Plaza Pública

Amar a España sin los españoles

La presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, muestra en la Asamblea un largo pliego de papel para demostrar lo mucho que su Gobierno hizo por las residencias.

Baltasar Garzón

Los españoles volvemos a recorrer nuestro país con recobrada libertad, después de más de tres meses de confinamiento. Y lo hacemos en un momento de equilibrio muy delicado, cuando mejora la situación con el descenso generalizado de contagios, la actitud responsable de la mayoría de la población y la necesidad de una reactivación de nuestra economía, que apuesta por la temporada turística. Pero también con el riesgo de que la relajación de las normas, el buen tiempo y las vacaciones, así como la llegada de turistas patrios y procedentes de otros países, puedan provocar nuevos y peligrosos brotes de la enfermedad.

El primero en hacer patente el miedo ha sido el presidente gallego Alberto Núñez Feijóo, que con unas pocas palabras ha roto en mil pedazos la fama que se estaba forjando de hombre moderado y dialogante. "España necesita una norma de salud pública que permita prohibir la movilidad de determinados territorios en una situación de pandemia si el número de contagios sigue siendo alto", dijo sin mencionar a Madrid por su nombre, pero dejándolo muy claro. Apenas tardó 24 horas en rectificar, se supone que presionado por el sector turístico gallego (solo en 2019, los madrileños realizaron más de un millón de viajes y gastaron 377 millones de euros en Galicia según el Instituto Nacional de Estadística) y por sus propios compañeros de partido que encabezan otras comunidades, empezando por la de Madrid cuya presidenta, Isabel Díaz Ayuso, saltó al quite de inmediato: "De repente, esos mensajes del terruño a mí me ofenden profundamente porque los madrileños no se han movido todavía de la comunidad y ya estamos viendo cómo hay brotes en otras partes".

La cuestión no es sólo de dirigentes políticos. #HartosdeMadrid, #Madrileñosgohome, #OdioMadrid y #Odioalosmadrileños son algunos de los hashtag de las redes sociales, que prodigan una ola de fobia hacia los habitantes de la capital, provocando que Fernando Simón saliera a defender que "no hay que tener ningún miedo" a los desplazamientos de los madrileños fuera de su Comunidad cuando finalice el estado de alarma. Para Simón la situación epidemiológica de la capital no difiere demasiado de la de cualquier otra parte de España. Sin embargo, las zonas turísticas y de interior parecen atemorizadas ante la posibilidad de que, en la maleta, los madrileños lleven un repositorio de virus listos para esparcir.

No soy madrileño, pero vivo en Madrid; quiero ir a mi tierra a ver a mi madre y los paisajes que me vieron crecer y a recoger las cerezas de la finquita que ella y mi padre labraron y cuidaron. Probablemente he respetado, y como yo millones de personas, las normas de prevención a rajatabla. Lo mismo que no tengo recelo de catalanes, murcianos, vascos, andaluces, no entiendo por qué tienen que revictimizar a Madrid, donde recibiremos a decenas de miles de turistas de otras partes de España y del mundo. Creo que algunos, quizás demasiados, están perdiendo el norte y la brújula para encontrarlo.

Del 'Madrid nos roba', al 'Madrid nos contagia'Del 'Madrid nos roba', al 'Madrid nos contagia'

Aun cuando se llama a la calma, el miedo es libre y recorre las redes sociales como un mal viento. Los lugares de vacaciones se debaten entre el deseo y el temor a la llegada de compatriotas de otras zonas, especialmente desde Madrid y Barcelona. No han olvidado el éxodo de madrileños hacia sus segundas residencias cuando comenzó el estado de alarma –en una clara irresponsabilidad– y ello no ayuda ahora a que los pueblos y zonas costeras, lugares tradicionales de los veraneantes madrileños, les reciban con una cálida bienvenida. Ocurre que 'del Madrid nos roba', de los catalanes que querían justificar su postura independentista, hemos pasado al 'Madrid nos contagia' tan arbitrario en un caso como en el otro. Se equivocan quienes en esos territorios muestran esta actitud. Lo que se debe hacer es cumplir las normas para preservarnos del contagio. Que haya 20 o 2.000 personas en una zona de descanso vacacional es lo mismo, si estas son responsables y sensatas.

Las grandes ciudades del mundo como Nueva York, Londres o París han sido las más golpeadas por la pandemia debido a su densidad de población e índices de movilidad. Algo de lo que no son responsables las urbes o sus habitantes, quienes fueron las principales víctimas. El exhaustivo y agobiante tratamiento mediático se centró por tanto en esas zonas, con información continua y reiterada sobre la dramática situación que estábamos viviendo, algunos en carne propia.

Después llegó la guerra de la Comunidad de Madrid contra el Gobierno, cuando la presidenta Díaz Ayuso adoptó la táctica catalana del victimismo y el abandono, caldo de cultivo para las vergonzosas manifestaciones del barrio de Salamanca pidiendo libertad, aunque sólo para ellos. La guinda del pastel la pusieron los bulos continuos sobre el coronavirus, que han alimentado la fobia y el miedo, que tienen su origen en el desconocimiento de la realidad.

Madrileños, catalanes, andaluces, gallegos, levantinos… todos hemos sufrido de la misma manera los enfermos, los muertos, el miedo y la incertidumbre. Madrid ha pagado caro ser un centro neurálgico de comunicaciones y la zona más densamente poblada de todo el territorio, pero no es razón para que sus habitantes deban ser culpabilizados, rechazados o discriminados.

En la capital, sea cual sea tu procedencia, todos somos madrileños y queremos a esta ciudad que nos acoge con generosidad, sin que nadie te pregunte de dónde vienes…. Madrid admite a todos y se resigna a ser la causante de los supuestos males de los demás: Madrid nos roba, Madrid es una ciudad de pijos irredentos, los madrileños son chulos y soberbios, y ahora, para rematar, los madrileños nos traen el virus. Es el festival de los estereotipos y en este ámbito como en tantos otros, se equivoca quien generaliza y al hacerlo, además, discrimina.

Curiosamente, el presidente de la Xunta, preocupado porque los vecinos de la Villa y Corte se puedan desplazar a su bastión celta, no ha mostrado similar inquietud con sus vecinos lusitanos. Muy al contrario, reclamó de inmediato la apertura de cuatro puestos fronterizos con Portugal, para el paso de trabajadores y mercancías.

Lobos con piel de cordero

Si Núñez Feijóo lanzó la primera piedra en la Península, algunas informaciones advirtieron que en el Europarlamento el PP se habría alineado con la derecha y ultraderecha en contra de los intereses españoles. Recomiendo en este punto la lectura del artículo del catedrático de Economía Juan Torres: El Partido Popular contra España en Europa.

Como quería escribir sobre esto, intenté contrastar la noticia y pregunté a un europarlamentario de aquel partido. Su respuesta me dejó gratamente sorprendido: "Querido, no existe tal decisión. El PP en Europa defiende los intereses de España como los demás. Hoy mismo (por el jueves 18) hemos firmado una carta juntos PP, PSOE, Cs y Podemos a nivel europeo pidiendo que no se rebaje el paquete de ayudas. Esta noticia refleja los ecos de la bronca española en el Parlamento Europeo, pero no lo vamos a consentir. Aquí estamos por España. Te aseguro que trabajo con el Gobierno como uno más".

Me encantaría que entre Juan Torres y este parlamentario pudieran dirimir la discrepancia. Ojalá sea cierto lo segundo.

Me duele la actitud de los líderes del norte de la eurozona, exigiendo a quienes más hemos sufrido los efectos de la pandemia unas condiciones que, si no se modifican, son tan leoninas que serán difíciles de cumplir, con lo que quedaremos a la intemperie ante lo que se viene que, por cierto, socialmente será lo más duro que recordemos. La falta de solidaridad entre los miembros de la UE hiere de muerte a la organización y determina el sarcasmo en el que nos obligan a vivir: iguales obligaciones, diferentes derechos. Lenidad para los poderosos, pesadas cargas para los más vulnerables.

Patio vecinal

A veces me resulta casi imposible seguir la actividad parlamentaria. Ya no son debates ni discusiones, sino puro vocerío de patio vecinal del Madrid de los años 50, en el que solo se oyen gritos estentóreos, descalificaciones, exabruptos, exageraciones y ridículas operetas cargadas de mentiras y medias verdades contra el adversario; y aplausos, fingidas ovaciones y adhesiones acríticas y serviles con el respectivo líder de las propias filas, sin más norte que el de autocomplacerse. Tanta pobreza argumentativa e intelectual me deja perplejo, la verdad.

Me niego a aceptar que la extrema derecha nos marque el paso a ritmo de cacerolazos, mientras la formación francesa del mismo signo de Marine Le Pen, con el auspicio de VOX, abre una escuela en Madrid para hacer proselitismo de dichas ideas nocivas para la democracia.

La economía que queremos

La economía que queremos

Ojalá me equivoque en mi apreciación, pero intuyo, cada vez con más inquietud, que hemos vuelto a cometer los mismos errores de siempre y que no hemos aprendido casi nada. Aunque me cuesta cada vez más, mantengo la esperanza de que todavía estemos a tiempo de revertir estos malos augurios y enderezar la curva descendente hacia una realidad tangible y solidaria entre las diferentes regiones, y un juicio mínimo de consenso entre los partidos por la reconstrucción sostenible de España, para beneficio de sus pueblos y sus gentes, porque no se puede amar a España sin los españoles, ¿verdad?

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Baltasar Garzón es jurista y presidente de FIBGAR

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