La portada de mañana
Ver
La red infinita del lobby de la vivienda: fondos, expolíticos, un alud de 'expertos' y hasta un pie en la universidad

Desde la casa roja

Poética política de Màxim Huerta

Qué hace falta para ser ministro. Mi abuelo me interrogaba a menudo sobre el futuro cuando era niña. Y entonces me decía que tenía que ser empresaria. Pero luego se quedaba callado, aquellos silencios de los últimos octubres, y añadía: o ministra. Me lo decía cuando llegaba del rastro los domingos con la bolsa de los cachivaches al hombro, rayando las tres de la tarde. A la mesa puesta y enfriándose el guiso en aquel piso a pie de calle. Yo le miraba sin decir nada desde mucho más abajo de sus expectativas para no romperle a ese hombre el sueño de quien se sabe ya de partida, tú vas para arriba y yo voy para abajo, pero que ha dominado la vida lo necesario para decirte serás lo que tú quieras. Si quieres.

La tarde del pasado jueves, una pregunta tardó en encontrar un nombre. Pedro Sánchez hizo bien en guardárselo para el final. A poco que manejen con corrección la comunicación, saben que las redes están plagadas de periodistas y que los periodistas nos creemos todos parte de la cultura. El ruido iba a hacerse oír. No solo por eso, todo el país conoce al mediático ministro de Cultura y Deportes, Màxim Huerta. Es de esas personas a las que saludan por la calle sus desconocidos. Y la decisión quería dejarnos partidos en dos a los que seguimos absurdos aquellos nombramientos como telespectadores de un show desconcertante: si te parece bien Huerta, viene del mundo del libro y tiene ganas, entiendes la cultura y el deporte con frivolidad; si el escritor y periodista te produce desconfianza como ministro porque no vale con ser majo y tener gusto por la lectura, eres un snob. De blancos y negros estamos curtidos.

¿Podemos comparar a Huerta con otros ministros anteriores para sentirnos aliviados? Venimos de tan oscuro que cualquier nombre daría luz. Lo que sí me gustaría pensar es qué tiene Huerta que no tuvo Méndez de Vigo para que su nombramiento no fuera escudriñado hasta la última imagen siendo su biografía y genealogía tan intensa. Y me temo que tiene que ver con nosotros. Creemos de forma errónea que la vara de medir a Huerta es la nuestra. Que en algún momento de esta semana podríamos haber respondido que sí ilusamente a los deseos de nuestro abuelo, a los de nuestra madre. Cuánto daño le han hecho las vanas promesas a varias generaciones. No medimos a Méndez de Vigo ni nos medimos con él cuando fue nombrado en 2015 por Rajoy porque él era otra cosa: llámalo nobleza, llámalo partido. Lo llamaron casta. No había nada que hacer.

Lectores o no de sus novelas, seguidores o no de la ironía de sus tertulias, parece que Huerta debe ser de esas personas que ponen de sí en lo que hacen. El extraño salto que dio desde los informativos al lado de Ana Rosa Quintana y después a los libros ya requería cierta destreza. En realidad, no es una línea recta, ni siquiera es lógica, y seguro que detrás hubo seguridades para quien contó hacerlo por amor a la escritura. También habría dudas. Un marketing bien tramado iba a correr detrás del título de cada una de sus novelas, una de ellas premiada ya entonces. Había red bajo el salto. Pero nada era seguro. Sus lectores podían volver a recogerle o dejarle caer al vacío. Para desgracia de los zahoríes de los libros, ni los títulos ni la credibilidad se someten ante nadie, tampoco a las leyes de la mercadotecnia.

Cuenta Huerta en una columna que la ministra francesa de Cultura, Françoise Nysse, inauguró un Salón del Libro de París donde él estaba. “La trayectoria de la ministra es inmaculada”, escribe sobre Nysse, editora y promotora cultural. “Como si un buen médico fuera ministro de Sanidad o un maestro con mucho oficio de Educación. Lo que viene a ser… respeto”. ¿Responde su nombramiento a esta poética que el mismo trazó de la política francesa?

Después de algunas vueltas estos días, sí prefiero ahí a un autor con ganas de curar la depresión a la cultura que a un barón que entiende por cultura su tradición personal cuando canta Soy el novio de la muerte al paso de un Cristo en Semana Santa. Me es inevitable la bocanada de aire. Las cifras de la cultura vienen de donde vienen. Y lo que viene a ser respeto, como el propio Huerta escribió, y como a todos, tendrá que llegarle o no después, se lo dijo al oído su predecesor, pasándoselo bien, y desactivando las bombas que le dejó guardadas en la cartera: la bajada del IVA en el cine, el Estatuto del Artista, la ley de Mecenazgo, la crisis del Inaem, el deterioro del Patrimonio Histórico o algunas nuevas que ya explotan: como la polémica en torno a los toros o su desapego del deporte. Ahora toca esperar que a la estética de este Gobierno le siga la profundidad de un cambio real.

De las frases de Huerta que estos días se han escuchado, me quedo con esta que aparece en uno de sus libros: “Basta con que uno recuerde la historia para que la historia exista”. Pues recuerde ahora que es ministro, para que la cultura en este país deje de ser una desmemoriada con algunos nombres, minorías y desigualdades.

P.D. Hoy miércoles hemos sabido que el ministro de Cultura, Màxim Huerta, fue condenado a pagar 243.000 euros por fraude fiscal. Sí había mácula en su biografía. Y decidió obviarla. Veremos qué sucede con su cargo y qué explicaciones se dan. Rápido lastre para un Gobierno nuevo y quiebra irreparable de la credibilidad de uno de sus ministros.

Más sobre este tema
stats