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La reflexión de Sánchez abre el primer debate en serio sobre su sucesión en el PSOE

Recuento de bajas

La otra mañana me puse a Carlos Herrera. (Tengo un trabajo muy sacrificado). El tío sigue engorilado con los comicios estivales. «Las elecciones se han convocado con la pretensión de que muchos no voten». Pedro Sánchez, maestro de la psicología inversa. Sofocado el golpe de los carteros, un nuevo enemigo se yergue sobre el horizonte: un atasco bolivariano amenaza con socavar los cimientos del Régimen del 78. Engolándose el verbo, Herrera arenga: «la última hazaña del sanchismo es haber convertido el voto casi en una heroicidad». Hola Daoiz, ¿qué tal Velarde?, chupaos esa.

Arre que dale en los últimos editoriales de nuestros moderados favoritos: feísima artimaña obligar a la buena gente de derechas a levantar el culo de la tumbona. ¡Nadie merece más un descanso! En sus cabezas, la chusma bolchevique no se toma vacaciones. Los pobres, qué asquito. Contribuyendo a la sombra, el gremio de lonas publicitarias hace su agosto: la era de las telecomunicaciones nos ha pillado tapizando edificios con mensajitos.

El presidenciable posa con su amigote el traficante. Losantos, por más que busco, no ha jugado la carta de la conexión con el narcoestado chavista liberticida. ¡Que no te pesquen con Delcy Rodríguez!

Por las grietas del sanchismo ha regresado el fantasma de las amistades pasadas. El presidenciable posa con su amigote el traficante. Losantos, por más que busco, no ha jugado la carta de la conexión con el narcoestado chavista liberticida. ¡Que no te pesquen con Delcy Rodríguez! A Cifuentes se la cargaron por unas cremas: si se afana una polvera, aquí no hubiese pasado nada. La farlopa es trasversal, el pegamento que une a las dos Españas. Pone a la gente pesadísima, pero mejor eso que la guerra civil.

El ínclito Feijóo se ausentó de un debate al que dijo que no iría porque le dio un tirón. La España que madruga. El mitineo es una profesión de riesgo, mucho peor que la fresa. Al día siguiente, en plena forma. Los voceros conservadores llevan una semana arrastrando los pies. ¿La campaña? Cansadísima, sobrante. Sánchez, el caprichoso, nos obliga a currar con calor. Los alquitranadores de la circunvalación más próxima aplauden entusiasmados. Mientras tanto, los medios progresistas se entregan frenesí del fact checking: los convencidos respiran aliviados.

Abascal, ese intelectual, no se molesta ni en mirar el guion. Fue a pegarse con Yolanda y Pedro y sin acordarse, el muy idiota, que había votado con Bildu la reforma laboral. Dale unos días y se reconoce autor del muralismo equino. Pim, pam, propuesta: quiere bombardear Barcelona. Ha leído a Espartero en el reverso de algún azucarillo y se le han despertado las meninges. «Habrá tensiones», dice. «Responderemos sin titubeos». Ni que los imbéciles dudasen.

Alberto Núñez prepara las carteras para sus nuevos socios: en algún cortijo, un torero cejijunto rellena cuadernillos Rubio. «La eme con la o, mó; dos más dos, cuatro». Sémper llora en un rincón: otro poeta que se contenta con las raspas. González Pons, resignado, ha dirigido su prosa esmegmática contra la ministra Morant. Otro gintonic, por favor. A las gachís ya no se les puede decir nada, blablablá.

Los demóscopos afilan sus trackings en las sombras. Qué dispendio, camaradas: en este país, hay más encuestados que habitantes. El revoltijo de izquierdas pisa el acelerador. Hay gestos, vídeos de TikTok que invocan al demonio poniéndolos al revés y un número manejable de puñaladas entre colegas. Tremendo éxito. En Twitter huele a remontada. Y a cerrado. A Sánchez no le queda un plató sin pisar: hábil maniobra para captar el voto de los estudiantes que se dejan veintisiete temas para el último día.

El domingo, a echar la papeleta: que Dios reparta suerte y va por ustedes.

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