Envidia literaria

Alba Carballal, "deudora" de 'Últimas tardes con Teresa'

La escritora Alba Carballal.

Dice Alba Carballal (Lugo, 1992) que siempre contesta lo mismo: Últimas tardes con Teresa, de Juan Marsé. Esa es su respuesta cuando le preguntan, como hace infoLibre en esta sección de su revista Verano Libre, qué título de otro autor querría haber escrito. Pero también cuando le piden que recomiende un libro o que liste sus referentes. "Me habría gustado escribirla porque es una novela que se respira, que se huele, que penetra en la piel como la crema solar en una tarde de verano", dice a este periódico. Y no oculta su envidia por el escritor catalán, por haber sido capaz "con poco más de treinta años, de escribir un libro realmente lúcido y libre". Carballal tiene aún tiempo, porque todavía no ha cumplido treinta y ya comparte editorial con su mentor, gracias a Tres maneras de inducir un coma, su debut en la novela, publicado hace unos meses en Seix Barral. "Quiero pensar", dice, "que mi escritura, en muchos sentidos, es deudora de Marsé".

 

Y al Pijoaparte inventado por Marsé alude expresamente la escritora en su libro por boca de su protagonista, Federico, que se compara —y sale perdiendo— con el héroe. Aquella joya de la literatura española publicada en 1966 dibujaba a Manolo, que ha pasado a la posteridad con su sonoro sobrenombre, un charnego encantador de serpientes que se presenta como revolucionario, y a la Teresa del título, universitaria hija de la burguesía catalana. Es decir, el objetivo perfecto para Pijoaparte, que solo busca trepar por la escalera social y ha despachado ya a la sirvienta de la amada. De fondo —o quizás en primer plano— la Barcelona de dos caras, entre San Gervasio y el Carmelo, surcada por los conflictos estudiantiles. Alba Carballal señala la capacidad de Marsé para "la exploración de la sensibilidad de clase a un nivel mucho más profundo que el de los blancos y negros que nos ofrece la política". Y, desde luego, la novela causó quemazón, no solo entre las élites franquistas —lo esperable— sino entre los círculos antifranquistas, que leyeron la mordacidad del escritor como un insulto. 

'Yo, charnego'

'Yo, charnego'

Pero lo primero que la entrevistada percibió del libro no fue precisamente su capacidad para la sátira política. Lo que vio fue un libro de aventuras. Carballal se recuerda a los 12 o 13 años, pasando las mañanas de verano en la piscina a la que iba de pequeña, bebiéndose a Marsé como antes había hecho con Miguel Strogoff, de Julio Verne, o Ben-Hur, de Lewis Wallace. "Hasta que me topé con Marsé pensaba que las aventuras sólo ocurrían en tiempos remotos, tierras lejanas e idiomas extraños para mí", cuenta. Gracias a él, tomó "conciencia de que las cosas dignas de ser vividas y narradas también podían ocurrir a una manzana" de casa. Y se recuerda también paladeando las líneas que abren la novela, "Caminan lentamente sobre un lecho de confeti y serpentinas...", como quien acaba de encontrar un juguete nuevo, con un mecanismo que no puede tener otra explicación más que la magia. "A día de hoy, esos tres primeros párrafos me siguen pareciendo una de las páginas más hermosas que jamás he leído".

De hecho, cree que el título se encuentra en esa selecta lista sin la que no se habría planteado dedicar su vida "a contar historias". Es cierto que, aunque quizás Eduardo Mendoza sea el padrino más obvio de su primera novela, hay en ella ciertas enseñanzas de Marsé. Las enumera: "Me enseñó a construir personajes en la sombra con los que identificarme, porque el mundo está lleno de seres humanos torpes y a veces mezquinos, a veces luminosos, que no saben quiénes son o a dónde van, o que creen saberlo y por eso lo joden todo". Esto podría describir, desde luego, a sus propios personajes principales: Federico, un desoficiado metido a detective cuyo desconocimiento de su propia ignorancia le vuelve a menudo un valiente o un estúpido; y Natalia, una mujer trans tan brillante como potencialmente peligrosa. "También he tomado de él la mirada cariñosa hacia mis escenarios urbanos", continúa, aunque ella cambie Barcelona por Madrid, "que intento que sean fieles a la percepción y no a la descripción". La lista sigue... y termina con un aprendizaje que parece más valioso que cualquier curso de escritura: "Descubrir el sentido de la justicia narrativa, que es justo precisamente porque no juzga: acompaña".

 

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