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Buzón de Voz

Sánchez, Casado y Galdós

Ahora que algunas plumas ilustres aprovechan el centenario de Benito Pérez Galdós para atizar un debate (absurdo) sobre su altura literaria y su compromiso ético, conviene recetar incansablemente la mejor medicina contra la soberbia de sus críticos: lean a Galdós. “Es sobrecogedora su actualidad”, como apunta certeramente Selena Millares (ver aquí). Y basta con observar estos días los hechos de la política y los ecos del periodismo para intuir que estos tiempos gaseosos envuelven la oportunidad de un cambio de época como el que el propio Galdós, con su realismo profundo y escéptico, auguraba lejano: “Han de pasar años, tal vez lustros, antes de que este Régimen, atacado de tuberculosis ética, sea sustituido por otro que traiga nueva sangre y nuevos focos de lumbre mental. Tendremos que esperar como mínimo 100 años más para que en este tiempo, si hay mucha suerte, nazcan personas más sabias y menos chorizos de los que tenemos actualmente”. (1)

Han pasado por España, efectivamente, más de cien años, una Restauración agónica, varios golpes de Estado, una dictablanda, una república, una guerra civil, la dictadura más longeva de Europa, una transición democrática (pragmática y amnésica), un bipartidismo tan imperfecto como soberbio, un estallido de indignación popular y pacífica (15M) y un multipartidismo reflejo de la pluralidad ideológica y de esa España diversa y plurinacional nunca asumida por unas élites sectarias y una sociedad enfermizamente crispada.

Ahí estamos de nuevo. En otra encrucijada cuya complejidad exige altas dosis de inteligencia política, generosidad, capacidad de diálogo y una mirada abierta a los retos y realidades del siglo. Sorprende la infinita capacidad de los españoles para compaginar la vanguardia del progreso en muchas facetas y la oscuridad de las cavernas en otras. Máter España: "fibra óptica y ladillas”, como canta nuestro lúcido superviviente Joaquín Sabina.

Se han reunido durante hora y media el presidente del Gobierno y el líder del PP, primera fuerza de oposición. No se esperaba nada de esa cita, pero tampoco han tardado ambas partes en confirmar la inutilidad de la misma (ver aquí). Al primero (o a su equipo) le sobró impaciencia para lanzar un comunicado denunciando la “estrategia de bloqueo” en la que “sigue instalado Pablo Casado” incluso antes de que el propio Casado ofreciera sus conclusiones tras la reunión. Y a Casado le ha faltado “lumbre mental” (que diría Galdós) para disimular mínimamente la evidencia de que su prioridad es competir con Vox por el voto de la extrema derecha, antes que ofrecer a la ciudadanía una alternativa de Gobierno fiable. Ha exigido a Sánchez, sin complejos, renunciar al Gobierno de coalición con Unidas Podemos, abandonar cualquier vía de diálogo con el independentismo, romper relaciones con el Gobierno de Venezuela, retirar la ley de eutanasia, no tocar una coma de la reforma laboral… en fin: a punto ha estado de reclamar a Sánchez un compromiso de voto al PP y una reinhumación de los restos de Franco en el Valle de los Caídos. (Ver aquí).

El único objetivo práctico que podía tener esta reunión en la cumbre era sentar las bases para un diálogo que, sin renuncia alguna al programa político de cada cual, permitiera al menos la renovación de los órganos constitucionales básicos en el funcionamiento del sistema democrático más allá del Ejecutivo y el Legislativo. No parece existir la menor posibilidad de abordarlo. El Tribunal Constitucional, el Consejo General del Poder Judicial, la Comisión Nacional del Mercado de Valores, la Junta Electoral Central, la Comisión Nacional de la Competencia, el Consejo de RTVE, el Defensor del Pueblo… mantienen la composición de mayoría conservadora desde mucho antes de la moción de censura parlamentaria que tumbó al Ejecutivo de Mariano Rajoy. Y Casado no tiene ninguna intención de permitir que la mayoría progresista con apoyos nacionalistas que salió de las urnas en abril y en noviembre de 2019 se vea reflejada en esas instituciones del Estado que la Constitución preveía que respondieran a las mayorías sociales representadas en el Parlamento. Presumen de “constitucionalistas” hasta dormidos, pero del espíritu y la letra de la Constitución hacen versiones a la medida de sus intereses particulares y partidistas.

El Gobierno va tomando decisiones sociales o fiscales cada semana con tanto entusiasmo como ponen la oposición y sus altavoces mediáticos en desviar la atención hacia Venezuela, o en denunciar errores (clamorosos) como la gestión del diálogo con los actores principales del conflicto agrícola. Hemos entrado ya (¿habíamos llegado a salir?) en nueva fase electoral , con las citas señaladas para el 5 de abril en Euskadi y Galicia, a la espera todo el mundo de que el independentismo resuelva su fractura interna, fije fecha para su propia contienda en las urnas y se ponga en marcha esa mesa de diálogo sobre Cataluña que puede facilitar a su vez los Presupuestos del gobierno estatal. No se alcanza a divisar el fin de este ciclo de provisionalidad e incertidumbre política. Quizás convendría hacerse a la idea de que ese estado de volatilidad será ya la constante de las próximas décadas.

El debate sobre Galdós: compromiso, realismo y prestigio

El debate sobre Galdós: compromiso, realismo y prestigio

Pero convendría elevar el dron del análisis del corto plazo para observar el dibujo completo de este cambio de época. Quizás alcanzáramos a observar la pequeñez de las disputas electorales en comparación con la urgencia de compartir proyectos de país y hojas de ruta para una convivencia fructífera. Dicho en román paladino: si el PP mantiene la prioridad de disputar a Vox el espacio de la extrema derecha; si el independentismo de ERC no asume con todas las consecuencias que sus objetivos legítimos no pueden imponerse por vías unilaterales; si el Gobierno de coalición del PSOE y Unidas Podemos no defiende con valentía un proyecto de España inclusivo, plurinacional y radicalmente democrático… seguiremos instalados en el bloqueo o, lo que es peor, en el riesgo del retroceso. Para alegría de aquellos que, desde las élites económicas o desde los sillones institucionales que ocupan como por inspiración divina, siguen añorando alguna de las versiones del turnismo que Galdós denunciaba con absoluta crudeza hace más de un siglo: “Pasarán unos tras otros dejando todo como hoy se halla (…) No acometerán ni el problema religioso, ni el económico, ni el educativo; no harán más que burocracia pura, caciquismo, estéril trabajo de recomendaciones, favores a los amigotes, legislar sin ninguna eficacia práctica, y adelante con los farolitos…”

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(1) ‘La Fe Nacional y otros Escritos sobre España’, editado en 2013 por la editorial Rey Lear, reúne discursos y textos de distintas obras de Galdós publicados en 1912.

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