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¡Insostenible!

Cuando Madrid despertó, la especulación ya estaba allí

Ignacio Marinas

Se llama especulación a la lucha de posiciones para acaparar las rentas de la actividad económica sin asumir los riesgos que acarrean tanto la actividad productiva, como el comercio, la industria o las empresas de servicios. El suelo es, por su  naturaleza, el soporte imprescindible para cualquier actividad; por ello es uno de los medios ideales para practicar  la especulación.

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De esto y del juego cortesano va este cuento.

Érase una vez en 1561 cuando el rey soberbio, triste y atormentado por los trabajos de consolidar el imperio decide trasladar la Corte a Madrid y el “lunes 19 de mayo de 1561 Felipe II mandó ir la Corte a Madrid y él salió de Toledo para Aranjuez y de allí, posteriormente, se dirigió a la que más adelante sería la capital estable de España. El 27 partió la reina y al día siguiente el príncipe. Desde este momento Madrid se convirtió en la sede del gobierno del reino, pues Felipe II decretó que allí residieran permanentemente todas las oficinas centrales de gobierno y que los Consejos se reunieran, periódicamente y en horas y días prefijados, en el Palacio Real".

A la muerte del rey prudente toma el poder como valido el duque de Lerma, y al ver el rendimiento económico que proporcionaba la construcción urbana de la corte del nuevo Estado imperial, quiso apropiarse de las rentas que ello producía; y se le ocurrió una operación de especulación inmobiliaria que ha hecho historia.

Volvió a trasladar la corte a Valladolid en 1601 donde había comprado fincas y edificios. En apenas dos años Valladolid pasó de 30.000 habitantes a 70.000; mientras que Madrid, en cambio, sufrió una caída de 80.000 a 23.000 vecinos y un empobrecimiento general; y sucedió lo inverso con la vuelta de la corte a Madrid en 1606 cuando apostó por crear una ciudad capital, “ex novo”, al sur del Guadarrama.

Es el ejemplo perfecto de especulación –por un lado, antes del traslado, compró terrenos en Valladolid a un precio bajo, que aumentaron de valor con el traslado de la Corte–; y por otro compró tierras en Madrid cuando bajaron los precios, de forma que cuando la capitalidad volvió a Madrid en 1606 el duque había hecho un fabuloso negocio. Y desde entonces la especulación inmobiliaria se instaló aquí.

Es la vida de corte y la especulación del suelo la que explica la sinrazón que supone que en nuestra comunidad se desprecian durante siglos las actividades productivas y la industria, a contra corriente de las tendencias que se impusieron en las ciudades en toda Europa que fueron las que impulsaron la revolución industrial. A pesar de tener un territorio rico, con mucha y buen agua, con suelos de montaña, mesetas y valles que permitirían una gran variedad de abastecimiento alimentario y energético en sus bosques con mucha caza, e incluso tiene aprovechamientos minerales de buena piedra, y cal y yeso y arena para construir. En el Madrid de la Corte, a la que acuden los rentistas de toda España, se desprecian las actividades productivas –en agricultura, ganadería y manufacturas– y se orilla del gobierno de la ciudad a la burguesía, que se especializa en el comercio y la banca porque carece de suelo. Y, por supuesto, el gobierno de la capital lo dirige directamente la corte.

Las sucesivas desamortizaciones permiten a la burguesía comprar suelo urbano; pero no se les facilita la entrada en el negocio inmobiliario hasta después de 1856, cuando se aprueba el Plan Castro y la primera ley hipotecaria. La burguesía aporta al crecimiento de Madrid los nuevos y grandes agentes del cambio urbano: las primeras sociedades de promoción inmobiliaria. Los burgueses entienden de gestión de sociedades y aportan el crédito bancario, y se asocian con la aristocracia que ejerce el gobierno de la ciudad. Por ello entre los fundadores de las sociedades de promoción  aparecen juntos burgueses y aristócratas; los unos saben controlar el riesgo industrial y el crédito, y los otros las influencias para cambiar las ordenanzas y aprobar los primeros planes de ordenación del crecimiento urbano. Y de aquellos fangos vienen estos lodos.

Desde entonces, la oligarquía y la corte han controlado el negocio inmobiliario de la capital del reino y esta actividad ha marcado, sin solución de continuidad, la evolución de la ciudad en el imperio, en la monarquía constitucional, la república, y en la dictadura.

La forma del control del negocio es un mercado de suelo oculto y cerrado en el círculo de la oligarquía y el control del crédito hipotecario por las élites bancarias.

Y. otra vez, en la monarquía otorgada a partir de 1978 se vuelve a reproducir el modelo.

Cuando se inventa la Comunidad de Madrid en 1980 como broche y corona de la España de las Autonomías, se hace para asegurar, entre otras cosas, el oligopolio de la oligarquía sobre la especulación del suelo en la capital del reino. (Que esta vez se extiende a toda la provincia con una Comunidad Autónoma inventada ex profeso).

Y de aquellos vientos vienen estos lodos. Y tirando de este hilo, se explican casi todas las aventuras y desventuras de la CAM: empieza con un gobierno socialista que trata de democratizar el mercado inmobiliario mediante la formación de PGOUs en las ciudades de mayor número de habitantes y unas normas subsidiarias para las poblaciones menores; y empieza también una gestión pública del suelo con criterios democráticos. Alarmados por esta amenaza los propietarios del oligopolio suelo conspiran contra el gobierno socialista de la CAM hasta conseguir ganarlo en 1992, cuando se encumbra al Gobierno el PP para restaurar le hegemonía del bloque inmobiliario, tamayazo incluido, hasta el momento actual: 450 años de especulación. _______

Ignacio Marinas, ingeniero colaborador del Observatorio de la Sostenibilidad

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