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Detrás del telón

Los guardianes del texto

Un corrector ante el ordenador.

Un texto entra en una editorial como borrador y sale convertido en libro. En la larga cadena que va del autor al lector y que hace que la comunicación entre ambos polos sea posible, hay un eslabón que de tan poco visible parece transparente. Eso, pese a ser uno de los que trabajan de manera directa con el texto, responsable de que la escritura llegue libre de polvo y paja que desmerezca a su autor y entorpezca la lectura. Ellos se describen como un "control de calidad" del texto, o algo más: quienes se aseguran de que el escrito que llega al lector es la mejor versión de sí mismo. Hablamos de los correctores, uno de los oficios que forman parte de esta serie en la que infoLibre explora las labores que sostienen la cultura cada día, lejos de los focos y de los aplausos.

Hace unos años, este oficio no era tan desconocido. O al menos estaba físicamente presente en las editoriales, en las redacciones de los medios escritos. "Aunque en el pasado trabajé en plantilla en alguna editorial o como colaborador para alguna agencia de traducción, siempre como corrector, en este momento trabajo únicamente como colaborador externo", cuenta Juan Miguel de Pablos, corrector con décadas de experiencia a sus espaldas, que indica que "salvo rarísimas excepciones", el corrector en plantilla ha desaparecido de las casas de edición, igual que ha desaparecido de los periódicos. De hecho, Álvaro Martín Valcárcel, presidente de la Unión de Correctores (UniCo), que defiende los derechos de estos profesionales, confiesa que siempre ha trabajado de manera externa, como freelance. "Si acaso", matiza este último, "[en las editoriales] a veces existe uno en plantilla que coordina a todo el equipo externo". 

No se les ve, pero están. Normalmente forman parte del círculo de confianza del editor de mesa, el que se hace responsable del texto dentro de la compañía, y es con él o ella con quien suelen trabajar. Tanto Martín como De Pablos aseguran que se sienten razonablemente valorados tanto por autores como por los editores de los que dependen... pero otra cosa es la consideración que tengan de ellos los altos cargos de la empresa. "En cierto modo siguen viendo al corrector como una figura menor, sin terminar de convencerse de que sin corrector no hay calidad editorial", critica el segundo. De hecho, dice el presidente de UniCo, una de las tareas de la asociación es "hacer ver que un corrector es una pieza tan importante en un libro como un editor, un traductor o el mismo autor".

Una de las reivindicaciones de esta organización —y que también secunda De Pablos, uno de sus asociados— es que haga visible su trabajo, mencionándolos en la página de derechos de un libro, esa que, antes de que empiece el texto, informa sobre los propietarios del copyright y demás consideraciones legales. Aún hay sellos que solo mencionan en ella a la editorial y al autor (y al traductor, de haberlo), pero otros han incorporado ya a los créditos a los responsables del diseño de portada o al estudio encargado de la maquetación. Son minoría aún las editoriales que mencionan al corrector, aunque su trabajo sea igualmente necesario. Y esta reivindicación, en principio simbólica, no es baladí, porque tiene que ver con la estimación material de su trabajo. 

Porque la tarifa del corrector, denuncia Álvaro Martín, "como en el caso de la traducción, ha caído en picado o se ha estancado desde hace años". Eso, en el caso de las editoriales convencionales, porque las que llama "de autopublicación" ofrecen cantidades directamente "terribles". Juan Miguel de Pablos señala la paradoja: los sellos se deshacen de sus trabajadores de plantilla, pasando a contratarlos como freelance y ahorrándose con ello los costes en Seguridad Social. "¿Ha recibido el corrector algún tipo de compensación por ello?", se pregunta. "No solo no ha sido así, sino que las tarifas de corrección, que casi siempre vienen impuestas por la editorial, se mantienen inalteradas durante lustros, e incluso décadas, y al corrector solo le queda, en el mejor de los casos, buscar nuevos horizontes, normalmente fuera del mundo editorial".

Un trabajo en equipo

Pese a los bajos sueldos, los tiempos cortos y el pluriempleo, ellos siguen realizando su trabajo con el mismo rigor. Juan Miguel de Pablos resume los preceptos de la corrección utilizando una cita del traductor Valentín García Yebra, que se refería a su disciplina pero que el corrector rescata: "Decir todo lo que diga el original, no decir nada que el original no diga, y decirlo todo con la corrección y naturalidad que permita la lengua empleada". Hasta dónde se lleva esto dependerá de si se realiza una corrección ortotipográfica, enfocada a la resolución de errores ortográficos o gramaticales, o una corrección de estilo, que se adentra de manera más amplia en lo que se considera un buen uso de la lengua. 

Así suele funcionar la cadena: el autor entrega su manuscrito, el editor lo revisa, el texto pasa al corrector, que lo devuelve con sus indicaciones al editor, este se lo pasa de nuevo al autor, que deja sus impresiones, y el texto regresa de nuevo al corrector. Un proceso que hace difícil la comunicación corrector-autor, una relación que UniCo quiere potenciar: "En mi opinión, el contacto directo con el autor (o en su caso el traductor) es fundamental", apunta el presidente de la asociación. ¿Por qué? Porque en muchas ocasiones es el autor el que tiene la última palabra sobre el texto final, por lo que la intermediación puede dificultar el trabajo o complicar debates —sobre tal elección o tal otra— que podrían solucionarse de manera sencilla. 

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Las malas lenguas hablan de autores orgullosos que rechazan hacer el más mínimo cambio a su texto, o de algunos que se llevan sorprendentemente mal con las normas ortográficas más elementales. Lo primero, dice De Pablos, no se corresponde con su experiencia: "En más de dos décadas de carrera, yo no me he encontrado con ninguno que rechace de plano la intervención del corrector. Sí se me han dado algunos casos de peticiones peculiares que casaban mal con la norma y el uso habitual, pero con un poco de paciencia y algo de humor siempre se ha impuesto la cordura". Aunque Álvaro Martín confiesa que algo de esto, aunque sea muy poco, hay: "Conocí un caso de un compañero en que su cliente, por una discusión por el uso o no de una tilde, antes que ceder y darle la razón al corrector cambió esa palabra en todo el libro. El ego puede ser un problema...". 

Sobre los autores que no se llevan bien con la RAE, ambos quitan importancia a los rumores. "Pasa como con todo en la vida, los hay buenos y no tan buenos. Lo que nunca me ha pasado es corregir un libro y no encontrar nada que corregir", dice Martín. De Pablos va un paso más allá: de un buen escritor, dice, "se espera que sea capaz de crear mundos sugerentes, que construya buenos personajes, que la trama obedezca a los personajes y no a la inversa, que todo lo que suceda sea pertinente para la historia y conduzca al objetivo final, que la información esté bien dosificada, etc., pero no se le puede exigir que sea un perfecto lingüista". E insiste: "Si maneja el lenguaje con corrección y fluidez, mejor que mejor, pero lo que el lector espera de él (aunque no siempre lo sabe) es lo anterior". Para todo lo demás, el corrector. 

 

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