¿Y si la concordia fuese reaccionaria?

La charcutería más moralista de la patria ha alumbrado un nuevo spot navideño. «Y así, lamentablemente para todos, llegamos a la Navidad más polarizada de nuestra historia». ¡Sapristi! ¿Cómo nos ha podido pasar? ¿Será que no hemos comprado suficiente chóped?

Siempre atento a las buenas nuevas del gremio del embutido, su majestad el rey se ha apuntado a la cantinela en su filípica de nochebuena. («Se ha puesto de pie», leo en la crónicas, asombradas). «Los ciudadanos también perciben que la tensión en el debate público provoca hastío, desencanto y desafección». ¿Cómo se habrá enterado? ¿Se lo habrá contado el mayordomo? El sermón navideño ha causado honda satisfacción entre los dos partidos mayoritarios. Tellado, ese hombrecillo, lo ha calificado de «necesario». Narbona, del pe so e, se apunta al cese del «ruido político». Ojalá una gran coalición en pro del murmullo y el susurro.

Empieza a inquietarme, lo reconozco, esta cantinela de los partidarios de la concordia y el entendimiento; sobre todo calibrando la denominación de origen. No sé si a estas alturas de la película el conflicto seguirá siendo el motor de la historia, pero solo se me ocurren unos beneficiarios del proceded con calma, prudencia y moderación: los poderosos. Statu quo, mon amour.

Puestos a elegir, yo echaría gasolina al fuego hasta que el humo sea tan denso que el ambiente se vuelva irrespirable y lo intolerable vuelva a ser llamado por su nombre

¿La crisis de vivienda? Déjese de intervenciones: negociemos con los rentistas, que la crispación es malísima para el cutis. ¿El convenio colectivo? Sin polarización, por caridad. ¿La forma del Estado? No miente usted la república, que eso trastabilla la paz social. Hubo un tiempo —no me creerán— en que a servidor de ustedes le pirraban la armonía y las buenas formas. ¡Apenas quería guillotinar a nadie! Fue, claro, antes de ponerme a trabajar, pagar alquileres y demás insatisfacciones de la vida adulta. Pero chico, en cuanto los jefes empezaron a maltratarme y los caseros a sangrarme surgió en mí un íntimo deseo de quemar contenedores.

Hace poco, en un conversatorio sobre políticas culturales, uno de los intervinientes me insistió en la de tiempo que necesitan ciertas iniciativas institucionales para permear, etcétera. Vamos, que me llamaba impaciente. Por darle la razón, lo interrumpí, replicando que la espera es un lujo que no todos podemos permitirnos.

Si Ana Rosa (glorioso cameo en el anuncio de Campofrío), su católica majestad y los partidos hegemónicos se apuntan a combatir la polarización… permítanme sospechar que por ahí no es. Juraría, ¡digo más!, que habría que tomar el camino de enfrente. No sé qué tendremos que acordar con los que intentan escamotearnos el derecho a la vivienda, o si los que tratan de desmantelar el sistema público de salud (con el reguero de muertos que conlleva la maniobra) merecen que nos sentemos a conversar en paz y concordia. Puestos a elegir, yo echaría gasolina al fuego hasta que el humo sea tan denso que el ambiente se vuelva irrespirable y lo intolerable vuelva a ser llamado por su nombre.

Si tengo que escoger entre tus respetables opiniones y la salvaguarda de algunos derechos fundamentales, la elección me parece clara. Siento contravenir los amables deseos de don Felipe, y eso que el hombre nos los trasmite como si se los hubiésemos pedido. Radicalidad, beso tu nombre.

La charcutería más moralista de la patria ha alumbrado un nuevo spot navideño. «Y así, lamentablemente para todos, llegamos a la Navidad más polarizada de nuestra historia». ¡Sapristi! ¿Cómo nos ha podido pasar? ¿Será que no hemos comprado suficiente chóped?

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