Plaza Pública

La izquierda derrotada que yo he visto en las elecciones andaluzas

Alejandro Sánchez Moreno

Ya están aquí. Y eso que habíamos llegado hasta a creernos vacunados contra esto. Pero no era así, y ahora la extrema derecha, abiertamente clasista, machista, racista y homófoba, ha entrado de nuevo en las instituciones. Y no de cualquier forma, no crean, que ha sido por la puerta grande. ¡Nada menos que 12 diputados!, logrados en unas elecciones autonómicas en las que tenían que sortear las trampas de una ley electoral injusta, y que encima han conseguido justo donde más difícil parecían tenerlo. Aunque las encuestas ya avisaban de esta posibilidad, la verdad es que la tragedia prometida nunca deja de doler, e incluso impacta más. Ahora le toca reflexionar, y mucho, a una izquierda que no parece estar fuerte en eso de la autocrítica, y cuyo cainismo a veces la deja ciega, llegando a aprovechar sus derrotas para atacar al adversario o justificarse con oportunismo si es necesario. Pero esto ya es serio, y hay cosas que no podemos permitirnos a ciertas alturas.

La situación es extraña. Y es que a la complejidad inherente a todo fenómeno social se le une el hecho de que no es fácil encontrar paralelismos históricos aquí. Indudablemente las circunstancias del surgimiento de la ultraderecha hoy son muy distintas a las de los años 30, ya que ahora esto no está siendo fomentado por el propio sistema ante el miedo a la expansión del comunismo. No. Por mucho que no queramos verlo,a los Strache, Salvini o Le Pen, ni los ha creado ni los promueve un sistema que solamente recurre a estos personajes cuando sus intereses se ven amenazados, siendo así que la única notable excepción aquí podría ser la que se ha hecho aupando a Bolsonaro en Brasil frente al Partido de los Trabajadores. El fenómeno es mundial, y por lo tanto difícil de atajar, pero también es cierto que la izquierda española se ha parado poco a reflexionar sobre qué hacer ahora.

Despertados por la fuerza a la realidad, ha llegado el momento de analizar el problema. Ya urge un debate sincero en el que no se adapten los datos a la conveniencia de cada cual, en una autocrítica sosegada y constructiva, que no debería hacernos caer en simplismos, ni buscar a culpables únicos en un fenómeno que es claramente multicausal. Humildemente, quisiera contribuir a esta cuestión, con unas reflexiones que han venido asaltándome durante la campaña electoral que he vivido en primera persona como candidato de Adelante Andalucía. Entiendo que aunque mi experiencia es subjetiva, también es cierto que la realidad se construye en base a distintas subjetividades, que pueden servirnos para arrojar algo de luz al porqué del fracaso de una izquierda que se ha mostrado incapaz de movilizar el voto de los indignados del sistema en favor suyo. Una izquierda derrotada, y que, una vez más, parece estar inmersa en una nueva encrucijada que llega, para nuestra desgracia, con otra crisis económica a la vuelta de la esquina y con el conflicto catalán como telón de fondo. Un escenario poco halagüeño, desde luego.

Realidades de la campaña y los resultados

Por mucho que siempre nos parezca que todo se va a decidir en el último momento, una campaña electoral no suele determinar sustancialmente los resultados. A pesar de ello, no conviene minusvalorar nunca el significado de las campañas, ya que además de la importancia obvia que tienen en términos electorales, se suma el que de ellas se pueden extraer algunos elementos interesantes que muestran la realidad interna de la organización que se presenta a las elecciones. Así, la ausencia o no de carteles, de actos políticos, el número de apoderados e interventores y otros datos son unos valiosos medidores del estado organizativo de los partidos y coaliciones, que se muestran además con toda su claridad en aquellas organizaciones con tradición militante.

Dada mi propia experiencia durante la campaña, unida a la lectura de más de quince informes internos de distintos órganos de varias de las entidades que componen Adelante Andalucía, puedo afirmar que esta campaña ha sido totalmente atípica, y que el músculo organizativo ha fallado, y mucho, en las elecciones andaluzas. Y aunque, de cara al exterior, los actos centrales llenos de gente y la cartelería generosamente repartida por todo el territorio andaluz pudieran hacernos creer lo contrario, la verdad es que no recuerdo una campaña con menor participación de la militancia que esta última: actos casi vacíos en algunos distritos con amplia tradición izquierdista como los de los barrios de Torreblanca o Cerro-Amate en Sevilla, bajada importante del número de interventores y apoderados en los colegios electorales, o una menor implicación de la militancia en los repartos y las pegadas... Todo ello ha sido la tónica habitual en una campaña en la que no he logrado percibir la ilusión militante que sí hemos vivido en otras convocatorias.

Y esto ha ocurrido a pesar de que las expectativas no eran malas, ni mucho menos, llegando algunas encuestas a hacernos creer que íbamos a poder rivalizar con el PP por ser segunda fuerza política. Y aunque los resultados finales han quedado alejados de ello, tampoco es que estos hayan sido ni mucho menos desastrosos, a pesar de que el éxito de la extrema derecha pueda nublar nuestra razón. Así, no entiendo que los números arrojados por las elecciones signifiquen por sí una derrota, aunque si entendemos estos como otro medidor infalible –en este caso, sobre la situación y el nivel de conciencia de las clases populares–, la verdad es que tenemos un problema. Y no. Por suerte no es que estemos hablando todavía de que el discurso de Vox haya calado entre los trabajadores –lo que no quiere decir que no pueda pasar en muy poco tiempo–, sino que ante el derrumbe del PSOE, la izquierda transformadora no ha sabido atraer a sus posiciones a una clase trabajadora cada vez más desengañada de la política y del propio sistema.

Hablar de pornografía en las 3.000 viviendas

Una de las primeras cuestiones que han salido a la palestra tras las elecciones ha sido el papel que ha podido jugar en su resultado la llamada diversidad. Era previsible que así ocurriese, ya que desde que Daniel Bernabé pusiera el dedo en la llaga sobre lo que él denomina "la trampa de la diversidad", hemos sido muchos los que hemos participado en el debate sobre la fragmentación de la identidad de la clase trabajadora. Resulta tentador ciertamente recurrir a esta teoría como explicación de todos los males que aquejan a una izquierda que en algunos momentos parece que se ha convertido en caricatura de sí misma, y que ha abandonado en muchos casos las cuestiones estructurales, dejando de hablar de los problemas reales de la gente para centrarse en lo meramente simbólico. Pocos podrán negar desde luego el que –aun sin minusvalorar la importancia que tienen las luchas por los derechos parciales–, es cierto que las luchas generales de clase a veces se pierden, y por supuesto que esto ha sido aprovechado por el propio sistema en su beneficio.

Yo, sin ir más lejos, me he visto en esta campaña repartiendo un panfleto en los barrios del Polígono Sur –en la zona degradada conocida como las 3.000 viviendas–, donde Adelante Andalucía hablaba de las maldades de la pornografía. Al hacerlo era consciente del ridículo de la situación, pues, ¿qué mensaje estábamos lanzando a los vecinos que viven en uno de los lugares más pobres de Europa? ¿Tal vez que lo prioritario era discutir de pornografía? No cabe duda de que el debate es interesante, pero somos una fuerza de izquierda dirigiéndose a personas cuyos problemas superan con creces eso. Sintiéndolo mucho, no creo que esta sea la forma de acercarnos a la gente, para después lamentarnos y preguntarnos por qué no nos votan en masa en los barrios obreros.

En todo caso, y haciendo de abogado del diablo, me atrevo a afirmar que aunque la cuestión de la diversidad es algo para discutirse y mucho, no creo que aquí haya sido una causa determinante en la derrota andaluza. En otros países, con partidos con modelos antagónicos en este sentido –como el de los comunistas griegos, por ejemplo–, tampoco se han librado de la irrupción de la ultraderecha. Además de esto, en Andalucía, tanto en campaña como en la práctica política diaria de los partidos que componen Adelante Andalucía, el mensaje obrero siempre ha sido nítido y claro. Y sin obviarse nunca las luchas parciales, creo que aquí sí que se ha sabido conjugar bien estas con un mensaje unificador de clase al que no se ha dejado de recurrir antes, durante y después de la campaña. Así que habrá que buscar otras causas para explicar los resultados electorales.

Política unitaria irreal

Otro de los argumentos que se han esgrimido con mayor virulencia para explicar lo sucedido ha sido el del fiasco de las políticas unitarias. Estas tesis, basadas en datos objetivos aunque fácilmente manipulables, han sido adaptadas a los deseos de los grupos que desde siempre cuestionaron el modelo unitario, aunque es cierto que en parte aquí tienen algo de razón. No comparto desde luego el que la unidad sea perjudicial en ningún caso. Mi crítica es distinta y va más allá, ya que entiendo que la política unitaria nunca ha llegado a ser real, ni en Sevilla ni en Madrid. Y esto lo veo así porque la tan cacareada unidad no será nunca posible si se construye desde arriba, pues no es lo mismo una unidad real de fuerzas populares que una coalición electoral pactada entre dirigentes, que es lo que realmente ha sido Adelante Andalucía y es también Unidos Podemos.

Así, por mucho que se haya intentado maquillar a Adelante Andalucía como una gran construcción de convergencia de las izquierdas andaluzas, la verdad es que la percepción que hemos tenido muchos es que esto no ha pasado de ser un mero pacto electoral entre Podemos e Izquierda Unida, al que se han añadido dos entidades políticas prácticamente inexistentes (Izquierda Andalucista y Primavera Andaluza) para aparentar ser algo mayor. Y la prueba palpable está en que cuando una de las fuerzas que participaron al principio en el proyecto como Equo no obtuvo ningún puesto de salida en las listas acordadas, abandonó Adelante Andalucía, demostrando con ello lo lejos que estábamos de construir una verdadera unidad popular real al margen de lo exclusivamente electoral.

Además en la construcción de la confluencia, en la elaboración de las listas electorales definitivas, muchos de los candidatos y candidatas que pasaron un proceso de primarias en sus propias organizaciones se han sentido desplazados al pactarse desde arriba –y a posteriori– los puestos que correspondían a cada organización. Muchos han visto esto como una trampa, ya que de este modo se podía dar el caso de que quien ganase las primarias en uno de los partidos en una provincia concreta, se viese desplazado al quinto lugar en la lista; o alguien que hiciese lo propio en otro partido y otra circunscripción, pudiese acabar siendo el número tres en la provincia gracias a la magia de unas negociaciones que en algunos sectores –a boca pequeña, evidentemente– han afirmado ver como una manera de quitarse de en medio a gente incómoda. Sean reales o no, estas sospechas no ayudan en todo caso a construir la tan deseada unidad, ya que dan pie a que los grupos que se sienten agraviados estén dispuestos a utilizarlo en las clásicas luchas internas partidarias por el control del poder.

Las luchas internas

Efectivamente, si hay algo indisolublemente unido a la historia de la izquierda son las luchas fratricidas. Claro que en Adelante Andalucía esto no iba a ser distinto, y a las divisiones internas a nivel estatal de los partidos (errejonistas, pablistas o teresistas en Podemos o garzonistas y zamoranos en IU), se han unido aquí problemas internos locales o provinciales de las propias organizaciones, o incluso rivalidades entre unas y otras (núcleos del Partido Comunista enfrentados a asambleas de IU, círculos de Podemos enemistados con las asambleas de IU…) que se han podido dar en un sinfín de combinaciones gracias a las miserias que hay en toda casa que se reclame de izquierdas. Aunque esto parezca inevitable, hay unas leyes no escritas que aconsejan no llevar nunca las luchas internas al tablero electoral, ya que el sentido común aconseja permanecer unidos frente a los enemigos comunes. Lamentablemente esto no fue siempre así en la pasada campaña, y en muchos lugares las disputas han salido a la luz.

Y no. No crean que hablo solo de los grupos y personajes que no han hecho campaña por estar enfrentados a tal o cual dirección (entre los que cabe destacarse tal vez a un notorio dirigente diputado-jornalero de El Coronil), sino de actuaciones mucho más graves y que yo mismo he sufrido. Por ejemplo, podría contarles cómo llegué a verme solo junto a diez personas en un acto en Torreblanca (Sevilla), porque según supe después, algunos militantes del círculo de Podemos del barrio, descontentos con eso de la confluencia, se dedicaron a desconvocar el acto en las horas previas. Por supuesto que esto no es cosa de Podemos en exclusiva, ya que en IU también tenemos lo nuestro. A mí mismo me han cancelado varios actos a última hora por orden del Consejo Provincial de IU, para sustituirme por gente afín a ellos –en algunos casos sin ser ni siquiera candidatos–, por ser probado y público el que no cuento con las simpatías de la dirección provincial sevillana. Estas fricciones por copar el protagonismo de los actos también llegué a vivirlas con gente de Podemos y, en una ocasión, hasta tuve que retirarme de un debate con otros partidos, ante la propuesta ridícula de que una dirigente –que no era candidata– de Podemos y yo mismo, repartiésemos los minutos que nos correspondían en cada intervención.

Pero aunque me constan más intentos de boicot y luchas absurdas por toda Andalucía, tampoco creo que esto haya sido ni mucho menos determinante en los resultados. Mi propia experiencia y la de otros compañeros y compañeras me hacen pensar que, aunque se hayan dado muchos casos como los descritos, esta no ha sido la tónica habitual en el trabajo. Por suerte para nosotros, la mayoría de nuestra gente sabe responder, y a las geniales relaciones que han mantenido las direcciones andaluzas de IU y Podemos, hay que unir ejemplos claros de colaboración entre organizaciones de base que han sido realmente extraordinarias. De hecho, podría afirmarse incluso que allí donde las relaciones entre organizaciones han sido más fluidas, se han sentado bases sólidas para una futura y real unión, que de aprovecharse podrían servir para un marco de unidad que superase lo meramente electoral.

Sustitución de la militancia por politólogos y asesores

Más determinante para el fracaso andaluz ha sido, a mi entender, una deriva general que está convirtiendo la política de la izquierda transformadora en un mero producto de marketing, en el que la militancia que tradicionalmente ocupaba el centro de la acción política ha sido desplazada a un segundo plano por políticos profesionales que, como actores, repiten argumentarios elaborados por los gabinetes de prensa en mítines-espectáculos que se difunden por las redes sociales. Y es que, como ha expresado recientemente en un lúcido artículo el periodista Raúl Solís, parece que la izquierda ha sustituido “a las agrupaciones del partido en los barrios por los gabinetes de prensa, a los militantes por politólogos y a las estrategias políticas por argumentos cortoplacistas.”

Esta manera de hacer política, que resulta evidente en Podemos desde su fundación, ha empezado a calar cada vez más en Izquierda Unida, y esta cita electoral ha sido ejemplo claro de ello. En esta campaña, los candidatos y candidatas –al menos en Sevilla– no hemos tenido apenas margen para la maniobra, siendo fiscalizados en casi todo por algún asesor o responsable de prensa que siempre estaba ahí para decirnos qué hacer. Por ejemplo, recuerdo como en un acto en Lebrija en el que compartí mesa con María García –la que aquí se conoce como la Mari del SAT– se nos pidió que estuviésemos un tiempo antes en el evento para darnos las directrices sobre lo que teníamos que decir. Ni Mari –que como dirigente del campo que es, sabe perfectamente de lo que tiene hablar en una localidad de jornaleros– ni yo –que trabajo en el pueblo–, necesitábamos consejo alguno, y por eso no acudimos antes al acto, pero a los dos nos pareció muy significativo aquel ofrecimiento.

Y es que, aunque sin duda las luchas internas, los fracasos electorales y los pactos cupulares sin contar con los militantes pueden mermar la actividad de estos, yo creo que el motivo principal por el que no hemos contado con muchos de los nuestros en estas elecciones es el que la propia estrategia política ya no piensa en ellos. Las evidencias están ahí. Podemos, sin ir más lejos, estuvo desaparecido en muchos colegios de la capital cuando hace unos años superaban en número de apoderados a todos los grupos políticos; las mesas informativas en más de una ocasión tuvieron que suspenderse en algunos barrios por falta de voluntarios; la cartelería –aunque se pegó– salió con el sobreesfuerzo de unos pocos militantes que veías una y otra vez en todas las actividades para suplir el trabajo que no realizaban otros… Esta impresión personal, salvo alguna excepción, se ha confirmado en conversaciones informales mantenidas con otros candidatos y dirigentes de toda Andalucía.

La pérdida de bases activas en la izquierda no es un tema baladí, desde luego, y no sólo no lo es por el romanticismo que entraña la militancia, sino por la necesidad que tenemos de contar con ella en unas organizaciones que no tienen altavoces en los medios del sistema para expandir su mensaje, y que además, aspiran a retomar las calles que se abandonaron hace unos años para centrarnos en lo meramente electoral. La pérdida cada vez más preocupante de masa militante está ocurriendo de manera palpable, a pesar de que las primeras autocríticas que se han escuchado hasta ahora hacen énfasis en la necesidad de multiplicar el trabajo de las bases para poder estar en los conflictos sociales para frenar a la extrema derecha. Resulta curioso cuanto menos que alguien sea capaz de teorizar así sin hacer mención al cómo hemos llegado hasta aquí, y sin advertir tampoco que para ello hace falta recuperar el papel de una militancia a la que en los últimos tiempos cada vez se margina más de la actividad política.

La izquierda derrotada

Pero todos estos problemas quedan nuevamente subordinados a lo que para mí es el quid de la cuestión del porqué de la derrota de la izquierda. Y no. Esta no es responsabilidad de Maíllo o de Teresa Rodríguez, pero tampoco de Garzón, Pablo Iglesias, Errejón o Llamazares. El problema no es andaluz, ni español, ni tampoco europeo. Porque el problema es mundial y está ahí desde hace décadas, que es el tiempo que hace que la izquierda transformadora es incapaz de plantear una alternativa al sistema. Porque los aciertos o errores en las tácticas o estrategias de cada organización podrán influir en que la caída de la izquierda sea mayor o menor, pero la realidad es que hemos sido derrotados. Pero no lo hemos sido ahora que vemos cómo la extrema derecha crece en Andalucía recordándonos tiempos oscuros que creíamos superados. Porque nos vencieron mucho antes, justo en el momento en el que perdimos el referente de la utopía y aceptamos el capitalismo como mal necesario después de haber teorizado que el sistema era insostenible. El problema es que teníamos razón. Lo es. Y las nuevas crisis económicas que ya se asoman lo vuelven a demostrar, porque este modelo de crecimiento que privatiza beneficios y socializa pérdidas va camino de convertirse en una distopía en la que una plutocracia, cada vez más reducida, va controlando cada vez más resortes de poder mientras la gran mayoría de la población se empobrece más y más.

Ante esta situación, la gente busca respuestas que nosotros no sabemos dar, porque no confiamos en poder plantear una alternativa real. Y si nosotros no creemos en nuestras propuestas, ¿cómo vamos a pretender ser referente de nada? Están llevando a la gente a niveles de desesperación no conocidos en mucho tiempo, mientras nosotros sólo podemos ofrecer lavar la cara al sistema, pretendiendo arrancar concesiones a un capital que no está dispuesto a hacerlas. Y que ya se ha fijado en nuestras pensiones, y en nuestras escuelas, y en nuestra salud, y en todo aquello que se les arrancó a base de mucha sangre y lágrimas, y que cedieron para que no acabásemos con ellos. Pero ahora que no somos un peligro para su supervivencia, ¿cómo vamos a pensar que van a devolvernos nada? Con sindicatos desmantelados y partidos de izquierda que sólo rezan por volver al pacto social, o que intercalan discursos rupturistas con prácticas reformistas, no vamos desde luego a asustar a nadie. En este contexto es fácil que la gente, desesperada, empiece a hacer oídos a la demagogia ultraderechista, y ese es el peligro que nos acecha y que está creciendo delante de nuestras propias narices sin que hagamos nada por evitarlo. Se avecinan tiempos duros y nosotros seguimos durmiendo el sueño de los justos mientras el mundo se desmorona, y lo mismo cuando despertemos será ya demasiado tarde. Ojalá me equivoque, pero vamos por ese camino, y por ahí está cada vez más claro que no hay salida. ___________

Alejandro Sánchez Moreno es docente e historiador y fue candidato al Parlamento por Adelante Andalucía en las últimas elecciones

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