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La cuarta ola feminista nace indignada: lo personal es político

Ha sido desbordante, impresionante y emocionante. Tanto, que hay que dejar que pase un tiempo para poder calibrar con exactitud lo que este 8 de marzo ha supuesto. La indignación violeta que llenó calles de ciudades grandes, medianas y pequeñas aglutinó a mujeres mayores, medianas y jóvenes, con un objetivo común: decir basta a todas las agresiones, que, en forma de brecha salarial, techo de cristal o violencia machista –entre otras–, sufrimos las mujeres.

En los últimos días se habla de la cuarta ola para designar una nueva fase del feminismo. Este análisis tiene su origen en la sistemática hecha por Amelia Valcárcel, en la que identifica tras fases históricas en la evolución del pensamiento y el movimiento feminista: La primera ola, identificada con un feminismo ilustrado, comienza en 1673 y se extiende hasta 1792, prestando especial atención a la reivindicación del acceso a la educación de las mujeres como deriva del debate ilustrado liberal, portando una agenda declarativa.  La segunda ola, que va de 1848 a 1948, llega de la mano del feminismo sufragista y está protagonizada por el derecho al sufragio, en el marco de una agenda de derechos civiles, educativos y políticos.

La tercera ola arranca de 1968, se prolonga hasta la actualidad y surge de la comprobación de que en las democracias liberales, donde el sufragio universal y el acceso a la educación estaban reconocidos para toda la población, se estaban perpetuando y agravando las discriminaciones de género. Betty Friedan lo analizó en  La Mística de la Feminidad: En los años cincuenta las mujeres, dotadas ya de derechos básicos, fueron devueltas al hogar y al ámbito de lo privado ante el regreso de los varones que volvían de la guerra y reclamaban sus empleos y posición en el espacio público, señalando así que la incorporación de la mujer a otras esferas superiores había sido momentánea y fruto de una situación extrema y excepcional. Como recuerda Amelia Valcárcel, se instauró "el malestar que no tenía nombre", porque así llamaron las feministas de los setenta al estado mental y emocional de estrechez y desagrado, de falta de aire y horizontes en que parecía consistir el mundo que heredaban.

Aquel feminismo comprobó que, aunque se había conseguido el derecho al voto, a la educación y a un buen número de profesiones –no todas–,  no se habían removido los cimientos del patriarcado lo suficiente como para permitir una posición paritaria de las mujeres. En este contexto, la década de los 80, protagonizada por la corriente conservadora liderada por Reagan y Thatcher, supuso también una ofensiva para las mujeres, a la que el movimiento feminista contestó con una llamada a la visibilización. De ahí la reivindicación de las cuotas y de los mecanismos de discriminación positiva como forma de hacer frente al "techo de cristal" que sigue impidiendo a las mujeres alcanzar cotas de poder en iguales condiciones y proporciones que los hombres.

La cuarta ola del feminismo, a cuyo nacimiento es posible que estemos asistiendo, tiene perfiles propios que habrá que ir analizando, pero desde ya podemos decir que parte del terror de las cifras de víctimas por violencia machista –cada vez más visibilizada en los medios de comunicación–, de la constatación de la brecha salarial y de la permanencia del techo de cristal, entre otras cosas. Y por si esto fuera poco, este listado de agravios y violencias machistas permanentes se está ejerciendo en un contexto cada vez más desigual en lo económico, más precarizado en lo laboral y más decepcionante en las expectativas de futuro, lo que hace que las mujeres suframos estos problemas de forma doble: como ciudadanas de un mundo cada vez más desigual, inestable y precario, y además, como mujeres.

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Que las periodistas hayan sido protagonistas en este 8 de marzo –en un movimiento creciente desde hace años, como demuestra el tratamiento de la violencia machista en los medios–, ha sido determinante para crear un estado de ánimo y de opinión. Que el resto de mujeres con posiciones sociales y económicas más estables –académicas, científicas...– hayamos ido justo detrás ha contribuido a abrir camino a otras que lo tenían más difícil, y finalmente han dado el paso. Pero las que han protagonizado de verdad esta movilización han sido las miles de chicas de apenas veinte años, en buena medida estudiantes universitarias, que están viendo cómo, a la indignación provocada por el derrumbe de las promesas de bienestar y seguridad que ya volaron con la crisis de 2008 y que provocaron la indignación del 15M, ellas deben sumar el desvanecimiento de los anhelos de una sociedad igualitaria que se esfuma en cada violencia machista, en cada brecha salarial o en cada techo de cristal. La llamada de las mujeres periodistas, el empuje de otras mujeres, y la indignación de las jóvenes, doblemente decepcionadas y agraviadas, han sido las palancas que han tirado del conjunto de la población. Porque en las calles, el 8 de marzo, no estábamos solo nosotras.

Demasiadas cosas de este 8 de marzo recuerdan al 15M: Unos antecedentes que vienen de otras parte del planeta y generan una red global –los paros que se celebran desde hace 3 años en Argentina, la convocatoria en más de 40 países, el fenómeno #MeToo...–, un movimiento feminista constante y militante que ha mantenido la llama todos estos años, la emergencia con toda su potencia y frescura de mujeres jóvenes que por primera vez se organizaban para pintar pancartas y comprar pintura morada, el desborde de cualquier organización o institución previa, el uso protagonista de las redes sociales como forma de comunicación que emula a la forma de organización del movimiento, la pluralidad de manifiestos y consignas que significa que cada cual hace suya la reivindicación a su manera, la ausencia de liderazgos personales y jerarquías organizativas, el respaldo y la simpatía del 80% de la ciudadanía –como decía esta encuesta de Metroscopia–, y sobre todo la vocación inclusiva y de mayorías para recoger el sentir y la indignación del 99% de la población.

Con esto no quiero decir que este 8 de marzo sea una réplica del movimiento de los indignados, ya que tiene rasgos propios y diferentes que habremos de indagar, pero no olvidemos que en el fondo de la reivindicación del 15M,  y en esa interpelación que hacía no sólo al Estado, sino también a la necesidad de una sociedad organizada y democrática, subyacía una reivindicación clásica del movimiento feminista: lo personal es político.

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