Aquí me cierro otra puerta

Ser de izquierdas duele

Quique Peinado nueva.

Hace tiempo le leí una frase a El Gran Wyoming: "Ser de derechas es fácil, solo hay que dejarse llevar". No sé si ser de derechas es fácil (creo que también se sufre mucho, eh) pero sí que tengo claro que ser de izquierdas es bastante jodido. Primero, porque te enfrentas a contradicciones constantes que son difíciles de asumir y que duelen. Segundo, porque ser de izquierdas, efectivamente, es todo lo contrario a dejarse llevar. Es poner a los demás por delante de ti muchas veces. Y eso en demasiadas ocasiones no es sano.

Ante esto hay tres opciones: o joderte siendo de izquierdas y sufrir, dejar de serlo o la más tramposa: decir que eres de izquierdas pero practicar solo las partes guays sin asumir las contradicciones. Esto está muy extendido y da lugar a algunas aberraciones que no tienen nada que ver con llegar a las instituciones. Me explico: es evidente que hacer política institucional conlleva renuncias y contradicciones y esas hay que asumirlas o no hacer política institucional. Pero hay en nosotros, en los izquierdistas de a pie, una tendencia magnífica a instalarnos en el colorín progresista y espantar lo incómodo de serlo. Las renuncias individuales, por ejemplo. El hacer las cosas única y exclusivamente por el bien común, añadiría. No ha habido mejor prueba colectiva para los valores comunitarios que esta pandemia, en la que hemos tenido que sacrificar nuestras comodidades por ayudar, fundamentalmente, a los sanitarios y a las personas mayores. No sé si lo hemos sacado con nota. Viendo los stories de Instagram de mucha gente (he dejado de seguir a unos cuantos/as del cabreo que me pillaba), yo creo que no del todo.

Digo todo esto por toda esa gente de izquierdas que se ha mostrado especialmente empática con la chavalada que se montó una rave en Llinars o con la gente a la que han trincado en fiestas de todo pelaje estos últimos días. Es tan absolutamente neoliberal, tan profundamente antiizquierdista esa sacralización de la apetencia individual tan caprichosa (celebrar una fiesta en un mundo en el que podemos hacer muchísimas cosas a pesar de la situación sanitaria que tenemos), que no puede sostenerse que se justifique disfrazando de empatía empalagosa un ejercicio de individualismo atroz. No si dices que eres de izquierdas. Y si piensas que con 20 años hubieras hecho lo mismo, bien: con 20 años eras imbécil.

Siempre hubo un debate sobre si existía un fútbol progresista, y muchos defienden que es aquel que faculta al individuo a ejecutar sus talentos en pos de la belleza. Yo creo lo contrario: que el fútbol de trabajo, el de ayudar al compañero opacando tus talentos en bien del colectivo, el balompié directo en sus objetivos, es el verdadero fútbol de izquierdas. Utilizo muchas veces el fútbol como metáfora de la vida porque tienen demasiadas cosas en común. Y porque, de paso, puedo huir de la intelectualidad, que nunca viene mal.

La izquierda a veces es fea, desagradable, incómoda. Y duele. La necesidad de justicia social requiere sacrificio, orden, disciplina. Y jode. Ser de izquierdas es que te llamen cabezón, ser el incómodo del salón, darte de hostias contra las paredes. Es hacerte daño, de vez en cuando. Es no esperar el aplauso y renunciar a salir en el anuario. Entiendo que es jodido y que yo tampoco lo cumplo, pero al menos no me hago trampas al solitario y le estoy agradecido al que lo hace por el bien de los demás.

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