Queridísimos censores

Una recua de chimpancés a medio alfabetizar se despioja en los consistorios españoles. La democracia tiene estas cosas: los bienes más preciados de la sociedad pueden acabar en las pezuñas de los genios a los que se les atragantó Teo va al zoo. Por ejemplo, la programación cultural.

La última semana, los profesionales del ramo han puesto a circular un hashtag (durísima contraofensiva) en protesta por las últimas cancelaciones promovidas por el binomio derechoso. En una comedia de Lope sale un pito y los de Vox están pidiendo las sales. Se cuentan entre los damnificados Virginia Woolf, la biografía de un maestro republicano o esa escena de Buzz Lightyear que encolerizó a los talibanes. El manifiestito (es muy pequeño) difundido en redes dice que "sin cultura no hay democracia". Tremendo debate filosófico, camarada: Céline, atiende.

Los conceptos vaporosos hacen eslóganes estupendos, pero un pésimo caldo. Miren, tampoco es que estos tarambanas vayan a quemar (muy a su pesar) la biblioteca de Alejandría: las obras completas de Virginia Wolf verán otro amanecer. Aunque no me atrevería a decir lo mismo de los curritos de la compañía de teatro.

La libertad de expresión es un bien valiosísimo en cuya defensa todo esfuerzo poco, pero la batalla de las ideas se da mejor con el estómago lleno. Los que nos dedicamos a oficios tan extraños como la literatura, el cine o las artes plásticas corremos el riesgo de olvidar (de esto se aprovecha el enemigo) que lo que hacemos es, esencialmente, un trabajo. Cuando se cae de cartel (tiran, ¡precipitan!) una función, padece, además de la libertad, el tramoyista, la iluminadora, los de vestuario, la acomodadora, los del transporte y el que pone catering.

Sería útil dejar de plantear la oposición en los justos términos en los que los espera el adversario: rojos, vagos y maleantes defendiendo sus chiringuitos blablablá

No quiero quitarle hierro reaccionario (el atropello es incuestionable), pero quizás sería útil dejar de plantear la oposición en los justos términos en los que los espera el adversario: rojos, vagos y maleantes defendiendo sus chiringuitos blablablá. Asociar lo cultural a lo progre, a la libertad, la democracia y el sursumcorda, con Almodóvar a la cabeza, es una idea felicísima, pero tienes a los cretinos de las marchas militares y el gintonic de Larios patrimonio de la humanidad haciendo palma con las orejas. Por mí (y para el discurso público y combativo) se acabó lo de la cultura: la industria cultural. Dennos una ley de mecenazgo, un instituto del artista y si no le dicen a la Seat que descontinúe el Ibiza no nos digan a nosotros de qué carajos tenemos que escribir.

Aquí cojean todos (nunca olvidaremos la asquerosa actuación de Celia Mayer y la simpática Carmena en el incidente de los títeres alkaetarras), pero qué desesperante tener una y otra vez rivales que no encontrarían la salida en una cocina. Te imaginas a Buxadé leyendo el Marca con el diccionario al lado y se te enternecen las carnes. Ya lo enseñó Platón: la estupidez y la maldad son la misma cosa.

En fin, qué disgusto: tenía preparados unos chistes buenísimos sobre la herencia universal y he tenido que ponerme campanudo, con lo ingrato que es eso

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