La mafia y la hipnosis colectiva

Hay que tomar las calles de Madrid el próximo domingo 8 después de montar follón al Gobierno y al Rey en la Conferencia de Presidentes Autonómicos del viernes 6 en Barcelona. Es lo que necesita Feijóo para reivindicarse como un líder con un par. Tiene que sacar pecho ante los que le están dando su última oportunidad para exhibir la hombría que le exigen los Aznares y las Ayusos. Todo muy casposo, sí, pero ya que la derecha no presenta ideas ni parece tener un plan para España, excepto el histórico ‘que se hunda el país que ya lo levantaremos nosotros’, solo le queda demostrar un poderío imaginario. Pues el PP sin Vox, no es nadie, como muestran las encuestas de esta semana. 

Así que si hay que usar métodos mafiosos de coacción, como los que se achacan al Gobierno, el PP no duda en ponerlos en práctica. Los votantes populares y los de Abascal están sumergidos en una hipnosis colectiva, que incluye desde aplaudir la extorsión porque el fin justifica los medios, a no sentir repulsión por el genocidio de Gaza, ni un mínimo de compasión por el inmigrante o agradecimiento porque con su trabajo mantienen las pensiones de quienes los repudian. A pesar de sus supuestos principios católicos, parecen haberse sometido voluntariamente a un cambio de conciencia. La conciencia estorba una barbaridad cuando se trata de comulgar con los preceptos poco cristianos de los partidos a los que son fieles. 

Es mucho más fácil asumir que España es una cloaca y que el país va sin freno despeñándose por la pendiente

Es mucho más fácil asumir que España es una cloaca y que el país va sin freno despeñándose por la pendiente. Y esa es la versión que se está extendiendo más allá del ámbito de la derecha. Se compra gratis también por los que se definen de centro, que consideran que el país está mal aunque si les preguntas qué tal les va, contestan que a ellos, bien. Quizá mejor que hace mucho tiempo. Porque sus hijos tienen trabajo y ellos viajan sin control a pesar de los precios astronómicos de los hoteles patrios. 

Los datos de empleo no eran tan exultantes desde hace 17 años, bajando de 2,5 millones de desempleados. Casi 22 millones de trabajadores en mayo de los que 10,3 millones son mujeres y 3 millones, extranjeros. Cifras que se trasladan al consumo en los hogares y que han impulsado a un 3,2% el crecimiento del PIB en 2024, detalles que la derecha no quiere comentar, como si no existieran. Los jóvenes tienen empleo, pero están cabreados, claro, no tienen acceso a la vivienda por mucho que trabajen a no ser que unos progenitores multipropietarios les cedan una. Canalizan su enfado echándose en brazos de quien promete dinamitar un sistema que les da la espalda. Ya estamos viendo los efectos de hacer saltar por los aires todo a la vez en todas partes, como Trump. Pero la frustración es un sentimiento que la extrema derecha está canalizando con éxito en toda Europa. 

Bajo los efectos de la hipnosis se conciben irrealidades y se asumen dicotomías como a la que se aferra ahora el PP con el lema ‘democracia o mafia’, que cualquiera que haya despertado entendería que encaja mejor con la casuística del partido de la oposición y sus presidentes autonómicos. Esos que aceptan ir el viernes a la reunión con el Rey y el ministro de Política Territorial solo para escenificar la negativa a mejorar la vida de los ciudadanos para los que gobiernan. Que prefieren que no se condone la deuda a sus comunidades, o que insisten en que el problema de la vivienda se resuelve facilitando la compra a residentes extranjeros con ventajas fiscales que no gozan los nacionales y que sirven para blanquear dinero y aumentar más el precio mientras crean alarma con la ocupación fomentando que crezca el número de viviendas vacías. 

Ese es el orden del día, entre otras propuestas descabelladas como la retirada de la reforma del Poder Judicial, que el Gobierno ha aprobado debatir en la famosa Conferencia de Presidentes, para dejar sin argumentos al PP. No habrá acuerdo pero sí ruedas de prensa a tutiplén acusando a Moncloa de ilegal, que serán deglutidas por los adeptos. Hace más de un siglo, Sigmund Freud ya advirtió que la docilidad en la sugestión depende más de la predisposición del paciente que del médico. El mérito de la hipnosis no es tanto del PP, sino de quienes desean ser hipnotizados con todas sus fuerzas. 

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