Desde la tramoya

Leopoldo López, tres años en prisión

Leopoldo López lleva tres años preso. Nadie, ni sus captores, niega ya que se trata de un preso político. Chávez lo inhabilitó para ejercer cargos públicos con acusaciones falsas que ni siquiera pudieron ser contrastadas en juicio justo. La Corte Interamericana de Derechos Humanos sentenció a favor de Leopoldo luego, y el Gobierno ignoró la decisión por completo. Sin esa inhabilitación, habría ganado las elecciones primarias de la oposición venezolana en 2012 y con seguridad habría ganado también a Chávez ese mismo año. Leopoldo suscitaba demasiada admiración y era por tanto demasiado peligroso para el chavismo. Por eso lo encarcelaron luego. Y por eso no pueden liberarlo, porque sería de inmediato el líder natural de la mayoría del país, que está harta de delincuencia, de escasez, de corrupción y de opresión política.

Lo que pasó desde entonces lo tenemos en la memoria reciente. Leopoldo López y su partido, Voluntad Popular, optaron por lo que llamaron "la salida". Ante el abuso constante del Gobierno venezolano, en manos de Maduro después de la muerte de Chávez, se fomentó la movilización en las calles. El trabajo institucional no bastaba porque el Gobierno aplicaba la más vergonzosa arbitrariedad en el trato a la oposición. Leopoldo llamó a la movilización pacífica. No hay ni una sola apelación a la violencia en las palabras del líder venezolano. Al contrario. Voluntad Popular es un movimiento joven, universitario, progresista, netamente democrático y pacífico, que luego se constituyó en partido político. Pero los chavistas son muy tramposos al endosar al adversario la violencia que ellos mismos ejercen. No tienen pudor en acusar a los discrepantes de cualquier cosa para detener y encarcelar a jóvenes manifestantes que no creen en esa fracasada "revolución" que ha llevado a Venezuela al desastre económico, social y político. En este momento hay más de cien presos políticos en el país, casi todos jóvenes. Otros muchos están exiliados en Estados Unidos o en España.

En las vísperas del acto que ha juntado - raro suceso - a Felipe González y a José María Aznar para recordar el tercer aniversario de la entrega voluntaria de Leopoldo y su encarcelamiento, Pablo Iglesias ha acusado a los dos expresidentes de "echar gasolina al fuego", y ha lamentado que Felipe se junte con "la extrema derecha" en la defensa de López.

A mí me parece que la causa de López ganaría si Aznar (y también Trump, que acaba de recibir a su esposa, Lilian Tintori), estuviera callado, pero a Pablo Iglesias habría que decirle que la causa de la libertad de Leopoldo y del centenar de presos políticos que Maduro tiene encerrados, tiene el apoyo de todas las fuerzas políticas españolas, menos la suya y las de la izquierda más radical y minoritaria. Y el apoyo de Naciones Unidas, de la Organización de Estados Americanos, de prácticamente toda América Latina, y de la Unión Europea casi al completo. La causa de la libertad en Venezuela ha suscitado la preocupación de la inmensa mayoría de la comunidad internacional.

Tanto Felipe González como José Luis Rodríguez Zapatero se han involucrado de distinta manera en la defensa de Leopoldo. También lo hizo Pedro Sánchez. Hubo un par de años lamentables en los que Rubalcaba y Elena Valenciano, responsable entonces de relaciones internacionales del PSOE, ignoraban al opositor venezolano, a pesar de los intentos de él por acercarse y por buscar el aval para que Voluntad Popular fuera reconocida en la Internacional Socialista. Pero luego, en Nueva York, en un acto parcialmente organizado por la Fundación Ideas, con presencia de Bill Clinton y Tony Blair, Leopoldo conoció a Felipe González, que desde entonces trabó una buena relación con él y con Lilian. En esos mismos días, Leopoldo conoció también a Tony Blair, y a un desconocido Manuel Valls.

Poco antes, Leopoldo López ya se había hecho una foto con Zapatero, a duras penas lograda burlando a los escoltas, en un acto de la española Fundación Internacional y para Iberoamérica de Administración y Políticas Públicas.

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Desde entonces, Felipe ha ayudado a López como abogado, y ha plantado cara más directamente al Gobierno de Maduro. Y Zapatero ha hecho esfuerzos (baldíos al final), junto con otros expresidentes latinoamericanos y el mismísimo Vaticano, para un entendimiento entre el Gobierno y la oposición venezolanos. El esfuerzo de Zapatero, no siempre comprendido, ha evitado con seguridad algún baño de sangre y ha logrado liberar a algunos presos. Sin embargo, se ha hecho evidente que con Maduro no se puede negociar absolutamente nada.

Sorprende, con todos estos antecedentes, que Iglesias siga justificando a Maduro, con su silencio o con la estúpida falacia según la cual todo el que está contra la dictadura chavista es de la extrema derecha. La cosa es tan sencilla como se ve. Podemos tuvo su origen en el CEPS, una organización universitaria que, al principio de buena fe, ayudó a la institucionalización del gobierno de Chávez, pero que luego se mantuvo de su lado, cuando la decrepitud del chavismo ya era evidente. Cobró legítimamente por servicios de asesoría. El CEPS - no todo él, pues algunos de sus fundadores y colaboradores se desmarcaron - siguió más tarde trabajando para el Gobierno, y llegó a tener despacho en Miraflores, que ocupaban Monedero y otros profesores.

Un partido que pretende colonizar el amplio espacio de la izquierda moderada en España no puede seguir justificando o soslayando la cárcel de Leopoldo y del resto de presos políticos venezolanos. La socialdemocracia está de enhorabuena por la constatación, una vez más, de lo obvio. Pablo Iglesias y el Podemos que se ratificó en sus posiciones el fin de semana pasado siguen siendo el viejo partido comunista en el que Pablo ya militaba antes de fundar Podemos. Al menos en esto no engañan.

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