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Votos contra el miedo

De las urnas surgirá la posibilidad de un paso adelante o de un retroceso.

Álvaro Figueroa y Torres, conde de Romanones, utilizó durante varias décadas un método infalible para salir elegido diputado por Guadalajara: compraba los votos. Alguna referencia apócrifa explica que a finales del XIX pagaba concretamente dos pesetas por apoyo, y que un día se presentó un jovencísimo Antonio Maura recorriendo La Alcarria y ofreciendo tres pesetas a los hasta entonces fieles votantes del terrateniente. La reacción de Romanones fue inmediata: pagó a cada uno de sus electores un duro a cambio de las tres pesetas de Maura… y el voto. Y continuó ganando.

Ha pasado un siglo y pico, varios golpes de Estado, una guerra civil, una transición democrática y tres décadas de alternancia bipartidista. La España caciquil, corrupta y clientelar de la época de la Restauración y de buena parte del siglo XX ya no existe, aunque sea innegable que quedan reminiscencias, ecos, rastros y ejemplos muy actuales de caciquismo, de clientelismo y de corrupción. Hoy no se concibe la compra de votos. Hay otros recursos más factibles y eficaces para condicionar a la ciudadanía: el principal es el miedo.

No es un método novedoso. Desde siempre en política, como en la vida, pocas sensaciones influyen tanto en la acción individual y colectiva como el temor: a la guerra, a Dios, al paro, al extranjero, a la violencia, al infierno, a la pobreza, a la inseguridad, al otro, al futuro… Lo novedoso es la sofisticación y multiplicación de los instrumentos y de los mensajes utilizados para generar miedos que condicionen una decisión teóricamente libre. En un dibujo simplificador, este 28 de abril viene marcado por la confrontación de dos temores: el que lanzan PP, Ciudadanos y Vox sobre el riesgo de ruptura de España por culpa de las “cesiones del Gobierno a los independentistas” y el que advierten desde prácticamente todas las demás fuerzas políticas sobre una ola reaccionaria que pretende imponer una visión excluyente de España y un retroceso en derechos sociales.

El mejor antídoto contra el miedo es la información, de modo que conviene despejar cuanto antes si existe o no una base real que justifique esos grandes temores. Respecto al primero, lo cierto es que precisamente nos encontramos ante unas elecciones anticipadas porque el Gobierno no aceptó la condición independentista de un referéndum de autodeterminación en Cataluña a cambio de su apoyo a los Presupuestos. Se podrá argumentar que Pedro Sánchez tendría que haber convocado a las urnas mucho antes, puesto que la moción de censura cosió una mayoría parlamentaria con un único hilo: el de expulsar a Rajoy de la Moncloa por negarse a asumir responsabilidades políticas tras la sentencia que condenó al PP como beneficiario de una corrupción practicada durante décadas. Pero lo que no se ajusta a la realidad es esa grave acusación lanzada desde la plaza de Colón por el trío de las derechas y reiterada un día tras otro de forma contumaz: decir que Sánchez “aceptó las 21 exigencias del secesionismo” es simplemente mentir.

Ola reaccionaria

En cuanto a si es veraz o no el riesgo de una ola reaccionaria que se llevaría por delante avances sociales logrados después de duros esfuerzos de varias generaciones, las propias declaraciones, anuncios y propuestas de PP, Ciudadanos y Vox en su cruenta competición por liderar el bloque conservador o ganar peso dentro del mismo lo confirma. Cabe quizás la duda sobre el grado exacto de regresión que España sufriría, y muy especialmente los sectores más débiles de la sociedad, pero basta repasar los planteamientos ya conocidos para concluir que el éxito electoral de ese trío de Colón nos llevaría a retroceder en materia de igualdad, de justicia fiscal, de defensa de lo público, de respeto a la diversidad o de protección del medio ambiente. Claro que hay una diferencia entre el gurú económico de Vox -que directamente defiende privatizar la sanidad y la educación y desmontar el sistema público de pensiones- y el del PP, que sin llegar a tanto representa la versión más dura del neoliberalismo, siempre partidario de desmantelar lo público y de reducir impuestos a los más ricos. Pero no hay un solo votante que no dé por descontado que, si logran sumar mayoría absoluta, PP, Ciudadanos y Vox gobernarán juntos sin la menor tensión en asuntos de economía, como se ha demostrado en Andalucía, donde las rebajas fiscales acordadas benefician fundamentalmente al 0,7% de los andaluces.

Saturados ya de tantas fechas y momentos “históricos”, en estos tiempos en que cada nuevo acontecimiento fagocita al anterior sin dejar margen para digerirlo, uno tiene sin embargo la convicción de que este 28A pasará a figurar en la historia de la democracia postfranquista como un nuevo Rubicón, con un rango similar o superior al otorgado al 15J del éxito de Adolfo Suárez en las primeras elecciones generales, el 28O de la mayoría absoluta del PSOE, el 14D de la huelga general contra el gobierno socialista, el 3M de la llegada de Aznar, el 14M de la victoria de Zapatero o el 20N del triunfo de Rajoy. Respecto a la dirección política del país y a su gobernabilidad, las demás fechas electorales han tenido carácter de continuidad o de provisionalidad. Incluso en la hipótesis de que los resultados nos llevaran a un bloqueo político que terminara conduciendo de nuevo a las urnas, este 28 de abril será “la primera vez” para España en varios sentidos.

Salvo catástrofe definitiva en los vaticinios demoscópicos, por primera vez tendrá una representación significativa en el Congreso una fuerza nacionalpopulista, ultraderechista y abiertamente anticonstitucionalista. Por primera vez el fraccionamiento no es exclusivo de la izquierda, y son tres formaciones las que compiten en el espacio conservador. Por primera vez puede ser la derecha la más perjudicada por una ley electoral poco proporcional que siempre castigó a Izquierda Unida a la hora de trasladar votos a escaños. Por primera vez, en cualquier caso, veremos un Parlamento pentapartido al que hay que sumar los grupos nacionalistas, curiosamente los únicos que mantienen más o menos la representación que tuvieron durante toda la era del difunto bipartidismo. Y ese dibujo parece haber llegado para quedarse. Somos (en esa complejidad para establecer mayorías) cada vez más Borgen y menos House of Cards.

Llenar las urnas

Por primera vez, acudimos a las urnas mientras dirigentes políticos catalanes se enfrentan en el Supremo a peticiones de 30 años de cárcel acusados de rebelión, sedición y malversación. La crisis constitucional abierta desde Cataluña ha brindado a la derecha una fábrica de miedo y de exaltación nacional muy productiva, que le ha permitido colocar el significante España como asunto que atraviesa todo el debate público, lo distorsiona y desvía la atención de retos capitales como el de la desigualdad. Pero también obliga a la izquierda a contraponer otra idea de España, que reivindica la riqueza de su diversidad, un carácter inclusivo, abierto y dialogante frente a la imagen excluyente y autoritaria que se transmitió desde la plaza de Colón y se reitera en cada mitin y cada tuit de Casado, Rivera y Abascal. Una reivindicación de la política y los valores democráticos frente al “¡a por ellos!” y a un 155 indefinido.

Será una de las grandes incógnitas a despejar el 28 de abril: si también aquí triunfan los discursos identitarios, el nacionalpopulismo y ese “embrutecimiento de la política” que está deteriorando la democracia misma o la sociedad civil demuestra mucha más fortaleza y capacidad para superar temores y mentiras.

Asistimos a un cambio de época, una encrucijada de rasgos muy complejos y cargada de incertidumbres. Un terreno abonado para el surgimiento de propuestas tan sencillas como tramposas, liderazgos aparentemente fuertes y probablemente efímeros, discursos preñados de demagogia y hasta basados en puras falsedades. Si nos colocáramos unas gafas de realidad virtual y giráramos despacio la mirada deberíamos ir visualizando fenómenos o conceptos como la globalización, la revolución digital, el cambio climático, las migraciones, la precariedad laboral, la desigualdad, la robótica… Porque todos ellos conforman el presente y el futuro y exigen proyectos políticos rigurosos y alejados del cortoplacismo. Se antojarían ridículas con esas gafas las escenas de esa política-espectáculo en la que se ofrece el protagonismo a periodistas, toreros y predicadores.

Votos contra el miedo, en 'tintaLibre' abril

Votos contra el miedo, en 'tintaLibre' abril

“La ola conservadora sólo está siendo posible porque se ha producido la convergencia de un estado de ánimo que se apoya en tres emociones: el miedo al futuro, el pesimismo laboral y la ruptura de los grandes consensos”, explica el sociólogo Ignacio Urquizu en su reciente ensayo ¿Cómo somos? Un retrato robot de la gente corriente. De esa “gente corriente”, que sigue considerándose “mayoritariamente progresista y tiene amplios anclajes en la memoria histórica de nuestro país”, depende el resultado del 28A. Será un día oportuno para recordar a Montaigne: “No hay cosa de la que tenga tanto miedo como del miedo”. Toca llenar las urnas.

*Este artículo está publicado en el número de abril de tintaLibre. Puedes consultar todos los contenidos de la revista haciendo clic aquí.aquí

 

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