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El Ojo Público

24 Horas y Telemadrid, muy bien; La Sexta, más vale tarde; La 1, retraso culpable

Jaime Olmo nueva.

El asalto al Parlamento de Estados Unidos irrumpió en las televisiones no mucho antes del inicio de los primeros informativos. Pronto se vio que se trataba de un acontecimiento de extraordinaria importancia, más allá del campo político, más allá del propio país donde se producía. Tenía, además, una imagen poderosa, con miles y miles de protagonistas moviéndose en un marco de película; se sumaba el hecho de que era una acción en movimiento y de final absolutamente abierto. Al margen de tratarse de unos hechos trascendentes, con consecuencias difíciles de prever, desde el terreno estrictamente televisivo la concentración, y el posterior asalto a ese símbolo de la democracia, convirtieron las emisiones de las grandes cadenas del mundo en un monográfico que seguía minuto a minuto los acontecimientos, con transmisiones prolongadas durante muchas horas. 

En el caso de España, La Sexta fue la primera que se centraba en el asunto en su informativo de las 20.30. Con los medios de que disponía en esos momentos, el espacio fue una mezcla del minutado previsto para una jornada llena de noticias (Pascua Militar, festividad del día, sorteo del Niño, la omnipresente pandemia, o la ola de frío), y la atención a lo que se iba convirtiendo en el impacto informativo de la jornada. Conviene destacar el comportamiento de la autonómica Telemadrid, que iniciaba su noticiario a la misma hora que la anterior y prolongaba su duración durante varias horas más. Fiel a su recobrado espíritu de servicio público, y con los medios a su alcance, acompañaba a sus espectadores hasta el final del día con cada noticia del desarrollo de la tarde en Washington.

El otro gran ejemplo de servicio público puro y duro residía en el Canal 24 Horas. Habitual —e injustamente— poco seguida, la cadena de información continuada de TVE respondía con gallardía al reto; desde las ocho y media hasta bien entrada la madrugada, Diego Losada en la presentación se mantenía sin una vacilación a cada conexión a cada imagen en directo. Ahí, en esas largas horas llenas de contenido de interés, TVE demostraba —una vez más— su gran potencial humano en el ámbito de la información internacional: Cristina Olea, in situ; Anna Bosch, al teléfono; pronto se incorporaba al estudio Lorenzo Milá, corresponsal en EEUU durante un largo periodo; por último, y cuando la emisión se duplicó en La 1, al filo de la una de la madrugada, se sumó el anterior corresponsal en la capital americana, Carlos Franganillo. Cristina ofrecía la descripción de lo que estábamos viendo, situada al lado de los hechos; sus tres compañeros aportaban el análisis, el contexto, los precedentes y posibles consecuencias. Y qué decir de Diego Losada en el papel más difícil, por calado y duración, que había tenido hasta ahora. Pues quizás la mejor descripción es que fue el conductor de la tarde y noche; que manejó con solvencia su papel, rodeado de profesionales contrastados, veteranos con mayor experiencia e historial, supo repartir juego, intervenir con prontitud, mantener el ritmo televisivo. Desde mi punto de vista, uno de los grandes protagonistas de la transmisión. 

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Junto a los aciertos, los errores: a TVE le faltó cintura y valentía para olvidar la cuota de pantalla, aplazar a otro momento la emisión de MasterChef, y apostar de manera decidida por el servicio público. TVE tiene medios y personal para haber enlazado el Telediario 2 con el relato de unos acontecimientos que mantenían en vilo a buena parte del mundo, y merecían ser emitidos por la La 1, su principal cadena. Por fin, a eso de las 12.45 se decidió a continuar ahí. Mejor es corregir que persistir en el error. 

En el caso de La Sexta, debieron pensar en el título de uno de sus programas diarios, "Más vale tarde". Así, al borde de las once de la noche, situaba ante las cámaras a su presentador estrella, Antonio García Ferreras. Recuperaba así el carácter de "la información es nuestro ADN". Sin las figuras consagradas de TVE, Ferreras se lanzó a competir con todos los medios posibles, y su convicción desde que dirige la cadena.

De Antena 3 y Telecinco, nada que resaltar; fieles a su denominación de "cadenas comerciales", no alteraron su programación ni sus perspectivas de negocio. Quizás debieran considerar alguna vez que la televisión en España se define como servicio público, por más que disfruten de una concesión privada.

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