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En otra pérfida maniobra antipatriótica, el gobierno socialcomunista ha permitido que la Fiesta Nacional se celebre un miércoles. ¡Cómo! La grandeza histórica de las Españas arrinconada en el peor día de la semana. Otro tanto para el contubernio judeomasónico: suma y sigue.

Cumpliendo rigurosamente la tradición, el paseo de la Castellana se ha llenado de banderas rojigualdas y lo mejor de la renta per cápita local para jalear a los militarcitos. El asunto tiene su miga: unos señores vestidos raro se apostan en el extremo de una avenida, la recorren muy tiesecitos y dando zapatazos al ritmillo de la música más ridícula jamás compuesta. Después, a casita, que llueve. ¡Súper contemporáneo! Para completar el cuadro, su católica majestad don Felipe nuestro señor, vestido de generalísimo de los ejércitos sin que se le conozcan hazañas bélicas. El público ha estallado en vivas al rey instantes después de llamar «hijo de puta traidor» al presidente del gobierno. Anoten, camaradas: en la fiesta nacional se celebra el antiguo régimen y se escupe en el sufragio popular.

Mientras tanto, el sector concienciado y militante de esta, nuestra sociedad, ha desempolvado la cantinela del «nada que celebrar» y ha hecho la revolución pequeñoburguesa desde el sofá. Los indios a los que se cepilló Cortés a cambio de likes en las redes sociales: el antiimperialismo es una cosa curiosísima. Informe de última hora: las obras completas de Juan Santiago Rousseau se agotan en las librerías del Estado. Arrimando el clamor a su sardina, los territorios forales han sacado pecho tras sus trajes regionales y han reivindicado sus tradiciones atávicas inventadas (¡mecachis!) hace cien añitos por algún señor católico y de derechas.

Anoten, camaradas: en la fiesta nacional se celebra el antiguo régimen y se escupe en el sufragio popular

En su blando esfuerzo conciliador, la admirable tercera vía de nuestras izquierdas nos ha sepultado en análisis sobre la conveniencia de un patriotismo bueno, un nacionalismo sensato. El lenguaje foucaultiano de cartón-piedra vive momentos de esplendor. Pensaba que verle las costuras a ese engendro teleológico al servicio de la clase dominante era la mayor ventaja de ser español, ¡qué tonto! Eso me pasa por no haberme apuntado a los seminarios de Errejón en la universidad de verano de Podemos. ¡Mira que faltar a clase el día del núcleo irradiador!

Para completar el puzle, el frente oligofrénico de la entente periodístico-política ha llamado a cruzada contra el presidente porque, según las últimas averiguaciones, hizo esperar un minuto al rey a propósito. Los cimientos del régimen constitucional se socavan con una facilidad insospechada. Tiene faena que monten este paripé los mismos que bloquean cualquier intento de justicia social con la cantinela del «hay cuestiones más importantes, el país no está para eso». Chico, cualquier excusa es buena para llegar tarde al trabajo.

Pensándolo fríamente, va a ser difícil tener una fiesta más nacional que este espantajo que tenemos ahora, con cada loco disparatando a discreción. Saldré ahora a hacer unos recados y espero cruzarme con la «bandera exaltada» (a los jóvenes ya no se les entiende cuando hablan, blablablá) encima de su poste. Me tranquiliza verla ahí, en vez de a lomos de algún manifestante contra el matrimonio homosexual, la legitimidad del gobierno elegido en las urnas o en la pechera de los amables antidisturbios que siempre apalizan a los mismos.

Y, oigan: viva la virgen del Pilar.

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