Zelenski y Churchill

Algunos espectadores generosos calificarían a Volodímir Zelenski como “el Churchill” de Kiev: en su comportamiento y en su porte, como el prototipo del líder de un pueblo que resiste ante el invasor. La narrativa épica de la defensa de Ucrania recuerda a la llamada del primer ministro británico contra el acoso nazi: “Lucharemos en las playas, lucharemos en las pistas de aterrizaje, lucharemos en los campos y en las calles, lucharemos en las colinas, ¡nunca nos rendiremos!”.

Ha sido el propio presidente ucraniano quien ha generado esa evocación del gran protagonista inglés de la II Guerra Mundial cuando hace diez días se dirigía al Parlamento británico con una versión de esas históricas palabras: “No nos rendiremos y no perderemos. Lucharemos hasta el final, en el mar, en el aire. Seguiremos luchando por nuestra tierra, cueste lo que cueste. Lucharemos en los bosques, en los campos, en las costas, en las calles”, arengó Zelenski.

Habrá que confiar, por supuesto, en que las consecuencias de la invasión por parte de Putin no deriven en la III Guerra Mundial. La historia demuestra que cualquier acontecimiento inesperado, por pequeño que sea, puede alterar el orden de las cosas y derivar en tragedia. Pero identificar a Putin con Hitler, la Rusia de hoy con la Alemania de los años 40 y las relaciones internacionales actuales con las de la primera mitad del siglo XX resulta precipitado.

Zelenski cuenta con su escenografía que se ha quedado luchando, ensuciándose de barro, fusil en mano. Y es así como un líder improbable, desconocido para el mundo, se ha convertido en un héroe mundial (no sabemos cuán efímero, pero héroe al fin)

Pero sí sentimos muchos hacia Zelenski esa empatía natural que nos suscita David con su victoria sobre Goliat, en el relato bíblico. Zelenski acompaña sus referencias bélicas históricas ante los aliados internacionales de grandeza churchiliana, con una puesta en escena de soldado: camisetas verdes militares, botas de campaña, mesas de tijera en lugares remotos y secretos, como si fuera al lado de la trinchera. Cualquier otro se habría ido al exilio, o habría mantenido la corbata puesta, pero Zelenski cuenta con su escenografía que se ha quedado luchando, ensuciándose de barro, fusil en mano. Y es así como un líder improbable, desconocido para el mundo, se ha convertido en un héroe mundial (no sabemos cuán efímero, pero héroe al fin).

No todo es contextual ni forzado por la guerra en la comunicación de Zelenski, porque a diferencia de Churchill, que sí era militar y había servido en las filas británicas antes de ser miembro del Parlamento y primer ministro, el ucranio es actor y productor audiovisual. Su vida en ese sentido –y salvando todas las distancias de carácter, morales y de estilo– se parece más a la de Reagan (actor como él), a la de Berlusconi (magnate de la producción) o incluso a la de Donald Trump (un mago de la televisión y la promoción).

El joven presidente, de 44 años, produjo y protagonizó una serie satírica llamada Servidor del Pueblo. Mientras se veía la serie, que tuvo un notable éxito de audiencia, su productora conformó un partido político con ese mismo nombre. En tan solo cuatro años, desde el estreno de la película hasta el anuncio de su candidatura, en 2019, Zelenski pasó de la pantalla al escenario real de la política. Y ganó con tres de cada cuatro votos. Su campaña priorizó paradójicamente las redes sociales y evitó a los medios convencionales del establishment, y cuando formó Gobierno prefirió contar con sus compañeros de profesión, orillando a los políticos tradicionales del país.

De modo que Zelenski es un curioso caso que mezcla la comunicación de emergencia –frenética, improvisada, instantánea– con el instinto de un actor y productor audiovisual, que parece intuir muy bien los resortes de la publicidad y de la opinión pública. Es indudable que eso le está ayudando como protagonista sobrevenido en la dramática lucha, en las dos acepciones del término, por la libertad de su pueblo. Lo que es más que dudoso es que el desempeño brillante de su papel como líder nacional vaya a bastarle. Su éxito final depende del resto del mundo. Y el mundo no quiere volver a los años de Churchill.

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