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Muros sin Fronteras

¿Cómo enfrentarse a un mentiroso compulsivo?

No hay precedentes de un artículo de opinión sin firma, al menos en las páginas del The New York Times. Siempre han existido las fuentes anónimas dentro de una noticia, personas que poseen una información relevante que deben mantenerse ocultas para evitar represalias.

Tampoco hay muchos precedentes de un presidente como Donald Trump que ha declarado la guerra a los medios de comunicación llamándolos “enemigos del pueblo” y “traidores”, además de acusar a Google y a las principales redes sociales de ocultar noticias que le son favorables.

La labor del periodismo es fiscalizar al poder, destapar aquello que se desea ocultar, más si encubre un engaño o una actuación ilegal por parte de los gobernantes. Estos tienden a confundir la seguridad del Estado con su propia seguridad al frente del Estado. El poder busca impunidad. No es algo nuevo.

Richard Nixon consideró que los célebres Papeles del Pentágono afectaban a la seguridad de EEUU. Publicarlos era, por lo tanto, una traición. Esos papales mostraban un colosal engaño a la opinión pública, y a los miles de jóvenes que fueron a una guerra que la Casa Blanca sabía perdida desde 1965. Nixon no temía tanto su contenido, que afectaba a las presidencias anteriores, sino el precedente. Él tenía también sus secretos, cómo su campaña electoral arruinó una posibilidad de paz en Vietnam para ganar las elecciones.

El Tribunal Supremo de EEUU dictaminó que la publicación del material sustraído por Daniel Ellsberg era legal, consecuencia de la libertad de prensa y del derecho de información. El delito se circunscribía a la figura del filtrador. A Ellsberg no se le pudo condenar por defectos en la investigación. Esto es crucial si pensamos en Wikileaks. ¿Es un filtrador o un medio en sí mismo?.

El poder en cualquiera de sus formas, incluidas las democráticas, tiende a la mentira. Hablamos hoy de las fake news, algo que siempre ha existido.fake news La diferencia es que ahora se transmiten de forma masiva por las redes sociales y por Internet, creando dos realidades: la del poder y la otra.

La pregunta para el periodismo en general es sencilla: ¿cómo enfrentarnos a ese poder mentiroso en la era de Internet? ¿Cómo enfrentarse a un presidente atípico que considera falso todo aquello que no le gusta y que dispone de un público compuesto por millones de personas que prefieren creerle a él antes que a los medios tradicionales? Para Trump, realidad es lo que emite Fox News.

Los medios tradicionales y las televisiones generalistas, y la CNN en particular, han sido combativos con un presidente que actúa desde la mentira y que parece no tener claro qué es un Estado de derecho, un presidente que se siente más a gusto entre dictadores que entre sus colegas del G-7.

¿Es positiva esta hostilidad o juega a favor de Trump, que llama “partido de la oposición” a la prensa enemiga? En este campo de juego es en el que debemos considerar la tribuna de opinión anónima de The New York Times. El diario se juega su credibilidad. ¿Cuál es el límite para informar de un presidente que no parece tener límites en el engaño, la manipulación y el insulto?

Partimos del hecho de que el periódico conoce al autor de la tribuna, que le ha entrevistado para saber cuáles son sus motivaciones y ha investigado si lo que denuncia es cierto. El texto del articulista secreto coincide con la radiografía realizada por Bob Woodward en su libro Fear (Miedo), publicado el martes en EEUU. Es un texto demoledor por su contenido y por el prestigio de su autor, uno de los periodistas del caso Watergate. También coincide con lo que ya sabíamos de la Casa Blanca de Trump. Lo que no sabíamos es que dos de sus colaboradores más estrechos le consideran un idiota.

Existe un abuso creciente de las fuentes anónimas en algunos medios de comunicación. Periodistas sin fuentes creen que mediante ese recurso, que debería ser extraordinario, pueden presumir ante sus jefes y ante el ciudadano de contactos secretísimos con los que dar credibilidad a sus textos.

Las fuentes anónimas son la esencia de cualquier investigación, pero el periodista no debe abusar de ellas porque el texto pierde credibilidad. ¿Cómo saber que no se ha inventado las citas o las denuncias?

Muchas investigaciones nacen de un soplo, de una conversación entre dos personas indiscretas en un sitio público, de un sobre que llega por el correo ordinario, o por email. Una fuente anónima solo es el origen de una investigación, no la investigación en sí misma.

Las personas que desean compartir información secreta pueden tener intereses personales. El rencor y la venganza son activadores de memoria. De ahí nace la exigencia de las dos o tres fuentes. Si no se puede contrastar la información, no se debe publicar. Por encima de la exclusiva está la credibilidad del medio. Gabriel García Márquez decía que “primicia es el primero que lo cuenta bien”.

He visto estos días dos series-documentales de obligada visión para periodistas, politólogos, estudiantes y ciudadanía interesada en estos asuntos. La primera se llama El cuarto poder (The Fourth Estate).The Fourth Estate Son cuatro capítulos. Trata de la relación de The New York Times con la Administración Trump desde el día de su inauguración en Washington.

Las directoras del documental, Jenny Carchman y Liz Garbus, han tenido un acceso excepcional a las interioridades del periódico, a sus reuniones, a su modus operandi, que nos arroja mucha información sobre cómo debe ser el gran periódico en la era digital, su relación con las redes sociales y los lectores. Sorprende que todo el esfuerzo periodístico y mental esté centrado en la web. Lo mismo sucede en la competencia capitalina, The Washington Post. El papel se mantiene porque es la publicidad que paga y porque quedan suficientes suscriptores.

En España seguimos llamando digitales a medios como infoLibre, como si los periódicos tradicionales no tuvieran ediciones en Internet.

La segunda serie-documental se llama La guerra de Vietnam, dirigida por Ken Burns y Lynn Novick. Son diez capítulos. Es la historia de una guerra inútil que costó la vida a más de 50.000 soldados estadounidenses  y a más de dos millones de vietnamitas. Tiene muchas lecturas. Está la política cegada por la ideología, en este caso anti comunista en plena Guerra Fría, la incapacidad de leer la realidad desde un despacho enmoquetado a miles de kilómetros y la supresión de todo pensamiento crítico o discordante. El poder solo desea que le den buenas noticias, aunque sean falsas. Y es la historia de una gran mentira sostenida durante décadas y del papel de los medios de comunicación y de la sociedad civil.

¿Qué aprendimos? Nada. El mecanismo se repitió en la invasión de Irak en 2003, con sus ficticias armas de destrucción masiva, y la prensa estadounidense apostó por el patriotismo en vez del periodismo. Tras un primer momento de confusión aparecieron los Chelsea Manning y Edward Snowden y quedó claro que George Bush, Tony Blair y el hombrecillo insufrible habían mentido. Ninguno ha sido procesado ni señalado por la sociedad. Ahí están impartiendo doctrina de lo que es moral e inmoral.

 

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