El Polo Norte se derrite… y nuestra justicia, también Jesús Maraña
Sumar sin restar
No quisiera estar yo en el pellejo de Yolanda Díaz en la titánica, casi imposible, tarea de aunar a las fuerzas políticas situadas a la izquierda del PSOE de cara a las elecciones municipales, autonómicas y generales del año próximo. Sin embargo, soy de los que piensan que parece ser la persona más indicada en este momento para intentarlo. Así lo sugerí cuando, a finales de 2020, comenté aquí mismo que ella, en la izquierda, e Isabel Díaz Ayuso, en la derecha, me parecían los más brillantes políticos españoles del año. Y lo reiteré en la despedida de Pablo Iglesias, cuando la propuso como su sustituta al frente de Unidas Podemos; al observar luego que la unidad es un valor de izquierdas y, por último, al elogiar su serenidad.
No oculto mi color como hacen casi todos los periodistas de derechas. Los hechos son sagrados, pero las opiniones son libres, y las mías son progresistas. Deseo una alternativa nítidamente de izquierdas que sea tan fuerte en sí misma como capaz de mancomunarse con un PSOE con frecuencia demasiado mojigato. De mancomunarse manteniendo su identidad y su espíritu crítico, que la amistad y hasta la asociación no están reñidas con la expresión sosegada de las diferencias cuando las haya. Y, repito, creo que, por razones sobradamente conocidas, a Yolanda Díaz le toca intentarlo antes de que sea demasiado tarde.
No soy de adhesiones inquebrantables, creo que Yolanda Díaz ha tardado demasiado en poner en marcha su proyecto y creo también que no ha sabido o podido encontrar en estas elecciones andaluzas una fórmula que lo esbozara con claridad meridiana
Ya sé que en la izquierda hay quien dice que cuantas más candidaturas progresistas tengan los electores, mucho mejor. Así se cosechan todos los votos posibles, afirman algunos sabiondos de laboratorio. Con todo el debido respeto, esto es puro wishful thinking, pensamiento ilusorio. Llevando al absurdo esta argumentación, lo ideal sería entonces que todos los progresistas nos presentáramos individualmente a las elecciones, porque todos somos hijos de nuestra madre, porque nunca estamos de acuerdo al 100% con nuestros compañeros del alma, compañeros, porque siempre tenemos matices personales. Y llevándola a la realidad, el sistema electoral español es el que es: prima la unidad y la fortaleza. Muchísimos votos se pierden en opciones minoritarias, y eso cuando el ciudadano llega a votar, cuando la división de los suyos no ha sembrado el desánimo abstencionista en su espíritu.
A tenor de las encuestas, la existencia de dos candidaturas a la izquierda del PSOE —la de Inma Nieto y la de Teresa Rodríguez— no está esperanzando y revigorizando a los progresistas andaluces de cara al 19J. Es posible que la suma de los diputados obtenidos por las dos no llegue a la alcanzada en 2018 por ese espacio político. Y digo esto sin la menor intención de desmerecer la buena campaña que está haciendo Teresa Rodríguez, mejor, en mi opinión, por más clara y enérgica, que las de Juan Espadas e Inmaculada Nieto.
No soy de adhesiones inquebrantables, creo que Yolanda Díaz ha tardado demasiado en poner en marcha su proyecto y creo también que no ha sabido o podido encontrar en estas elecciones andaluzas una fórmula que lo esbozara con claridad meridiana. Me gusta la receta de la vicepresidenta, Sumar, pero pienso que de nada sirve sumar si, al mismo tiempo, se resta. El resultado final puede ser el de antes o incluso peor.
En parte de la izquierda andaluza ha provocado desilusión que Yolanda Díaz no fuera capaz de convencer a Teresa Rodríguez de que renunciara a su candidatura en aras de la unidad. Y también que diera una impresión inicial de ningunear a Podemos. El proyecto Sumar —más positivo en su mera enunciación que ese Frente Amplio que emplean algunos— debe conseguir que las cabezas de ratón del personalismo y el localismo renuncien a dogmatismos y narcisismos en esta hora crucial. Pero tampoco puede convertirse en una mera reedición de Izquierda Unida que ignore lo que significaron el 15M y la emergencia de Podemos.
No me gusta esa reiterada escenificación de las diferencias de Yolanda Díaz con Ione Belarra, Irene Montero y los suyos. No puedo olvidar que, cuando la España oficial era un clamor de alabanzas a nuestra inmejorable democracia y nuestra envidiable economía, Podemos enarboló la chispa de rebelión que el 15M había prendido en tantas plazas de España. Los morados han cometido muchos errores —en mi libertaria opinión, no los que le reprocha el establishment, sino justo los contrarios: institucionalizarse, abandonar la calle, renunciar a la guerra cultural y la resistencia social—, pero sin ellos Díaz no sería vicepresidenta ni tampoco la candidata a reconstruir el espacio confederal.
Conscientes quizá del mal arranque de la fórmula Por Andalucía, el martes Díaz, Belarra y Alberto Garzón sumaron energías en un mitin conjunto en el feudo socialista de Dos Hermanas, que, según la crónica de José Enrique Morosi, reunió a mucha y muy entusiasta ciudadanía. Me parece estupendo, pero no puedo dejar de preguntarme si no es poco y tarde. El domingo lo veremos. Entretanto, lo suyo sería que Sumar se dejara de zarandajas y adoptara definitivamente el espíritu combativo e integrador de Dos Hermanas.
A su manera, Jean-Luc Mélenchon intenta en Francia sumar sin restar o restando lo menos posible. El pasado domingo, el líder de la Francia Insumisa consiguió algo importante: que la izquierda, incluida la socialista, estuviera unida y superara a la ultraderecha de Le Pen como principal oposición al melifluo y neoliberal Macron. No da para alcanzar el Elíseo, quizá ni tan siquiera Matignon, pero supone un rayo de luz en un cielo cubierto de nubarrones.
Nada está escrito en ningún libro sagrado, la historia la escriben los seres humanos. Con suavidad y serenidad, sí, y también, cuando es menester, con firmeza, audacia e irreverencia.
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