con la que ha puesto el punto final a su aventura. Que ya veremos cómo acaba, porque si en una cosa hay que darle la razón a Aguirre es en que a ella no se le dan bien las cuentas, puesto que afirma que de quinientos cargos que nombró sólo le salieron mal dos, pero se está investigando a cien. Algo no cuadra.

Dicen en el PP que la dimisión de Aguirre es "personal, no consultada y no extrapolable". Pero el caso es que lo dicen desde su sede en el Paseo de la Desolación, que es el título de una canción de Bob Dylan pero podría ser el alias de la calle Génova, donde a estas alturas no hay alfombras para tanta suciedad que barrer ni martillos para tanto ordenador que destruir. Y donde nadie se vio venir este zarpazo de la lideresa, dado en el peor momento y de la forma más cruel posible, a pesar de que éste sea su modo habitual de actuar porque ella es así, se lleva el resto de los colores y te deja el marrón, va por libre y no mira atrás, hace las cosas a su modo y por sorpresa. Imagínense, si ni siquiera le ha dado tiempo a Rajoy para que la nombrase senadora y le pusiese a buen recaudo en la Cámara Alta, que al fin y al cabo, para eso la hizo Isabel II, para colocar a los aristócratas. Todo cambia, pero algunas cosas lo hacen muy despacio.

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