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Diario de una confinada

He ido al supermercado y a la farmacia, nunca lo olvidaré

“Esta mañana he ido al supermercado”. Nunca pensé que escribiría esto en un diario como un hecho extraordinario. Tan solo recuerdo jornadas memorables de supermercado cuando trabajaba en un programa despertador en la radio que me obligaba a madrugar tanto que vivía en permanente estado de somnolencia. Cómo olvidar aquellas tardes de hacer la compra con la sensación de que era el carro el que tiraba de mí y arena de playa en los ojos.

Lo de ir a comprar con cuerpo de sonámbula es una de las batallitas de abuela radiofónica que cuento siempre en las cenas –cómo estarán mis amigos de mí–. Ya ve usted, levantarse a las cinco de la mañana para despertar a otros haciendo lo que más te gusta, tremenda heroicidad…

“Después he visitado la farmacia”. Esto tampoco sería en otro momento de nuestra vida como para titular un capítulo del Planeta finito de Globe Trekker. Reconozco que tengo cierta afición por las farmacias, ya me gustaban de pequeña, cuando entraba a ver a Alicia, la farmacéutica de la bata blanca y los ojos verdes. Me quedaba extasiada cuando le veía cortar con una navajita esos cuadraditos punteados de las cajas de los medicamentos y los pegaba con un celo a la receta. Seguro que en algún momento soñé con ser farmacéutica de mayor para poder hacer algo tan fascinante.

La farmacia de mi barrio olía a menta, como los caramelos que me regalaba Alicia. Aunque yo pensara que el aroma mentolado lo tenía ella en la mirada, ideas locas con las que fabulamos los niños cuando aún la realidad no nos ha cortado en seco el grifo de la imaginación…

Nunca me había parado a pensar en la experiencia que supone entrar en el supermercado o en la farmacia hasta hoy, que lo he hecho por primera vez desde la cuarentena.

En la puerta del supermercado había cuatro personas esperando a que alguien saliera para poder acceder, algunas guardando la distancia social con más celo y otras con menos. Mientras hacía una compra rápida para mi casa y para mi madre, sonaban las preguntas constantes al encargado por algún producto agotado: no muchos, la verdad. Él respondía con la amabilidad de siempre y la preocupación de nunca antes… Y, al acercarme a la caja, se me han clavado los ojos en esas líneas rojas marcando la distancia social recomendada.

Después he ido a la farmacia, donde he vuelto a vivir la fascinación por mi Alicia de hoy, la que me conoce por mis alergias y porque compartimos barrio. Preocupada, como todos, pero con sonrisa, como siempre. Me ha dicho que se alegraba muchísimo de verme y he sentido que se alegraba de corazón, porque yo tenía la misma sensación, como si hiciera un siglo que no nos viéramos. Si no estuviera prohibido, creo que me habría saltado la línea roja de la distancia con el mostrador y nos habríamos abrazado.

Mi farmacéutica me ha preguntado que cómo me estaba organizando y le he contado que llevo confinada desde el pasado viernes, que solo salgo para lo inevitable. Que sigo en la radio haciendo mi repaso a las noticias con humor… pero desde casa. Y que estoy escribiendo un diario en infoLibre. No sabe, por cierto, que hoy hablo de ella…

Confieso que he sentido cierto apuro al contarle mi plan de vida, tremenda heroicidad hacer lo que más te gusta desde tu casa, mientras te proteges y proteges a los tuyos… Ella tiene que abrir la farmacia para que los que lo necesitamos podamos acudir y se ha cambiado de casa para no ser un riesgo añadido a su madre, mayor, o sea, grupo de riesgo.

Esta mañana le he dado las gracias a la cajera del supermercado: lo normal que hacemos todos al pagar, ese mantra de respeto. Pero hoy había algo más, he necesitado explicarle que las gracias de hoy eran distintas, más intensas, más profundas. He tenido que decirle, como ha hecho la señora que ha pagado un poco antes que yo, que le daba las gracias por estar ahí, cada día, faltando a su confinamiento para que no nos falte nada a los que podemos cumplirlo.

Del supermercado he salido llorando y de la farmacia también. Ya, ya lo sé, tremenda heroicidad llorar en días como estos… cómo no vamos a llorar de miedo y tristeza pero, además, cómo no vamos a llorar de admiración, de gratitud y de reconocimiento por todos aquellos que en los momentos más difíciles siguen al pie del cañón y si les da el ánimo, lo hacen con una sonrisa.

En las situaciones más difíciles sale a flote lo mejor y lo peor del ser humano, esto ya nos lo sabemos. Siempre están el que se remanga y se pone al tajo y saca fuerzas de donde no las tiene para sumar y enfrente el que disfruta mucho más expandiendo material tóxico. Esto va en gustos pero a mí la cropofilia no me pone nada… En realidad a mí solo me interesan los primeros, los que suman, para los otros me he puesto la mascarilla y no toco sus argumentos ni con guantes. Por mí, el que no quiera ayudar que se confine en su propio jugo.

Hoy, antes de dormir estoy segura de que visualizaré las marcas rojas del supermercado y de la farmacia. Las marcas rojas que nos recuerdan que no podemos acercarnos los unos a otros y que, sin embargo, tenemos que estar más juntos que nunca.

La canción de hoy es por el océano de lágrimas que vamos a llenar por todo el dolor, pero también por tanta gratitud.

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