¡A la escucha!

Cuestión de confianza

Es lo que siempre repetimos a nuestros hijos: “No se miente. Di siempre la verdad. Diciendo la verdad nunca te equivocarás, créeme”. Seguramente es la lección de vida que más repetimos, de pequeños y de mayores. Y estoy convencida de que es el mejor de los consejos, para todo. Di siempre la verdad. Y esto vale también en el sentido inverso: no les mientas a tus hijos, ni siquiera mentirijillas de esas que se llaman “piadosas”. Si les mientes dejarán de creer en ti. Te perderán el respeto en el peor de los casos y dejarán de confiar en ti.

De nuestra credibilidad depende todo: nuestro trabajo, nuestro reconocimiento, nuestro respeto. Sin ella por ejemplo hoy ustedes no me leerían, ni me verían por la televisión cada mediodía, ni perderían medio minuto en escucharme. Y lo mismo vale para un político, para un empresario, para una institución, para una marca. ¡Que se lo digan a los fabricantes de coches que nos mintieron con las emisiones de CO2...! Si mentimos, si no somos creíbles, apaga y vámonos.

Son los tiempos de la transparencia. Internet, lo dice Pablo Herreros, ha obligado a cambiar las reglas de juego. Internet se ha vuelto el gran chivato de esta sociedad. Buscamos en la red referencias sobre cada cosa o lugar nuevo que queremos conocer. Sobre ese nuevo restaurante que han abierto, sobre el colegio al que hemos decidido llevar a nuestros hijos, sobre el nuevo curso sobre gestión que estamos mirando. Y ahí aparece todo, lo bueno y lo malo. Lo que pasó hace mucho tiempo y lo más reciente. Y respecto a esos comentarios tomamos una decisión. Y para una marca es muy complicado combatir esa mala publicidad. Ya no sirve ocultarlo porque no hay forma de hacerlo, ya no. Cometer un error de comunicación puede ser el final de un negocio o de una empresa. Y en el caso de los políticos......ahí ya no tengo tan claro que sea el final de su carrera, aunque así debería ser.

Mentir en política es casi un arte. Tanto, que últimamente recurrimos a expertos en comunicación no verbal para desmontar determinadas declaraciones, diseccionamos los gestos, el movimiento de los brazos, la dirección de la mirada para descubrir si estaban diciendo o no la verdad. En algunos casos no hace falta ir tan lejos: la mentira tiene las patas muy cortas y lo que se afirma hoy no queda más remedio que, ante la evidencia, desmentirlo mañana. Siguiendo con el ejemplo sobre el que basa su libro Pablo Herreros: augura la muerte inmediata de la marca que no trabaje para su cliente. Especialmente de aquellas que no se dirijan directamente a él, sin engañarle. Dice que quien lo ignore morirá. Quien lo respete, creará una comunidad fiel de seguidores. “Sé transparente y te lloverán clientes”, dice.

Es muy parecido a esa relación de confianza que queremos construir con nuestros hijos: no es de un día para otro, es pasito a pasito, en cada etapa de su vida. Cuando comienzan a andar, dándoles la mano. Cuando tienen su primera función, apoyándoles desde el público con tu sonrisa. La primera vez que se van de campamento dándoles confianza para que no se derrumben si te echan de menos. O cuando son adolescentes, escuchándoles sin juzgarles cuando quieran contarte algo que para ellos es tremendamente importante.

Pues bien. Si desde luego sirve para algo todo esto de ser sinceros, creíbles, es para la política: si no os creemos, señoras y señores, no os votaremos. Es así de simple.

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