Torrejón, un modelo mortal Pilar Velasco
El meme no es solo una broma –un vídeo, una foto, una frase…– que circula por Internet. Esa es una acepción muy reciente y reduccionista. Un meme, palabra inventada por Richard Dawkins en 1976 (El gen egoísta), es una unidad mínima de cultura. “Meme” es a la cultura como, en inglés, un “gene” (o ‘gen’ en español), a la biología.
Un gen es tanto más eficaz en la biología cuanto más prolífico y más fiel en la copia es. Lo mismo sucede con los memes en la cultura. Hay memes que se viralizan con efervescencia, a gran velocidad, y que persisten por décadas, por siglos:
La sonrisa de la Gioconda.
La Torre Eiffel.
Times Square, los taxis amarillos.
El primer compás de la quinta sinfonía de Beethoven (ta ta ta taaan…).
El “cumpleaños feliz”.
Las cabinas rojas de teléfonos de Londres.
La lengua de los Rolling Stones o las tipografía de AC/DC o de Kiss.
El portentoso complejo de memes del catolicismo: la cruz, la virgen, el Vaticano, el pan y el vino.
…
Pero también:
“No pasarán”.
“Paz, piedad y perdón”.
“¿Por qué no te callas?”
“España va bien”.
“Que te pego, leche…”
La casta.
…
Y más recientemente:
Un “loco” con una motosierra y “¡Viva la libertad, carajo!”
Los inquiokupas.
Un MENA.
Las “charos” (quizá este no te haya llegado, maduro lector: así llaman los cachorros de la derecha a las mujeres funcionarias, acomodadas, boomers, bien pagadas, amargadas, extractivas… es decir, quizá a sus propias madres).
“Mafia o democracia”.
Y también una señora llamada Leyre –“fontanera del PSOE”, buen meme también– huyendo de un empresario en una sala de hotel.
Y un guapito joven o un negro fornido acosando a las autoridades por la calle e interrumpiendo formales ruedas de prensa.
…
Si hace tan solo un siglo una fotografía tardaba en revelarse un día, apenas se veían imágenes en movimiento y las noticias requerían como mínimo medio día para llegar a una buena parte de la población, hoy esas imágenes y esas frases llegan a toda una comunidad en cuestión de segundos. Pertrechados con nuestros dispositivos móviles, los seres humanos no dejamos de ser meros recipientes y difusores de esos memes. El meme tiene vida propia, como un virus. Es irresistible. El buen meme pide ser compartido. Y nuestro instinto es difundirlo.
Lo memético, Leire, que lleva consigo la fuerza de un drama circense, enterrando a lo antimemético, el país que disfrutamos, que está mejor que bien
Y luego están los “antimemes” que estudia Nadia Asparouhova en un libro reciente y brillante (Antimemetics: Why Some Ideas Resist Spreading). Zurich es tan antimemético, dice, como Nueva York memético. Sí, Zurich es probablemente la ciudad más relevante en el sistema financiero y bancario mundial, pero cuesta condensar su significado en una foto o un segundo. Un tabú, como la cocaína, el fraude fiscal o el sexo duro es antimemético, porque en sí mismo conlleva la prohibición de su difusión.
Por ejemplo, y este es el punto que quisiera dejar este viernes, resultan antimeméticos, difíciles de difundir:
Los datos macroeconómicos españoles, que son extraordinarios.
Nuestra espectacular apuesta por las energías renovables.
Que seamos la primera potencia mundial en alta velocidad ferroviaria.
Lo de las gafas para los adolescentes, que ha sido flor de un día.
Que el salario mínimo interprofesional haya subido desde los 700 a los 1.200 euros.
Que Salvador Illa –un hombre concienzudamente antimemético– sea el president de la Generalitat y los cuñados no discutan ya en las sobremesas catalanas.
Y así sucesivamente.
Quiere esto decir que el mismo día, este miércoles, que la tal Leire y Aldama se encaraban en un hotel, en un sainete irresistible, se difundían los extraordinarios datos de empleo y de afiliación a la Seguridad Social. Y que ese mismo día el presidente del Gobierno ofrecía a los presidentes de las comunidades autónomas un acuerdo ambicioso para invertir en vivienda protegida.
Lo memético, Leire, que lleva consigo la fuerza de un drama circense, enterrando a lo antimemético, el país que disfrutamos, que está mejor que bien. El alcalde de Madrid, justo después del show, afirmó que (se supone que el PSOE y el Gobierno) “nos toman por gilipollas”. No, no es que nos tomen por gilipollas. Es que lo somos: fascinados con episodios irrelevantes –y también irresistibles– mientras lo sustancial, silencioso, nos pasa desapercibido.
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