@cibermonfi

Deriva autoritaria

Resulta desesperante el entusiasmo con que las izquierdas se arrojan de cabeza al pozo de las querellas fratricidas y bizantinas. Querellas en las que una de las partes siempre termina reforzando, aunque sea de modo inconsciente, el argumentario de las derechas. El conflicto catalán está propiciando bastantes de estos debates de besugo.

Por ejemplo, el que podría expresarse así: “¿Represión? ¿Qué sabes tú de represión? ¡Tendrías que haber conocido el franquismo!”. Estos días, escuchamos mucho esta fórmula en boca de sexagenarios y septuagenarios con pasado de izquierdas.  Ni que decir tiene que sus declaraciones son acogidas con júbilo por los medios de comunicación gubernamentales y concertados, es decir, la mayoría de los impresos y audiovisuales. Les sirven para justificar los porrazos del 1 de octubre y el encarcelamiento de independentistas catalanes.

Yo no veo la menor incompatibilidad entre haber combatido el franquismo y manifestarse ahora preocupado por la deriva autoritaria del régimen democrático surgido del 78. Al contrario, creo que los ideales de libertad que llevaban a detestar a Franco son los que deberían llevar ahora a escandalizarse por las multas, los juicios y los encarcelamientos de titiriteros, humoristas, tuiteros e independentistas. O por la impunidad con que actúa una ultraderecha envalentonada. O por la intervención de las cuentas del Ayuntamiento de Madrid. O por la amenaza de aplicarle el 155 a los socialistas de Castilla-La Mancha coaligados con Podemos.  A no ser, claro, que la edad haya marchitado esos ideales.

Viví los primeros 21 años de mi vida bajo el franquismo, sé lo que fue. Y resulta también que durante el último lustro de ese período combatí al franquismo como estudiante de bachillerato y luego universitario. Estuve en manifestaciones, huelgas, panfletadas y todo eso. Me arriesgué, como mínimo, a recibir un zurriagazo de los grises o pasar alguna noche en comisaría. ¿Y qué? ¿Me autoriza eso a aprobar hoy que aporreen a gente que quería votar? ¿Debo alegrarme porque la mitad del depuesto gobierno catalán duerma entre rejas?

Vamos a ver, el autoritarismo se declina de diversas maneras y tiene diferentes grados. El régimen de Franco era menos brutal que el de Hitler o el de los jemeres rojos y más que la dictadura de Primo de Rivera. Incluso a lo largo de su larga existencia, el franquismo fue bajando el nivel de su ferocidad. Yo no puedo decir que en los años en que lo combatía fuera tan salvaje como en la posguerra. Pero nada de eso justifica al franquismo, ¿no?

¿Estoy diciendo que la España actual es una dictadura? ¡No! La acusación de que criticar lo que ocurre en la España actual equivale automáticamente a tildarla de dictadura es otro de los sofismas que tienen que escucharse estos días con tristeza intelectual. Si a estas alturas del siglo XXI no hemos comprendido que existen eso que se ha dado en llamar democracias autoritarias, vamos mal, muy mal. Son sistemas en los que los gobernantes son elegidos en elecciones, hay partidos de oposición y se permite cierta libertad de expresión y prensa. Y donde, por supuesto, no existen presos políticos porque todos los encarcelados lo han sido por el poder judicial en aplicación de las leyes vigentes. La Rusia de Putin, la Turquía de Erdogan, la Venezuela del chavismo y algunos países del Este de Europa suelen ser citados como ejemplos –diferentes entre sí– de democracias autoritarias. ¿Qué les caracteriza? Pues que los gobernantes compiten dopados financiera y mediáticamente en las elecciones, que la oposición y las minorías apenas asoman la cabeza en los medios de comunicación públicos, que la libertad de expresión y prensa se confina a los márgenes del sistema, que los fiscales y jueces deben sus carreras profesionales a los gobernantes, cosas así.

¿Estoy diciendo que la España del PP es la Rusia de Putin o la Turquía de Erdogan? ¡No! Estoy diciendo que la España que surgió de la Transición –y no podía ser de otra manera dada la correlación de fuerzas de entonces– ya era una democracia que dejaba que desear. Y estoy diciendo también que en los últimos años, so pretexto de la lucha contra el terrorismo y ahora contra el independentismo, no deja de darle nuevas vueltas de tuerca a los instrumentos represivos. Sirvan de ejemplos la Ley Mordaza o el protagonismo estelar de la Audiencia Nacional en asuntos políticos o de opinión que no debieran ser de su competencia.

El ascenso del autoritarismo es un fenómeno universal en lo que llevamos de siglo. Para enfrentarse al yihadismo, a las migraciones masivas o a contestaciones políticas o sociales internas, los gobernantes recortan aquí y allá libertades y derechos, siempre, por supuesto, en nombre de nuestra “propia seguridad”. No veo ninguna razón para jactarse de que España está inmunizada frente a este fenómeno. Al contrario, desde el Vivan las caenas hasta Franco, la historia de nuestros siglos XIX y XX resulta preocupante al respecto.

Termino.  ¿Ha llegado ya España al nivel turco? ¡No! También hay mayor o menor intensidad en las democracias autoritarias. Pero me temo que se encamina más hacia allí que hacia ese momento de ampliación de libertades y derechos que fue el primer zapaterismo. Así que, en mi opinión, un progresista tiene razones sobradas para inquietarse. Y para no regalarle cheques en blanco a un partido gobernante que viene de donde viene. Bajo ningún pretexto. Ninguna libertad está garantizada para siempre y quien diga lo contrario es un botarate, por muy de izquierdas que haya sido. La democracia es como una bicicleta, te caes de ella si dejas de pedalear. Un instante, quizá ese en que los árboles no te dejan ver el bosque, es suficiente para fastidiarla.

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