Me gusta todo de ti, pero tú no

Una reforma del mercado laboral que da estabilidad a los trabajadores, hecha con el consenso de sindicatos y patronal.

Un ingreso mínimo vital y una subida histórica del salario mínimo.

Una ley de muerte digna y una reforma de la de interrupción voluntaria del embarazo que cancela limitaciones previas en los derechos de las mujeres.

Una inyección de ayuda económica a las empresas para capear los desastrosos efectos de la pandemia, manejada con dignidad y con pericia, pese a las enormes dificultades.

Leyes en camino para el refuerzo de los derechos de las personas transexuales, para evitar las burbujas y los excesos en el mercado de la vivienda, para una educación de mayor calidad, para reivindicar la memoria de la represión franquista (además, la salida pacífica del dictador de su mausoleo vergonzante).

La pacificación del conflicto con el Gobierno independentista de la Generalitat, y también un refuerzo de las relaciones con nuestro vecino más problemático, Marruecos.

Una distribución transparente y ejemplar de los fondos habilitados por la Unión Europea que podrían suponer un salto de nuestra economía hacia vectores más productivos, como las energías verdes o la digitalización.

Un dificilísimo trabajo de orfebrería para mantener nuestro orden constitucional, protegiendo al rey, evitando tolerar las fechorías de su padre. 

Y así un listado impresionante de logros, todos y cada uno con un nítido perfil progresista, de un Gobierno que nació y se mantiene por un puñado de votos en el Congreso, y que a pesar de esa precariedad ha logrado, gracias a la denominada “geometría variable”, aprobar prácticamente cualquier cosa que se propusiera, incluyendo dos Presupuestos Generales del Estado. Es admirable la capacidad del presidente, de las ministras y los ministros, de los secretarios de Estado y subsecretarios y de los diputados socialistas para ponerse de acuerdo hoy con unos y mañana con otros (sí, incluso con Bildu y con Vox y, por supuesto, con sus socios de Unidas Podemos, no siembre fáciles), para sacar adelante iniciativas que serían imposibles en manos de dogmáticos o cobardes.

Sin embargo, las encuestas señalan que los socialistas podrían perder las elecciones, aunque esté lejos aún su celebración, en manos de una posible coalición de un PP decepcionado y que busca ahora su recolocación, y de una extrema derecha rampante, gamberra, insultona y desabrida.

La paradoja me recuerda a la hermosa canción de Serrat. El autor canta las cualidades a su amada: ojos de fiera en celo, la luna de la sonrisa, pómulos y nariz afilados, los modales de la piel, el talle de maniquí… Sin embargo, dice Joan Manuel, “Todo esconde un ‘no sé qué’. De los pies a la cabeza, me gustas, pero por piezas, te quiero, pero a pedazos. Me gusta todo de ti, pero tú no, tú no”. 

Es algo parecido lo que sucede con Sánchez y con los socialistas. Que contrasta con la sorprendente valoración que el público muestra hacia otros líderes políticos que pueden esgrimir muy pocos logros de gestión, o ninguno, pero generan verdaderas pasiones en sus públicos, como Díaz Ayuso, Santiago Abascal o la increíble Macarena Olona. Los tres son percutientes, desenfadados, divertidos incluso (se puede ser peligroso y divertido a la vez, por supuesto). Son ellos como el erizo de Esopo, tomado luego por Isaiah Berlin. El erizo no sabe de casi nada, pero sí sabe mucho de una cosa, que aplica de manera automática: erizar las púas. Su antítesis es el zorro, que conoce mil artimañas, pero resulta demasiado sofisticado y puede perderse en la elección.

Aprendiendo de la fábula, tiene uno a veces la sensación de que al trabajo titánico de un colectivo de miles de personas en las Administraciones y en la política, en los parlamentos y en los medios, estudiando y proponiendo, negociando con unos y con otros, le falta la épica defensiva del erizo. Si es cierto que hay una amenaza real de retroceso en derechos y servicios públicos, si de verdad podrían imponerse un pensamiento y unas prácticas reaccionarias, contrarias al sentimiento de la mayoría de los españoles que se consideran y son progresistas de corazón y de cabeza, entonces falta sacar las púas y pinchar con ellas al agresor. Como esos silenciosos animalitos, se puede ser pacífico pero contundente.

Buscamos narrativas simples, patrióticas e identitarias. No sólo gestores que resuelvan nuestros asuntos cotidianos. En la política no buscamos solo a los expertos, ni las soluciones más prácticas o convenientes, no solo “las cosas de comer”

Es una de las características de nuestro tiempo acelerado, polarizado, incierto y hedonista, que huye de la excesiva racionalización de los asuntos porque en mitad de la discusión puede venirte una pandemia, una guerra o una crisis: buscamos narrativas simples, patrióticas e identitarias. No sólo gestores que resuelvan nuestros asuntos cotidianos. En la política no buscamos solo a los expertos, ni las soluciones más prácticas o convenientes, no solo “las cosas de comer”. Estas son fundamentales, cómo no. Pero por encima de ellas necesitamos también una visión del mundo plena de emociones y de sentimientos. Y requerimos a los líderes que las defiendan con pasión. Necesitamos razón y técnica, pero también alma y pasión. La notable tarea del presidente y de su Gobierno se verá refrendada cuando la gente sienta que, más allá del listado impresionante de logros, lo que nos jugamos cuando toque es un país solidario, amable, moderado, progresista, de todas y todos, o bien un país en manos de patrioteros reaccionarios y egoístas. Suena simplista, pero básicamente es eso.

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