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Muros sin Fronteras

Trump necesita el miedo y una vacuna

Ramón Lobo

Ramón Lobo

EEUU es un imperio extraño porque detesta serlo, prefiere sentirse isla-continente, un mundo autosuficiente capaz de autoabastecerse política, económica, cultural y emocionalmente. Los campeones de sus ligas de béisbol, baloncesto y fútbol americano son campeones del mundo sin necesidad de competir con el resto del planeta. La presencia de algunos equipos de Canadá sirve de coartada. También es contradictorio: desea dedicarse a sus cosas y al mismo tiempo necesita de una presencia militar global constante para proteger sus rutas de abastecimiento y el control, directo o indirecto, de las fuentes de energía para que gire la rueda del hámster.

La rueda del hámster es el sistema.

El sistema no es democrático porque premia la explotación y la desigualdad, hace la guerra y no cree en los derechos sociales y laborales. Hay que sacárselos con fórceps y defenderlos día a día de los contraataques. Ahora estamos ante uno de los más fuertes. Tampoco cree en la catástrofe climática porque de momento gana más dinero matando el planeta que salvándolo. Al sistema siempre le han gustado los hombres fuertes, que se lo pregunten a Henry Ford, el fabricante de coches, no el actor. Donald Trump forma parte de esta rebelión de las élites.

En las campañas electorales de EEUU se habla mucho de asuntos domésticos. Se considera que están más próximos a las preocupaciones de los votantes. En un imperio-isla-continente lo que preocupa a un granjero de Kansas parece de otro mundo a un jubilado en Florida. Los asuntos domésticos son múltiples. Si hay asuntos foráneos están vinculados a los de casa. China, por ejemplo, sirve para tapar la gestión de la pandemia.

Aquellos que se presentan como solución anti Washington (entiéndase la élite que gobierna el país) sostienen que la política exterior es un juego de salón que dificulta la solución de los asuntos que interesan al pueblo. Sabemos que es demagogia, pero les funciona. Donald Trump venció a Hillary Clinton en 2016 con una plataforma nacionalista. El America First es un lema genial. Resuelve de un plumazo los diversos asuntos domésticos en el país-continente. América primero es un comodín que encaja en cada votante.

Trump prometió millones de puestos de trabajo, levantar un muro con México (que pagarían los mexicanos) y acabar con las deslocalizaciones: empresas estadounidenses que trasladan la fabricación de sus productos a países con menos costes salariales. Es una música que gustó a los obreros blancos zarandeados por la crisis económica de 2008, pese a que su problema más grave no es Wall Street, sino la crisis de un modelo productivo atropellado por los tiempos.

En EEUU conviven tres o cuatro mundos a distintas velocidades. El más avanzado se halla a la vanguardia de la gran revolución tecnológica. Tienen los mejores medios a disposición de los investigadores más destacados. Son punteros en casi todo. Existe un Tercer Mundo de pobreza y desesperación en barrios atrapados en un círculo de violencia que impide prosperar a sus habitantes. Quien nace pobre, sigue pobre. La pobreza también se hereda.

En Nueva York se puede pasar en cinco minutos del lujo extremo de la Quinta Avenida a calles que parecen arrancadas de una película apocalíptica. Son mundos paralelos que no se ven ni se tocan, parecen viajar por rieles separados. Nadie se pregunta por el funcionamiento de un sistema que multiplica la riqueza de los muy ricos mientras que esquilma a los más pobres.

Trump tiene difícil ganar. Su gestión de la pandemia no la salva ni una vacuna mentirosa, que es lo que busca desesperadamente. Necesita un error de Biden, ganar los tres debates o un milagro. No debe creer en él porque trabaja en varios frentes para alterar el resultado del 3 de noviembre. Solo unos apuntes, tenemos meses para desarrollar el asunto:

Arremeter contra el voto por correo promoviendo cambios internos en el Servicio Postal de EEUU que dificulten la entrega de las papeletas a tiempo, crear un caos y proclamar, si pierde, que le han robado las elecciones.

- Ofrecer un despliegue militar para proteger los colegios electorales. Algo inconcebible que los demócratas consideran un intento de intimidación a los votantes.

- Confiar en las papeletas anuladas, más de medio millón en el proceso de primarias. Una cifra similar podría alterar el resultado en los Estados clave.

(Una lectura esencial: este texto del antropólogo Wade Davis sobre cómo la pandemia va a liquidar la era americana).

Hay datos que apuntan a una derrota del presidente y una debacle republicana en el Senado. El escaño de Arizona está en peligro cuando se trata de un Estado conservador. El aspirante demócrata ha despegado en las encuestas en apenas diez días. Ahora tiene una ventaja de 19 puntos sobre su rival republicano. Algo se mueve en el fondo.

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El arma nuclear de Trump, además de vender un crecepelo como vacuna contra el covid, es el miedo. Su rival Joe Biden no es Barack Obama. No despierta el mismo entusiasmo. El 50% de los que aseguran que le votarán destacan como principal motivo que no es Trump. No es un tipo que ilusione. Es otro producto del sistema. Puede haber remontada. No sería la primera.

El miedo fue el motor que movilizó hace cuatro años a los obreros blancos. Las declaraciones racistas, y los tuits, tienen una razón de ser, se dirigen a esa América blanca que empieza a desaparecer con el auge de las minorías negra, hispana y asiática, y el mestizaje. En 2020 se suman dos miedos nuevos: el mundo pospandémico que podría arrasar las últimas certezas y el miedo a la violencia callejera. Por eso Trump trata de convertir el movimiento de protesta Black Lives Matter en una amenaza para los blancos pobres y los blancos ricos, para los barrios suburbanos que serán decisivos en varios Estados. Es ahí donde Trump está jugando sus bazas. Su música vuelve a encontrar oídos dispuestos a escucharla. Lo ocurrido en Wisconsin con el tiroteo por la espalda de Jacob Blake es una bendición para Trump.

Charles de Gaulle dijo que las elecciones de EEUU eran tan importantes para los europeos y para el mundo en general que deberíamos votar todos. Si en su día fue un divertido sarcasmo de la grandeur francesa, hoy es una urgencia política. Todo se andará.

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