A la mierda con la autoestima Luis García Montero

Uno sabe que nuestro cerebro nos lleva a ver lo que queremos ver y no necesariamente lo que es, y que no hay ámbito más ambiguo que el de la política democrática, en el que las cosas pueden ser de un modo o del contrario en función de cómo se enmarquen. Vale, es así; pero hay ocasiones en las que, por muy acostumbrados que estemos a los efectos ópticos, el ejercicio de interpretación parece grotesco. Y eso ha pasado con la entrevista que Pablo Motos hizo esta semana en El Hormiguero a Pedro Sánchez.
Sabemos que las tribus respectivas vemos la convocatoria según nos interesa, ya digo. Los progresistas vimos mayoritariamente al presidente del Gobierno solvente, educado, incisivo, simpático. Los conservadores vieron al Sánchez mentiroso, prepotente y maleducado que les repatea. Hasta ahí lo normal.
Lo que resulta alucinante es el increíble coro de analistas que una vez más se lanzaron a poner a parir no ya solo a Pedro Sánchez, sino al propio Pablo Motos. Desde el comienzo de la entrevista, en las redes sociales y luego en sus tribunas y tertulias, gentes como el inefable Antonio Caño se dedicaron a insultar al entrevistador, que el entrevistado ya venía insultado de casa y también volvió a recibir lo suyo. Así Caño poco menos que pidió a Motos que ahogara al presidente del Gobierno allí en directo delante de las hormigas. O el igualmente periodista-ahora-consultor José Antonio Zarzalejos, que dijo que Motos estaba falto de idoneidad para la entrevista (que sin embargo sí la tuvo para entrevistar a Feijóo al día siguiente, qué cosas). Esa fue la línea que siguieron la decena y media de analistas y tertulianos conservadores que comentaron la entrevista al día siguiente. El odio de esos periodistas y opinantes hacia Pedro Sánchez llega al punto de convertir en cómplice de sus supuestas tropelías a todo aquel que no se sume al akelarre contra el presidente del Gobierno. Y como Sánchez estuvo bien ante las cámaras, pues habrá que mandar a la hoguera también a quien se supone que le dejó escapar indemne…
Son ellos mismos los que, cómo no, también le han afeado al presidente que se dedique ahora a ir de un plató de televisión a otro contando su versión de las cosas. Da igual lo que haga Sánchez. Da igual que el país esté razonablemente bien tomando dato sobre dato. Aunque las iniciativas que ha desarrollado hayan sido nítidamente sociales y alineadas con la mayoría, da igual. Si va a la tele, mal. Si no va, también.
Es evidente que Pedro Sánchez está haciendo bien en ir a los lugares en los que está la gente, como los programas de Motos o Ana Rosa, ahora que tiene que contar su narrativa preferida: la de la resistencia
Sánchez fue a El Hormiguero de Motos hace ya nueve años, recién elegido secretario general del PSOE, y los conservadores le criticaron por ello (también le insultaron por llamar a Jorge Javier Vázquez para desmentir que el PSOE defendiera el lanceo del Toro de la Vega mientras hacía Sálvame). Volvió a El Hormiguero dos veces más, cuando ya era normal que pasaran por aquella mesa los políticos, y las críticas ya desaparecieron. Que un político fuera a El Hormiguero estaba mal… pero solo si lo hacía Pedro Sánchez.
Es comprensible que un político decida no ir a los lugares en los que habitualmente se le maltrata, y por eso no le hemos visto con Motos, con Alsina o con Ana Rosa en los últimos tiempos. Hay quien dice que tenía que haber ido antes. El mismo presidente ha reconocido que tardó en ver el efecto que estaba teniendo eso que se ha denominado “el sanchismo”, una ola de odio personal hacia él que ha ido erosionando su reputación de manera desproporcionada.
Pero es evidente que está haciendo bien en ir a los lugares en los que está la gente, ahora que tiene que contar su narrativa preferida: la de la resistencia. Para buena parte de la población, que podría temer la llegada de la derecha de la mano de los ultras al Gobierno del país, es motivador ver al presidente candidato defendiendo su posición. De algún modo es la vuelta al político aquel de 2014, cuya principal misión era hacer calle, calle y calle, reanimando al PSOE después de la pérdida del Gobierno. Él se encuentra bien en ese papel , el del político de hace una década, con camisa blanca remangada y que recorría el país en su propio coche para convencer al personal. Lo hizo en 2014 y volvió a hacerlo en 2017, tras dimitir y volver a ganar unas elecciones primarias. Si pierde el Gobierno en julio, nadie podrá decir que no lo intentó. Quizá esa cualidad la reconozca hasta la legión de conservadores que tanta manía le tienen: Sánchez no se pliega y es tenaz como pocos.
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