Barrionuevo y la impunidad

Una de las cosas que consigue anular la violencia es la esperanza. Cualquier persona o comunidad que se vea sometida a su tiranía, cualquiera que vea condicionada su relación con ella misma o con los demás por el imperio de la fuerza, se convertirá en un ente con más miedo que todo lo demás. Entiendo que hay violencias inevitables, y también que hay muchos tipos, pero nunca son deseables. Los lugares por los que pasa siempre son peores. 

Creo que crecí en un país violento. El terrorismo era una realidad palpable, diaria, presente. Es cierto que no viví sus consecuencias directas (aunque en mi barrio hubo dos atentados gordos), pero sí que sufrí uno de sus mayores daños: esa ausencia de esperanza. De pequeño, de joven, no imaginaba una vida, un país, en el que la violencia terrorista no estuviera presente. Pensaba, y lo hacía con total naturalidad, que las cosas eran así y así iban a ser siempre.

Entiendo que hay violencias inevitables, y también que hay muchos tipos, pero nunca son deseables

ETA nos marcó, pero a mí, quizá porque rompí muy pronto a leer prensa, me marcó todo lo que tenía que ver con los GAL. Tanto, que me convertí en un lector diario de El Mundo, el único periódico que informaba con responsabilidad del terrorismo de Estado y, por otro lado, uno de los pocos que parecía no unirse del todo a la omertá con la monarquía. El caso es que era muy pequeño y la sola existencia de un gobierno y un Estado que utilizaban el ya de por sí cuestionable monopolio de la violencia y el dinero público y las estructuras estatales para asesinar o secuestrar no me entraban en la cabeza. Insisto que a mí esa conciencia crítica en este tema me la dio el diario de Pedro Jota y uno de sus columnistas (Jefe de Opinión durante unos años): Javier Ortiz.

El caso es que desprecio la violencia profundamente, en todas sus intensidades. Ahora y antes. Me sobrepasa la impunidad y me hace sentir rabia, un sentimiento que detesto verme cuando me aflora. Una de las cosas que más entiendo de la rabia de las víctimas de ETA es la cantidad de crímenes de la banda que han quedado sin esclarecer y, por lo tanto, sin cauterizar. Entiendo que no hay una impunidad y que simplemente han sido investigaciones que no han prosperado, pero si ellos sienten que lo que hay es impunidad o palas de tierra sobre esos casos, la rabia y la ira serán infinitas y están justificadas. Seguro que tienen parte de razón, además.

Estos días me ha aflorado la rabia al leer la entrevista del exministro del Interior José Barrionuevo en El País en el que abiertamente reconoce, justifica y ampara sus actuaciones y responsabilidades en la guerra sucia del Estado. Me rebelo ante esa chulería, esa impunidad, ese imperio de la violencia. Me hace sentir profundamente sucio como español, diría. Creo que la ignominia que representa la actuación de los gobiernos de esos años no solo no puede ser tolerada, sino que debería ser casi delictiva esa permanente reverencia al felipismo como si fuese uno, unívoco, sin etapas. Es una manipulación de la historia intolerable, sobre todo por reciente. Hacer tabla rasa con la figura de esas personas y que salga en positivo es una atrocidad.

Leer las reacciones de colectivos de víctimas como COVITE o la Fundación Fernando Buesa, con frases que demuestran un profundo desprecio por Barrionuevo, me ha alegrado y me ha hecho reafirmarme: nadie sabe mejor lo asqueroso que es el imperio de la violencia que quien la ha sufrido. Es un mundo al que no debemos volver y que, al margen de trabajar en la justicia y la reparación para todas las personas que lo sufrieron, no debe, sobre todo, engalanar el discurso y la figura de los violentos. Ni en los homenajes a los etarras que vuelven a sus casas, ni en los agasajos a figuras y tiempos políticos que no deben volver porque corrompieron la humanidad de esta sociedad. Barrionuevo es un indeseable y lo que hizo, intolerable. Nada más y nada menos.

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