Qué ven mis ojos

Yo también soy equidistante

“Sólo hay un resultado posible para una carrera en un callejón sin salida: que todos lleguen el último”.

No es una bandera, es una cortina de humo

Las palabras cambian, incluso las más inocentes, son envenenadas, se tergiversan, adoptan significados tétricos y se visten de luto. Al final de la Gran Guerra, los ingleses, que habían tenido un millón de bajas en el frente, se sentían tan incapaces de pronunciar sustantivos como barro trinchera que los escritores T. E. Lawrence, el autor de Los siete pilares de la sabiduría, y Robert Graves, el de Yo, Claudio La diosa blanca, que resultó herido, fue dado por muerto y salvado de entre los cadáveres con los que le habían apilado por los enterradores que le iban a dar sepultura, hicieron un pacto de silencio: jamás hablarían, ni en sus obras ni en sus conversaciones, de lo que vieron sus ojos durante la batalla. En España, tras la Guerra Civil y la represión del sanguinario régimen surgido del levantamiento de 1936, términos como paseo o cuneta se transformaron en sinónimos del terror. Hoy en día, salvando todas las distancias, que en este caso y por fortuna son abismales, a la hora de hablar del simulacro independentista en Cataluña ocurre con equidistante, por ejemplo. Y uno se pregunta: ¿Hay una alternativa mejor, a la hora de elegir entre el presidente del Gobierno y el del Govern, uno responsable de abrir esta caja de Pandora con su ataque al Estatut en 2010 y el otro empeñado en poner a toda costa las urnas por las que él, por cierto, no ha pasado de camino a la jefatura de la Generalitat, con lo cual deja claro que como héroe de la democracia es más bien poco creíble? ¿Se puede tomar partido entre este PP que recoge tempestades porque sembró vientos cuando tenía mayoría absoluta y los extraños aliados del secesionismo, donde se han formado parejas tan increíbles como la de CiU con la CUP, la derecha de toda la vida con los antisistema? Uno no tiene más remedio que acordarse de un viejo chiste: se encuentran dos animales en el bosque y uno pregunta: “¿Tú qué eres?”. “Un perro lobo”, le responde el otro, “mi madre era una loba y mi padre un pastor alemán. ¿Y tú?”. “Yo soy un oso hormiguero”. “¡Sí, claro, venga ya!”.

El PSOE no se quiere casar con nadie, pero insinúa que levanta el veto a la aplicación del artículo 155. Unidos Podemos pide una asamblea con cargos nacionales, autonómicos y municipales, que no suena mal, porque debatir puntos de vista siempre es alimentar la democracia, pero que depende de si los socialistas se apuntan al bombardeo, y eso parece difícil, como lo es en España cualquier cosa que necesite que las formaciones de izquierda lleguen a alguna clase de entendimiento. Pero está claro que algo hay que hacer porque ahora mismo Cataluña es un jarrón roto y a quienes se ofrecen a restaurarlo les hemos sorprendido con un martillo en la mano, aparte de estar incapacitados para dialogar porque no tienen nada que decirse, excepto referéndum ilegal o Guardia Civil, “votaremos” o “no habrá consulta”, deténganse o nadie nos parará… Y así hasta el infinito, que es donde viven instalados quienes no saben arreglar los problemas que plantea la realidad.

A estas alturas, lo que ha quedado claro, tanto para unos como para otros, es que resulta irremediable que se haga un referéndum en Cataluña. No éste, otro que sea pactado, que cumpla las normas o encuentre una manera de cambiarlas que no nos lleve a otro callejón sin salida. No uno que se quiera hacer con cajas de cartón, papeletas caseras y sedes clandestinas. No uno en el que las dos partes del conflicto excluyan al resto de las fuerzas políticas, que es lo que han hecho desde la calle Génova y el Palau de la Generalitat. De esa manera de entender la política y de ejercer el poder es de lo que uno tiene todo el derecho del mundo a sentirse equidistante, disidente o como lo quieran llamar. Ya sabemos que a ellos, unos y otros, les gustaría prohibirlo, como tantas otras cosas, porque no les gustan las carreteras de dos direcciones, prefieren los raíles. Que no se nos olvide lo que estamos viviendo porque demuestra que aquí y allí hay muchos más defensores de las leyes mordaza de lo que podría parecer: están por todas partes, también entre los nuestros, sean quienes sean.

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