La voz y el poder

Está en la naturaleza. El macho alfa en las manadas de lobos aúlla por la tarde llamando a la caza y por la mañana para preparar el día. El resto de los lobos ajusta el volumen y el tono de su aullido al del líder. En muchas especies sociales sucede lo mismo: sean delfines, simios o buitres, los animales marcan su estatus a través de la voz, que se vuelve más dominante entre los individuos situados más alto en la jerarquía social.

Entre los seres humanos también sucede. La primera violín de una orquesta es la que fija en el último segundo el criterio de afinación de los demás músicos. El líder o la líder habla el primero o, más probablemente, tiene la última palabra. Se guarda silencio hasta que comienza, al aplaudir los seguidores se ponen en pie. El sonido es uno de los fenómenos físicos que señalan el estatus en una sociedad, marcando las fronteras entre los dominantes y los subordinados (utilizando la jerga de la etología animal).

En un estudio fascinante de los años 90, Standford Gregory, uno de los mayores especialistas en la materia, observó cómo los invitados al programa de noche de Larry King interactuaban con el entrevistador con su voz. Y demostró que aquellos con menor percepción de estatus, como el poco vigoroso vicepresidente Dan Quayle, ajustaban su tono al del carismático presentador. Por el contrario, ante entrevistados de mayor peso, como Bill Clinton o George Bush o Liz Taylor, era el anfitrión quien ajustaba su tono al de los invitados. Después, el mismo investigador fue capaz de demostrar que en todos los debates presidenciales estadounidenses entre 1960 y 2000, el candidato que impuso su voz fue el que obtuvo mejor resultado en el voto popular el día de las elecciones.

Las intervenciones de aquellos líderes míticos de la Transición (...) tenían un eco inmediato y unívoco que llegaba a millones de ciudadanos a la vez y en ciclos mucho más lentos que las espasmódicas frecuencias de hoy

Los resultados avalaban una vez más la denominada Teoría de la Acomodación de la Comunicación: la voz es un importante elemento de estatus social y los humanos –como en un nivel más primario otros animales– adaptan el tono y el volumen de su voz, muchas veces de manera inconsciente, en función de su lugar percibido en la escala social.

Viene esto a cuento de la presentación, este próximo miércoles, en el Ateneo de Madrid, del archivo sonoro de la Fundación Felipe González, que recoge gran parte de sus intervenciones ante los medios de comunicación, en el parlamento o en actos del Partido Socialista. En los años 80, época en la que Felipe González logró cotas de popularidad que nunca han sido superadas por ningún otro líder político español, recordamos los mayores las voces inconfundibles de Suárez –grave, solemne y formal–, la de Carrillo –cascada y pausada–, la de Fraga –más aguda y acelerada, a veces incomprensible– o la del propio González –también grave, pero mucho más joven y con aquel inseparable acento andaluz que mantiene–.

Eran voces infinitamente más impactantes que las de hoy, porque contaban tan solo con una decena de púlpitos en los que proyectarse (un único canal de televisión y tres o cuatro cadenas de radio, nada más). Las intervenciones de aquellos líderes míticos de la Transición (también Roca, Arzalluz, Tarradellas o Pujol) tenían un eco inmediato y unívoco que llegaba a millones de ciudadanos a la vez y en ciclos mucho más lentos que las espasmódicas frecuencias de hoy.

Uno se pregunta cuánto habría durado el liderazgo de un personaje siniestro como Francisco Franco, con su vocecita aflautada y triste, si se hubiera sometido alguna vez a la aprobación popular. Quizá por eso a Franco no le gustaba hablar para la radio y menos aún, ya mayor, para la televisión. Él temía que los utensilios de la comunicación de masas fueran una peligrosa vía de entrada de ideas sucias y habría preferido sin duda un país aislado de las influencias externas. Pero era con seguridad también consciente de la escasa fuerza de su porte y de su voz, por lo que tuvo que afanarse en la construcción propagandística de un supuesto héroe de guerra, salvador de la patria. Compitiendo hoy en día en democracia, aquel pequeño y sanguinario dictador no habría durado ni medio telediario.  

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