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La imperativa necesidad de un confinamiento total

Los hospitales de la Comunitat Valenciana tienen ingresadas en las UCI en estos momentos a 204 personas con coronavirus.

Juan Manuel Aragüés Estragués

Uno se ha pasado la vida defendiendo que cada sujeto percibe la realidad de un modo particular, eso que filósofos tan distantes como Nietzsche u Ortega denominaron perspectivismo y ya Protágoras, uno de los sofistas más relevantes del siglo V a. de E., puso de manifiesto. Sin embargo, y a pesar de ello, se me hace difícil de entender que, en determinadas situaciones, los seres humanos no seamos capaces de minimizar nuestras mediaciones constituyentes (nuestra posición social, nuestra condición laboral, nuestras concepciones religiosas, nuestras tradiciones culturales, nuestros cargos políticos), que acaban conformando nuestros intereses particulares, para, desde una mirada cómplice y común, advertir los perfiles constituyentes de la realidad.

Ya me perdonarán este párrafo tan filosófico, quizá un tanto oscuro, y que lo único que quiere expresar es mi estupor, mi hartazgo, mi ira, mi malestar, mi rabia, ante la gestión que se está llevando a cabo de la asoladora pandemia. Sentimientos todos ellos que proceden de la evidencia del lugar al que nos llevaban decisiones como las que se han tomado para la Navidad, pues si en una situación de ascenso de los contagios se decide abrir la mano, ¿qué se podía esperar? Quisieron salvar el verano, luego la Navidad, esperemos que su próximo empeño no sea la Semana Santa.

En la primera ola, nos encontramos con unas autonomías soberbias, algunas, como Madrid, casi al borde del negacionismo, que cuestionaban cualquier decisión del Gobierno y que reclamaban para sí las competencias para intervenir contra la pandemia ante lo que consideraban la ineficacia del Gobierno. Un Gobierno que, quizá tarde, pero tuvo el valor de encerrarnos en casa y tomar medidas muy duras pero absolutamente imprescindibles. En la segunda ola, en la que las autonomías codirigen las gestión de la lucha contra el virus, nos encontramos, en muchos casos, unas inquietantes dosis de ineficacia que llevan a que territorios como Aragón vayan implementando mediditas nada menos que desde mediados de Julio, y, a pesar de ello, la situación se halle desbocada. También es cierto que es difícil encontrar una ineficacia pareja a la del presidente Lambán, que parece desactivar con su influencia la inteligencia de todos y cada uno de sus consejeros.

Pocos días antes de iniciar las fiestas de Navidad no se les ocurrió otra que decir que el día 7 de enero ¡todos al cole!, al 100%. En fin, que resulta incomprensible la falta de rigor de buena parte de la gente que nos dirige. Como decía, en esta segunda fase, la mayor parte de las comunidades han actuado de manera tremendamente tímida, bajo una decisión que se ha hecho evidente: salvar la economía, que eso quería decir, también, lo de salvar el verano y la Navidad. No salvar seres humanos, que se nos van a razón de 300-400 al día, sino la economía. Luego diré un par de palabras sobre ello. Pero siguiendo con la acción de las autonomías, aquellas que han pretendido tomárselo más en serio han sido bloqueadas por el Gobierno central.

Y aquí viene la gran pregunta actual: ¿a qué está jugando el Gobierno central? Parece evidente que a esconderse detrás de la gestión compartida y evitar, de ese modo, tomar las riendas de la situación. Tienen pavor a tomar medidas que consideran impopulares, como el confinamiento, y por eso se escudan en las medias tintas de la mayor parte de las autonomías. Hasta que estas, agobiadas por la situación, supliquen ese confinamiento si la situación, a pesar de la vacuna, no mejora. Es decir, el Gobierno, y siento profundamente decirlo porque creí preciso defenderlo a capa y espada en la primera ola, ha abdicado de su responsabilidad. Y nuevamente es la cuestión de la economía la que se lleva el gato al agua.

Pero, ¿realmente se está protegiendo la economía? ¿Mantenerla a medio gas durante meses y meses es una terapia efectiva? ¿No lo sería acaso una intervención muy decidida, con confinamiento incluido, de unas cuantas semanas, y que, aprovechando la vacuna, nos colocara en un plazo mediano de tiempo en una situación mucho más favorable? La Navidad hubiera sido el momento más adecuado para ello, máxime cuando, quienes hemos actuado con esa responsabilidad individual que nos piden las administraciones –manda narices que quienes carecen de responsabilidad colectiva se la exijan a la ciudadanía— en realidad no las hemos celebrado. En ese momento, con buena parte de la administración y la enseñanza cerradas, la ocasión se manifestaba propicia. Pero no se hizo, porque había que salvar la economía-navidad.

Y para ello, resulta crucial mantener la enseñanza funcionando con la mayor normalidad posible. Porque, nos dicen, las aulas son lugares seguros. Difícil de creer, cuando las medidas no se aplican en secundaria y los datos que transmiten de primaria, a poco que tengas contacto con la realidad, no encajan con lo que sucede. La han tomado con la hostelería, pues parece que reunirse en un bar durante media hora a tomar una cerveza sea un acto irresponsable. Pero mantener a miles de personas durante seis horas seguidas en aulas en las que no se cumplen las distancias de seguridad, que deben estar ventiladas generando temperaturas inferiores a 10º, cosa que la legislación prohíbe, resulta de lo más seguro. Sí, de lo más seguro para lo que es el único y exclusivo objetivo de todas las administraciones: salvar la economía y que los padres y madres tengan a sus hijos aparcados y bajo tutela.

Que el PSOE, con Nadia Calviño al frente, haya optado por esa vía, no es una novedad. Pero estamos hablando de un Gobierno de coalición. ¿Qué hace Unidas Podemos? ¿Por qué no presiona al máximo para introducir algo de racionalidad en las decisiones del Consejo de Ministros? No me vale que cada uno tenga su parcela porque, al final, el Gobierno lo son todos. Y así como defienden con uñas y dientes –Yolanda Díaz es un magnífico ejemplo– el ámbito de sus responsabilidades, debieran hacerlo con el conjunto de medidas necesarias para salvar a la ciudadanía. Y una de ellas, cada vez mejor vista por la mayoría de la población, pasa por volver a un estricto confinamiento. A día de hoy, viendo el agotamiento social y, en especial, de nuestros sanitarios, no queda otra. Esperemos que siga habiendo espacio para una cierta responsabilidad que sea capaz de superar esa lucha de particularismos políticos que nos están llevando al desastre.

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Déjenme acabar de filósofo, aunque con un tono jocoso. Cuentan que se encontraron en un tren Ortega y Gasset y el torero El Gallo y que cuando les presentaron y Ortega le dijo que era catedrático de Metafísica, el Gallo dijo: ”hay gente pa to”. Está claro que hay gente “pa to”, Ayuso, Lambán, García Page, incluso Illa y nuestro querido Simón, que parecen estar transmutando su naturaleza, se apuntaron al falso rescate de la economía. ¿Habrá alguien que decida salvar a la ciudadanía?

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Juan Manuel Aragüés Estragués es profesor de Filosofía. Universidad de Zaragoza.Juan Manuel Aragüés Estragués

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