Bárbara, el rey y ¿a quién le han robado la historia? Marta Jaenes
¿Todo por la pasta?
Lo llaman el sportwashing, la estrategia que lleva años desplegando Arabia Saudí para, a través del deporte y a golpe de talón, limpiar su imagen atrayendo a grandes nombres del deporte, el último, Nadal.
Justo cuando ha intentado volver al circuito, tras meses retirado, intentando recuperarse de unas lesiones que le han ido lastrando en los últimos años, precisamente ahora, Nadal ha anunciado que había fichado como embajador para la Federación de Tenis de Arabia Saudí. Un país en el que existe la pena de muerte, en el que se condena a la gente por asociarse o ejercer la libertad de expresión, ser homosexual, en el que la mujer no puede salir a la calle si no está acompañada por un hombre, ellos son los tutores legales de ellas y de sus hijos, mientras están casadas y, por supuesto, cuando se divorcian, si es que lo llegan a conseguir. Podríamos seguir relatando cómo es el régimen saudita durante horas, con desalojos ilegales, persecución al colectivo LGTBI, migrantes…
Todo esto lo sabemos, no es nuevo. Y por eso llama la atención que el último en haber aceptado ser imagen de este régimen sea nada menos que Rafa Nadal. Un hombre que lo tiene todo, que es referente de muchísima gente, que es referente de muchos chicos y chicas jóvenes, que ha sido ejemplo en la pista, con su tesón, con su esfuerzo, con saber reponerse en partidos agónicos, siempre sin tirar la toalla. Un hombre que casi, casi, lo considerábamos marca España, del que todos, daba igual a quién preguntaras, se sentían orgullosos. Un deportista al que hemos seguido en su recuperación, al que hemos aplaudido en su regreso. Un hombre que no necesita más dinero, puede vivir con lo que ha ganado muy bien. Pero que, al final de su carrera, ha tomado, quizás, una de las decisiones más erróneas de su carrera. No sé si ha estado mal asesorado, si ha preferido ignorar el daño que a su imagen y a la marca de su escuela y fundación puede hacer esto. Pero sorprende, mucho, que haya aceptado ser el embajador de una escuela de tenis en la que, probablemente, las niñas no podrán saltar a la pista con falda, ni con pantalón corto, tampoco sin cubrirse la cabeza.
El mensaje para todos aquellos chicos y chicas jóvenes que le admiran y que lo tienen como un referente es: ¿“todo por la pasta”? Es el legado más triste que puede dejar un deportista de la talla de Nadal
¿Por qué? ¿Para qué? Nadal ha preferido el mutismo durante estos días. Tampoco ha trascendido la cifra millonaria que cobrará por este nuevo “trabajo” pero, si vemos las cifras astronómicas que el régimen saudí está dispuesto a desembolsar, suponemos que el cheque tendrá varios ceros por detrás.
No es el primero, lo sabemos. Antes que él se han ido muchos otros. Todos, deportistas de élite, que ya cobraban mucho y que han decidido acabar de forrarse cerrando los ojos y tapándose la nariz.
Sinceramente creo que el movimiento es malo para Nadal pero también es malo para esa estrategia del sportwashing que practica Araba Saudí. Cada vez que hay un fichaje de este tipo, los medios seguimos poniendo el foco en todo lo que ese régimen hace en su país, dentro de sus fronteras. Volvemos a recordar la realidad de muchos de los que viven allí. Es como sacar todos los muertos que hay debajo de esa inmensa alfombra. Insisto en que quiero creer que en este caso Nadal no ha estado bien asesorado, que no ha meditado bien la repercusión de esta decisión. La otra opción, que sí se ha hecho y que, a pesar de todo, se haya decidido firmar, me provoca demasiada decepción como para aceptarla. El mensaje para todos aquellos chicos y chicas jóvenes que le admiran y que lo tienen como un referente es: ¿“todo por la pasta”? Es el legado más triste que puede dejar un deportista de la talla de Nadal.
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