Desde la casa roja

Quién fija la historia

Aroa Moreno

Estábamos en la playa de la Zurriola cuando me preguntó si no íbamos a hablar de «Patria». Debes estar deseando discutir conmigo sobre eso, dijo. Mientras él hablaba, la vida pequeña seguía: yo le sacaba las botas de agua al niño y ponía los calcetines a secar al sol en una roca. ¿Tú y yo hemos estado juntos en Belfast?, le pregunté. Claro que sí, dijiste que era un sitio triste. Esa mañana de hace unos días yo había estado leyendo una novela, Los incendiarios, de Jan Carson, sobre Irlanda del Norte, pero solo conseguía recordar nuestro paseo por las calles de Derry. Allí, al conflicto armado lo llamaron the troubles. Esos llamados problemas, disturbios, asuntos de Irlanda del Norte duraron treinta años y dejaron 3.500 muertos. Esos problemas podrían llamarse la guerra. Nosotros fuimos en el invierno de 2004 y nos hicimos fotos delante de esos murales con hombres pintados que llevaban máscaras de gas y bombas molotov en las manos. Fuimos, teníamos poco más de veinte años, y busco las fotos y vuelvo a fijarme en que, en uno de ellos, está pintado en una esquina el símbolo de ETA.

Tampoco en Irlanda del Norte está siendo fácil reconstruir la memoria de sus territorios. El ritmo de la paz no es el mismo que el de la violencia. De la necesidad de dar algún sentido a esos treinta años, han surgido iniciativas sociales, independientes al poder político, que vuelven la mirada para que duela menos la brecha. Más de veinte años después de los acuerdos de paz del Good Friday del 98, el 90% de los niños siguen escolarizados en colegios segregados, solo el 12 % de las familias de las víctimas ha conseguido resolver cómo perdieron a sus seres queridos y la justicia británica continúa siendo laxa para condenar las muertes de hombres y mujeres a manos de las fuerzas de seguridad del Estado.

En tierra continental, a algo más de mil kilómetros del Ulster, aquí mismo, hace unas semanas, una encuesta indicaba que más de la mitad de los españoles creen que ETA sigue activa nueve años después del cese de la actividad armada. Seis de cada diez jóvenes menores de 18 años desconocen quién fue Miguel Ángel Blanco. El 95% no acierta con el número de víctimas. Solo un 30% sabe quiénes fueron los GAL. Es evidente que fracasamos reincidentemente en los mecanismos que escriben la historia y sus nombres, en los procesos que legan el pasado a las siguientes generaciones.

Quién vaciará mis bolsillos

Quién vaciará mis bolsillos

Ante la falta de historia y el abuso político para traer según interesa al presente lo ocurrido, nos volcamos demasiado apasionadamente en las ficciones, como si fueran la crónica total. Tanta es la falta que nos hace leernos. La historia de un lugar no debería ser responsabilidad únicamente de iniciativas íntimas, ni aunque nos ayuden a conectar con un sufrimiento anterior y alumbren habitaciones que permanecieron hasta ahora a oscuras, de creaciones artísticas. No únicamente de transmisión de testimonios, porque la historia se nos escapa en su demora de ser entendida y ya solo queda el gran puzzle de los relatos. Dar cohesión a esa pieza única, llena de fisuras vivas, requiere justicia y reparar el daño. Requiere otras herramientas de la escritura.

Puede que pase el tiempo y no consigamos contarnos esa historia, no lo hemos conseguido todavía con la represión de la dictadura. Los huérfanos se quedaron sin padre. Alguien mató a otro alguien. La justicia de la justicia. Cuál es la raíz de tanta ferocidad. Cuántas respuestas queremos encontrar. Cuánto somos capaces de escucharnos. Cuánto nos duele el pasado. Qué no admitiremos nunca. Uno de los caminos que me alejó de lo que yo traía aprendido sin haberlo elegido lo emprendí hace quince años, en Irlanda del Norte, conversando durante días y días con J. El suyo, no sé cuál habrá sido.

Mientras, seguiremos leyendo los libros incómodos. Los que nos hacen hablar y reencontrarnos. Cuando el sol del Cantábrico secó los pequeños calcetines, J nos acompañó a la casa. Le vi alejarse algo cabizbajo por Gros, igual que entonces por la Calzada del Gigante, hacia el río.

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