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Jamás le he puesto la mano encima a mi hijo, lo que contradice a todos aquellos que opinan que en un momento u otro es necesario algún sopapo. Una mirada, o apartarle un momento para tener una conversación, bastaba para que mi hijo supiera que tenia que cejar en su comportamiento. He visto casos, uno de ellos desgraciadamente muy cerca, donde la comunicación entre un padre y sus descendientes se producía en esos momentos de crispación de manera que los chavales buscan en el enfrentamiento esa relación que no encuentran de otra manera. Los culpables, en todos los casos que he observado, eran los adultos. Es fácil descargar las frustraciones de la vida sobre un ser indefenso.
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Desde que empecé a tener amistades con hijxs, hermanas con hijxs, observé que la violencia , no física, que esa no la he presenciado, pero la "verbal" (y por ende, mucho más la otra) se produce no para corregir al niñx, no para "educar". Se produce porque el adulto no ha sabido gestionar la situación desde el principio, y mucho antes del principio, y la forma de desfogar que tiene éste es violentar a las criaturas, ya indefensas antes esos métodos. Una vez descargada la adrenalina, todo vuelve a su lugar. Todo menos el menor.
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Cada vez que leo estas noticias o suposiciones de casos que se pueden dar, me entristezco profundamente.
Creo que no fui un padre pegón, aunque si un padre borracho, pero, tras largos y felices años de sobriedad, una de las protestas que tengo que hacerle a esta vida, es la de que no me enseñó la alternativa al bofetón, aal grito o al amedrentamiento para corregir un, considerado por mi, mal comportamiento.
A mis 74 años sigo haciendome la misma pregunta-protesta.
Por qué no me enseñaron?
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Empezemos, el tema clama al cielo: no tengo hijos, no me gustan los niños, me molestan los niños. De lo que más orgulloso me siento, y que volvería a repetir si volviera a nacer (volviendo aser niño) es "de morir sin descendencia, como murió mi padre" (Sabina). Sigamos: dicho esto, también digo que no estoy contra los niños, aunque en la intimidad me sienta fan de San Herodes (:es broma. "El chiste y el inconsciente" Freud). Ni odio a los niños. Pero sí estoy en contra de padre/madres estúpidos, amigos de sus hijos, condescendientes, orgullosos de su hija/o que maneja con dos años la tablet, al que lo primero que dicen es "guapa/o", y al que le repiten mil veces al día "te quiero" (sí, esa coletilla que poco tiene que ver con los sentimientos a fuerza de repetirla y que hemos aprendido de los abanderados norteamericanos). Los niños, por definición: molestan, son egoistas, engreidos, putean al compañero más débil, van de mayores, si se les ríe una gracia son incansables.... y los mayores creen que son los reyes del mundo, nada más lejos. En el ámbito privado cada cual tenga la paciencia con ellos que tenga a bien. En el ámbito público, no hay concesiones. Aunque dudo que la actitud infantil sea capaz de discernir entre ambos, y los padres, por el estilo. El niño necesita un referente, una norma, una autoridad. Eso sí, primero por las buenas, luego, si es necesario por las ¿malas? Educáis para la felicidad, el bienestar, el éxito, la familia, el cariño, pero ¿y para el fracaso, el sacrificio, el sufrimiento, el dolor, la muerte..? Una bofetada a tiempo es marcar los límites, un no rotundo es enseñar a que uno no tiene todo lo que quiere, un "te lo tienes que ganar" es mostrar la cara de la responsabilidad. ¿Cuántos hijos saben lo que ganan sus padres, para lo que dan los sueldos, cuánto cuesta la luz, un móvil, las vacaciones, la matrícula escolar, lo que visten...? ¿Cuántos son educados en una radical igualdad de sexos? Las primeras vacaciones de los niños sería llevarlos a un estercolero de América de Sur para que vieran cómo viven sus congéneres, entre la basura, o como a los cinco años, en Guatemala tienen que ir a recoger café. Eso, y una bofetada a tiempo.
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Ocultar 2 RespuestasLa única verdad incuestionable es que el adulto que pega a un niño lo hace porque es más fuerte que él, o sea que es un acto de cobardía flagrante. Recuerdo que mi padre dejó de pegar a mi hermano el día que éste, que aprendía judo, puso el codo de tal forma que la fractura de cubito y radio del agresor le hicieron modificar su actitud en lo sucesivo.... obviamente por miedo o prudencia. Baste añadir que el agresor era muy militar y mucho militar, lo que no le libró de ser claramente derrotado y con deshonra.... la misma que debería hacérsele patente a todo el que comete esa villanía.
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¿Cuál es el objetivo de la bofetada? ¿En qué situación se ha dado? ¿Se probaron otros métodos?
En mi opinión es un tema de mucha enjundia.
Creo que no se trata de “Bofetada, sí – Bofetada, no”. La cuestión está en saber cuáles son las razones que ha esgrimido el que dio la bofetada para llegar a esa actuación.
¿Ha razonado de manera sólida para corregir esa conducta con métodos persuasivos? ¿Ha avisado de las consecuencias si su comportamiento sigue siendo el mismo?
A veces hay situaciones en las que, agotadas todas las vías, si un educador, sea padre, madre, tutor… comprende que, para que su hijo/a o persona a su cargo, se haga consciente de que tiene que acatar unas reglas, pues vive en sociedad, y como tal, si quiere ser respetado, tendrá que aprender a respetar, es necesaria una penalización, tal vez en forma de bofetada (no digo que tenga que ser lesiva, pero sí significativa). Las personas tienen que aprender que el respeto a unas normas hace la convivencia más pacífica y justa para todos.
Pienso que, una bofetada controlada, sin perder los nervios, como último recurso para poner límites a las conductas que más tarde podrían ser nocivas para el propio individuo y para los demás, puede permitirse. ¿Se va a traumatizar por ello? Sinceramente, si la bofetada está dada desde el amor, desde el control, no creo que le traumatice, sino que le hará hacerse cargo de que tiene unos límites, los límites del “otro”, que también tiene derechos.
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Sólo quiero aplaudir calurosamente tu artículo. Qué poco se habla sobre el tema y qué importante es. El maltrato, la impotencia del maltratador y de la víctima. Esa buena educación " por tu propio bien", ese niño que intentará olvidar ese maltrato, que justificará incluso a sus padres, al padre que le dió la bofetada y a la madre que calla y consiente. Ese niño que un día acosará a un compañero, será un jefe cabrón en ocasiones, o volverá a dar a su vez una bofetada a su hij@ cuando sea padre o madre. Y todo lo hará por " su propio bien", porque no le enseñaron el lenguaje de la seducción, de la negociación, sino el del maltrato que pervierte la relación en una relación de victima, verdugo, de yo puedo abofetearte, tu eres un mierda que te lo mereces. Puede que ese niño lo olvide, o lo justifique, su inconsciente no.
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Una bofetada a tiempo, que todos hemos recibido y que alguna vez también hemos dado.
Una bofetada es una salida rápida y mala, de una situación límite, de tensión o de provocación constante, de la que nadie se siente orgulloso, ni quien la da, ni quien la recibe, ni quien la contempla
Es la manifestación de la impotencia y la falta de argumentos para vivir una situación
Pero como todo en esta vida, si una vez que ha pasado nos hacemos la pregunta correcta: - ¿Qué puedo aprender yo de esto? - Pues a buen seguro que todos los implicados en ese asunto de una forma u otra sacarán alguna conclusión
Si nos hacemos la pregunta equivocada: - ¿Quién tiene la culpa?- pues seguiremos igual que al principio, es decir sin entender que de cada experiencia, viene una enseñanza
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Ocultar 1 Respuestaswww.infolibre.es ISSN 2445-1592
Hereje, no se han librado los niños, me he librado yo. Los que teneis hijos no podéis entender qué cosa es no tenerlos. Yo no sé como se vive con hijos. Aparentemente parece que bien: dan alegrías. Lo que sé es, lo bien que se vive sin ellos. He conocido a padres que, aunque les ha costado, han acabado admitiendo, que no volverían a repetir la experiencia. ¿Sabéis lo peor? que no se puede no querer a un hijo. Y eso es tremendo: la esclavitud en estado puro, la esencia de la sumisión. De una pareja se puede uno separar: los sentimientos cambian. De un hijo no. Los sentimientos, por muy contradictorios que sean, serán para siempre: la esclavitud elevada a la enésima potencia.
Atea, mi infancia fue como la de todos: inconsciente, lejana, pasajera, sublimada: ¿feliz?
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