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Envejecer sin que lo parezca

Acabo de salir del médico: una revisión, de las que hay que hacer cada cierto tiempo para no tener después sustos. Mi médico era nuevo, no me conocía. He acudido a la cita con ropa informal, si hubiera que definirla diría que de tipo juvenil, con una coleta y mi mascarilla. Lo primero que me ha preguntado es mi edad. En ese momento le han interrumpido y me ha pedido que le repitiera por favor, cuántos años tenía. 48. Lo he dicho con una sonrisa, de oreja a oreja, porque me siento orgullosa de mi edad, de mis años cumplidos y vividos. La respuesta del médico me ha dejado descolocada: “Mis respetos”. ¿What? Me ha salido una carcajada enorme. Vaya por delante que el médico era joven, más que yo desde luego. Y sí, le he debido de parecer mayor. A partir de ese momento, la consulta ha transcurrido en un tono amable, me ha cuidado y tratado de maravilla, pero como a una señora mayor. Y confieso que me ha molestado. Y me ha hecho recordar algo que ha pasado en las últimas semanas

Kelly McGillis no ha estado en la secuela de Top Gun. 35 años después, su cuerpo, su aspecto, sus arrugas, no eran lo que ellos buscaban para el papel de novia buenorra que pedía el guión. Así de duro. No en cambio Tom Cruise. Para él, los 35 años de vida que han pasado desde que rodaron aquella película apenas se dejaban notar: ni en su cara, ni en su cuerpo. Ella más gorda, más vieja y sin retoques (él, no lo olvidemos, se ha hecho ya unos cuantos), no encajaba con el papel de sex symbol que buscaba la segunda parte de la película. Y fue así como la industria dijo al mundo que envejecer sólo es lícito para ellos, y no para ellas.

Nosotras, es así, tenemos todas las de perder. O vives esclava de tu cuerpo, tu pelo, tu rostro, tus arrugas, tus kilos de más, o amiga, la vida te coloca en la casilla de salida

Hace unos días, una foto de Keanu Reeves junto a su novia ha generado de nuevo un enorme revuelo. Posan juntos en un photocall, estupendos, sonrientes, mirando a la cámara: él con su mismo atractivo de siempre, con barba en la que despunta alguna que otra cana y ella, preciosa, con su labio rojo y… su pelo completamente blanco. Los comentarios en las redes están siendo demoledores. “¿Qué es lo primero que te viene a la cabeza cuando ves a la novia de Keanu Reeves?”. No quieran saber las respuestas, porque se echarían a llorar. Los dos tienen la misma edad. Los dos están en su mejor momento, pero eso no vale, también tiene que parecerlo, tu físico lo tiene que demostrar, no me pregunten cómo. Esos comentarios demuestran, una vez más, que cumplir años sienta bien a ellos y en cambio, a nosotras, según los cánones de no sé quién o qué no: nosotras, es así, tenemos todas las de perder. O vives esclava de tu cuerpo, tu pelo, tu rostro, tus arrugas, tus kilos de más, o amiga, la vida te coloca en la casilla de salida.

Pasa en mi medio: hasta hace muy poco era muy difícil encontrar mujeres que, pasados los 50, siguieran liderando espacios de referencia en la televisión. Ejemplos masculinos, a patadas. Ejemplos femeninos, contados con los dedos de una mano. Poco a poco vamos rompiendo esto también. Pero es tan lento que asusta. Sobre todo viendo que la industria sigue siendo tan implacable con aquellas mujeres que cumplen años y se les nota.

Hay que ser fuerte mentalmente, segura de ti misma, rodearte de gente maravillosa para no acabar completamente majara con este asunto. Especialmente cuando estás expuesta diariamente al escrutinio de los demás. Ser eternamente joven es la quimera de la sociedad y con los tratamientos estéticos se logra mitigar ese paso del tiempo. Y ojo, me parecen fantásticos: cuidarse, como una quiera y cuando una quiera, es una bendición. La medicina avanza y eso ayuda. Pero no se puede convertir en una esclavitud. Ni en una condena.

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