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Crisis del coronavirus

Soros, el "nuevo orden mundial" y la "élite globalista": la teoría de la "plandemia" se ajusta como un guante al marco de Vox

Vista de los asistentes a la manifestación del domingo en la Plaza de Colón de Madrid convocada contra del uso de las mascarillas.

Soros, la “élite globalista”, los multimillonarios de izquierdas, el “nuevo orden mundial”, las maquinaciones de los poderosos confabulados... Sin compartir escenario, los seguidores de la teoría conspirativa de la “plandemia” hablan el mismo idioma que Vox. La historia, tanto la reciente como la remota, muestra que este tipo de movimientos se alimentan del –y son alimentados por el– caudillismo nacionalista, que a su vez obtiene rédito de ellos. Ocurre y ha ocurrido en España y fuera.

No soy judío, no soy masón, no pertenezco a ninguna sociedad secreta u oculta”. Quizás sin saberlo, y mientras intentaba justificarse ante sus seguidores por no creer en la “plandemia”, Iker Jiménez tocaba una de las claves de todo el asunto: el temor y la desconfianza hacia “el otro”. Ese es el pegamento más habitual de las teorías de la conspiración, de las que por cierto ha vivido y vive Jiménez: un otro amenazante, o un conglomerado tan maligno como difuso, que se opone a nosotros y que sirve como factor aglutinante y chivo expiatorio. Es de primero de populismo.

Este otro puede ser, y lo ha sido con frecuencia, el judío. O el masón. Pero también el extranjero, o la élite, o la potencia extranjera. O incluso, cuando la conspiración supera la línea de la paranoia, la Orden de los Iluminados de Baviera o unos extraterrestres reptiloides. También puede ser una coalición de amenazas, como ocurría con el contubernio judeomasónico y marxista que veía la autoridad franquista tras cada disidente.

Ahora, con el movimiento negacionista del covid-19 en efervescencia, ese otro es una chirriante constelación de la que forman parte el gobierno socialcomunista, la élite globalista, Soros, Bill Gates, China y el lobby farmacéutico, confabulados de algún modo en un plan maestro para dividir al pueblo y abolir la libertad a través del miedo, las vacunas, el chip ID2020 y el 5G... Suena disparatado. Por un motivo: es disparatado. Pero disparatado no significa inocuo. Ni desconectado de la realidad política española ni de la lógica de sus partidos.

No es casual. Hay una lógica detrás. Las conspiraciones son consustanciales al nacionalismo excluyente y a la persecución de grupos determinados desde tiempos remotos, con consecuencias a menudo terribles. El siglo XX, con su nefasta primera mitad, es emblemático. El libelo antisemita Los protocolos de los sabios de Sión (1902), que detalla un complot judío para dominar el mundo, fue un manantial para la propaganda nazi. Pero no hay que irse tan lejos. Las conspiraciones son aquí y ahora. Sirven para llegar al poder. Y para mantenerse en él. No conviene tomarlas a la ligera, incluso si son delirantes. infoLibre analiza el fenómeno con ayuda de expertos y observadores.

Caudillos 'conspiranoicos'

Veamos. El partido polaco Ley y Justicia, admirado e imitado por Vox, ha sido el más entusiasta animador de las teorías de la conspiración sobre un supuesto asesinato por parte de Rusia del que fuera presidente Lech Kaczyński, muerto en un accidente de avión en 2010. El birtherism, teoría según la cual Barak Obama nació en Kenia, lleva el sello de Donald Trump, seguidor de las más variopintas fábulas conspirativas y difusor de bulos, que ahora anda ocupado poniendo en duda que la candidata demócrata a vicepresidenta Kamala Harris sea verdaderamente ciudadana estadounidense y asegura que las elecciones de noviembre van a ser amañadas (si no gana él, por supuesto).

Trump se niega a desmarcarse de la teoría de la conspiración de QAnon, con adeptos en el bando republicano y según la cual actores liberales de Hollywood y políticos demócratas están implicados en una red de pedofilia. Por supuesto, también ha coqueteado con al movimiento antivacunas. Esto también lo han hecho Marine Le Pen en Francia y Matteo Salvini en Italia.

Y hay más. En Brasil Jair Bolsonaro promovió una teoría según la cual ha habido una conjura de intelectuales e izquierdistas para ocultar los éxitos de la dictadura militar. La lista de teorías conspirativas es larga en este campo político.

Las teorías de Vox

¿Y en España? Está la teoría de la conspiración del 11M, de la que hoy casi nadie quiere acordarse, pero que destacados dirigentes del PP y medios como El Mundo, la Cope y Libertad Digital alentaron. Hoy es el Vox el más claro heredero. El partido de Santiago Abascal continúa reclamando “toda la verdad”, la forma más cómoda de mantener viva una conspiración ya languideciente.

Vox, inspirado por las tesis comunicativas de Steve Bannon, es el partido español que mejor sintoniza con la exitosa onda de la conspiranoia, que comparte vecindario con el revisionismo histórico –Abascal opina que la Guerra Civil la provocó el PSOE– y las fake news. Abundan los ejemplos.

Antes de convertirse en tercera fuerza política en el Congreso, figuras de la formación han defendido la existencia de un "genocidio de hombres" por la Ley de Violencia de Género, han dado una visión contemporizadora sobre el nazismo –aunque su principal referente en esta línea, Fernando Paz, acabó saliendo del partido–... Además, Abascal es escéptico sobre el cambio climático. "El cambio climático existe desde que el mundo existe. Otra cosa es que sea por acción del hombre, no voy a entrar", ha afirmado.

Vox también comparte una de las obsesiones de los conspiranoicos de la plandemia: el temor a que el “globalismo” instaure un “nuevo orden mundial”. De hecho, es una de las preocupaciones del antiguo presidente del partido en Barcelona, Carlos Garcés, hoy al frente del Movimiento por el Despertar Ciudadano.

La formación incurre en conductas que con marca de fábrica del ultraderechismo: las acusaciones genéricas basadas en teorías conspirativas y la manía persecutoria, que al mismo tiempo permite ejercer el victimismo y señalar al culpable [ver aquí información en profundidad].

El triunfo de lo falso

¿Cómo se explica ese matrimonio con amor del autoritarismo con las conspiraciones? Oigamos la respuesta de Jason Stanley en Cómo funciona el fascismo y cómo ha entrado en tu vida (Blackie Books, 2019): "Lo que sucede cuando las teorías conspiratorias pasan a formar parte de la política y se desacredita a los medios de comunicación generales y a las instituciones educativas es que los ciudadanos ya no tienen una realidad común que les sirva de telón de fondo para poder reflexionar democráticamente". Ahora, a Michela Murgia en Instrucciones para convertirse en fascista (Seix Barral, 2019): "Es preciso minar todo principio de jerarquía entre las opiniones a fin de que no se pueda distinguir entre lo verdadero y lo falso".

Las teorías de la conspiración, del mismo modo que las fake news, se benefician de la autopista que para la desinformación han abierto las redes sociales y la mensajería instantánea. Un terreno en el que las fuerzas de ultraderecha se han movido como pez en el agua. Un estudio de la BBC de 2018 vincula la difusión de noticias falsas con el auge de ideas nacionalistas, impulsadas por la inmediatez y la emocionalidad de las redes. Dos estudios más: uno del Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT) ha comprobado que las noticias falsas se difunden más y más rápidamente que las de verdad. Otro del periódico Folha de S. Paulo concluyó que el 97% de las noticias compartidas por whatsapp por los seguidores de Bolsonaro durante la campaña en Brasil eran mentiras o distorsiones. La vinculación del éxito de Trump con la difusión de contenido dudoso está acreditada por numerosos informes, como Trump 2016, ¿presidente gracias a las redes sociales?, del profesor Rodríguez Andrés.

Es lícito preguntarse: ¿Qué sería de los adalides del nuevo autoritarismo sin mentiras, manipulaciones y conspiraciones?

George Soros y Bill Gates

No todos los asistentes a las concentraciones negacionistas en España ni todos los seguidores de estas teorías compran el paquete completo. Es decir, los hay que simplemente creen que estamos ante una “falsa pandemia”, así como los que van mucho más allá y consideran que el Gobierno está plagado de traidores al servicio de potencias extranjeras o incluso de reptilianos, del tipo de los de la mítica serie V. Son, según todos los observadores y a tenor del rastro de sus manifestaciones, diversos ideológicamente, con el hilo común del tic supuestamente antisistema. Todo ello, sumado al carácter delirante de algunos postulados y el toque extravagante de no pocos de sus referentes, hace a los partidos políticos inviable sumarse o apoyar su causa. Vox –y, en menor medida, el PP de Isabel Díaz Ayuso– sí respaldó las caceroladas surgidas en el Barrio de Salamanca, que comparten algunos elementos con estas, aunque tenían un cariz más claramente derechista e integrista. Pero ahora ni siquiera el partido ultraderechista apoya las manifestaciones anti-mascarilla y negacionistas, la más numerosa la celebrada el domingo en Madrid, con la asistencia de más de 2.500 personas.

¿Significa eso que estos movimientos son neutros ideológicamente? No, a tenor de las impresiones recabadas para este artículo. Guillermo Fernández, autor del libro Qué hacer con la extrema derecha en Europa. El caso del Frente Nacional (Lengua de Trapo, 2019), afirma que, aunque a priori no debería beneficiar a nadie, en el corazón del dispar imaginario conspiranoico está el rechazo a las “típicas bestias negras de la extrema derecha”, en referencia a los “magnates con aura progre”, caso de Gates y Soros. Ahí hay una conexión, una coincidencia, que a juicio de Fernández sitúa a Vox en mejor posición que el resto, incluso sin apoyo expreso. Es curioso lo de Soros: está entre las obsesiones de su compatriota Orbán –que lo aborrece–, Salvini, Le Pen, Trump. Y Abascal, claro. Una de las teorías que más repite Vox es que Soros y las "élites globalistas" están confabulados para, entre otros fines, promover la entrada de inmigración ilegal en Europa.

Miedos, frustraciones, sentido de pertenencia

El sociólogo Iago Moreno observa nítidas conexiones entre el ultraderechismo y el campo conspiranoico. “El auge de la extrema derecha se alimenta de los miedos, las frustraciones y las desconfianzas propias esta 'crisis de época'”, señala. “Para ganar”, añade, la ultraderecha “sabe que tienen que aspirar al modelo Bolsonaro”, consistente en “separar dentro de la sociedad a una parte de esta, empujándola a asumir una explicación paranoide en la que todo se refiere a lo mismo: una conspiración, un contubernio, una sombra negra. El acecho permanente de la 'anti-España”.

No es sólo un marco teórico. “Vox ha acusado a Sánchez de estar subordinado a Soros y ser una marioneta del globalismo. Es decir, de seguir órdenes ocultas dictadas desde un lugar sin nombre con intenciones perversas contra 'la raza, 'la familia'...”, señala Moreno, que recuerda que “dirigentes como Ortega Smith han coqueteado durante la pandemia con la idea de que el virus pudiese ser una suerte de arma bacteorológica de Xi Jinping”. Y añade: “Ahora hablaremos mucho de la plandemia y de los antivacunas, pero la conspiración más arraigada en el imaginario social de millones de españoles es la de que España vive amenazada por rojos, masones, separatistas, terroristas...”. Volvamos al hilo de Twitter de Iker Jiménez: “No soy un traidor, no estoy a favor de Soros, Bildelberg ni la Masonería”.

Buscando culpable

El escritor Miguel Anómalo, que combina humor y rigor científico para abordar el tema en su libro Conjuras, tierras planas y lagartos: Grandes éxitos de las teorías de la conspiración (Titilante, 2019), lo ve así: “Cada uno llega a las teorías de la conspiración por un camino. O llegamos, porque todos hemos caído en el alguna cuando nos interesa para nuestra cosmovisión. Sirven para generar sentido de pertenencia, nos reconocemos, tienen un carácter lúdico también... Hay algo de punto de encuentro con otra gente, al mismo tiempo que puede haberlo de antisistema o rebelión. También está el 'todo me va mal, alguien tiene que ser culpable de esto'. Estas teorías funcionan en cierto modo como el nacimiento de las religiones, porque ofrecen una explicación: alguien, una mano oculta, lo hace todo. Al menos no es el caos. Y eso te reconcilia con la existencia”.

¿No hay jugo político, entonces? Sí lo hay, responde. “Es muy capitalizable por movimientos antisistema. Y no me refiero al 15M, sino a la ultraderecha”. El escritor apunta a una emoción movilizada por estas corrientes que es compartida por Vox: “Si hay alguien moviendo los hilos que no es legítimo, hay que hacer algo, hay que responder... ¡No podemos permitir que los reptilianos extranjeros nos dominen!”, bromea. De este modo, al igual que Trump no puede apoyar expresamente la teoría QAnon, Vox no puede hacerlo con la “plandemia”, pero sí beneficiarse de su existencia.

“Sectarismo difuso”

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El investigador sobre sectas Luis Santamaría, director de Oropel y que hace una atento seguimiento de este submundo en su cuenta de Twitter, afirma: “Lo que se produce es una concreción del pensamiento mágico e irracional, que llamaríamos sectarismo difuso”, señala. Santamaría observa un campo abonado para “captar y manipular” población. “Esto va más allá de unas simples ideas. Ofrece una cosmovisión, que va a lo emocional para ofrecer seguridad. Se busca apoyo comunitario, sentirse miembro de una familia de gente que piensa y siente lo mismo, que participa de una misma conciencia. Hay algo muy importante, con un efecto poderoso y magnético: sentirse depositario de una verdad especial que el resto de la población no ve. Por eso se utiliza tanto esa diferencia entre los despiertos y los dormidos. Los demás están dormidos, manipulados por los poderosos. Y ahí entran las teorías más inverosímiles, desde los reptilianos a los extraterrestres, que son las nuevas mitologías de un mundo secularizado”.

Santamaría incide en este punto. Con la secularización, asegura, “no hemos pasado de un mundo creyente a un mundo increyente, sino de un mundo creyente a un mundo crédulo”. De hecho, le parece contradictorio que haya ambientes y organizaciones católicas en las que haya “calado el mensaje conspiranoico”. “A lo mejor por ideología, por oponerse a un gobierno con el que no están de acuerdo, siguen doctrinas que entran en colisión con su fe cristiana y no son conscientes de esa contradicción”, señala. En cuanto al arco ideológico, el director de Oropel observa en las bases de este movimiento elementos de extrema izquierda y extrema derecha, sin distinción.

Ciertamente, la izquierda no ha sido ajena ni a las teorías conspirativas ni a la pseudociencia. Hay incluso un libro de Mauricio-José Schwarz que bautizó el fenómeno: La izquierda feng-shui: Cuando la ciencia y la razón dejaron de ser progres (Ariel, 2017). Hay voces en el campo progresista que se muestran conscientes del riesgo de cualquier aproximación a este caladero. El sociólogo y escritor Jorge Moruno, diputado de Más Madrid, lanzaba esta alerta tras la manifestación del domingo. “Aunque venga de gente que se considera de izquierdas, la conspiranoia como explicación del estado de cosas siempre acaba desembocando en posiciones reaccionarias y vinculadas a la extrema derecha. Concebir el poder como 'el sistema', entendiendo por esto una cosa, un pulpo con tentáculos o un club donde manejan 'los hilos' porque hay un plan oculto en el que 'todos' están compinchados, sólo puede conducir a cosmovisiones psicóticas”.

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