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Desde la tramoya

Elogio de Sánchez, sin peros

José Miguel Contreras lo ha descrito con brillo hace poco. El PSOE tiene un problema de peroísmo: “Un empeño generalizado en considerar que el resultado está bien, pero…”. Yo lo extendería más allá de la evaluación de resultados. Los socialistas tienen una propensión a ponerle a las cosas un sonoro “pero”. “Sí, pero…” Ves a los aguerridos defensores de Vox, del PP o incluso de Podemos, y parecen gladiadores jugándose la vida en la arena pública. No hay peros ni matices. Por el contrario, los socialistas defienden sus posiciones como de puntillas, poniéndole a todo un matiz.

Pues bien, la victoria de Sánchez en las elecciones generales, como señala Contreras, merece un elogio sin pero alguno.

Hace ahora cinco años Pedro Sánchez era un aventurero diputado socialista, desconocido por la población general, que había obtenido su escaño tras la renuncia de su anterior titular. Sin ningún apoyo inicial – el de algunos líderes territoriales, como Susana Díaz, vendría después– cogió su coche y se empeñó en reanimar a una militancia socialista deprimida, presentándose a unas elecciones primarias en las que compitió con Eduardo Madina y con José Antonio Pérez Tapias.

Las zancadillas empezaron a los pocos días de su elección como secretario general del PSOE, en el verano de 2014. Como yo recorrí parte de ese camino con él, y también me alejé de él en algún momento, puedo elogiar al presidente con cierta autoridad.

Como es muy reciente, no es necesario detallar el tortuoso camino que Sánchez recorrió hasta llegar a la Presidencia del Gobierno. Ataques despiadados de sus propios compañeros y de los medios de comunicación. Golpe de mano de la dirección de su propio partido y expulsión de facto de la Secretaría General. Gestora. Abandono del escaño. Silencio y desprecio de sus compañeras y compañeros, y particularmente de todos y cada uno de los líderes socialistas históricos, que se volcaron en el apoyo a Díaz. La travesía del desierto más árido.

Y el renacimiento: la militancia socialista asesta un duro golpe a la mayoría de los barones y baronesas torciendo democráticamente la voluntad de los cuadros, para reelegir al defenestrado líder y reponerlo en su cargo. Ni eso fue suficiente: los socialistas aún andaban convalecientes tras la crítica segunda Legislatura de Zapatero y las derrotas electorales subsiguientes. Ya se sabe que en la política, cuando solo pueden repartirse migajas, los interesados matan por ellas. Ahora lo experimentan el PP y, algo también, Podemos. Sánchez tuvo que recomponer un partido que se deshacía en las peores circunstancias posibles.

Cinco años después de su famosa ruta por las agrupaciones y habiendo resistido aquellos embates brutales, Pedro Sánchez es no sólo el presidente del Gobierno de España, sino también el líder socialista con mayor respeto por parte de sus colegas europeos. The Progressive Post, el órgano de difusión de las ideas y las novedades de la socialdemocracia europea, ha hecho esta misma semana un alto elogio del presidente.

El reconocimiento que Pedro Sánchez merece no sólo ha de venir por la evidente resistencia personal que exhibe. Ese es un mérito, pero al cabo un mérito menor. En mi opinión, Pedro Sánchez merece el elogio por haber gobernado España durante nueve meses en los que –superando errores menores iniciales de presidente recién llegado– a pesar de la debilidad parlamentaria y una oposición de la derecha agresiva y excesiva ha logrado al menos cinco cosas.

Ha ejecutado, a pesar de la debilidad parlamentaria de su partido y del bloqueo presupuestario, un programa nítidamente socialdemócrata. Subida del salario mínimo, vuelta a la universalidad de la sanidad pública, subidas de impuestos a los más ricos, ecologismo, feminismo, europeísmo convencido, recarga de la memoria histórica… Las medidas no gustan, como es natural, ni a los conservadores, ni tampoco a los comunistas. Pero no pretenden gustar a todos, precisamente porque son nítidamente socialdemócratas.

Segundo, ha mantenido un gobierno formado por personas preparadas, honradas, moderadas, nada excéntricas. Hubo dos dimisiones iniciales bien conocidas, pero es un hito que ninguna de las ministras, ninguno de los ministros, haya dado la nota de manera grave. En España, el Gobierno más corto de la historia, ha sido también el más discreto y el más bien avenido. Los errores han sido menores, especialmente en un contexto tan difícil.

Sánchez, en tercer lugar, ha gestionado con habilidad las casi imposibles relaciones con la actual Generalitat de Cataluña y con los independentistas en general. De nuevo, los conservadores y los fascistas pueden poner el grito en el cielo porque se recibe al president que entra en Moncloa con el lazo amarillo en la solapa, o porque se aceptan unas flores amarillas en la reunión de Barcelona. Pero eso forma parte del guión de quien sabe que tiene que tragar algunos sapos menores si quiere normalizar unas relaciones deterioradas y agotar –como hizo en su momento Zapatero con Ibarretxe– a su adversario por la fuerza de la legalidad y los hechos consumados.

Cuarto, Pedro Sánchez se ha hecho respetar como jefe de Gobierno por sus colegas del mundo. Hubo algo de sobreactuación inicial, pero hoy el presidente español es recibido con sumo respeto y admiración en cualquier lugar. Es el primer presidente que puede charlar con sus homólogos sin un intérprete al lado y proyecta la imagen de un país progresista políticamente rejuvenecido.  Para Europa, Pedro Sánchez es ya una referencia indiscutible.

Y quinto, Sánchez ha devuelto el orgullo y la esperanza a muchos progresistas que se fueron y ahora vuelven a casa. Los que le han dado una contundente victoria en las elecciones generales.

Los críticos de ayer deben reconocer que menospreciaron la capacidad de aprendizaje y de superación del presidente. No hablo de impresiones, de filias o fobias personales. Hablo de hechos. Pedro Sánchez, es un hecho, ha levantado a los socialistas españoles y les ha colocado en el mundo como un referente de progreso. Es esa la constatación quizá más evidente de que merece un elogio sin peros.

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