En Transición
Cuanta más sangre cae, más ovación
"Cuanta más sangre cae, más ovación". Este verso de La fiesta nacional de Mecano describe muy bien la actualidad política española. En la sociedad del espectáculo que analizó Debord en el año 67, el espacio público era de quien consiguiera atraer la atención de la ciudadanía. Hoy, mientras recibimos cada día decenas de miles de impactos comunicativos, la competición se ha recrudecido, y en el mismo escenario, con similares formas, juegan el frívolo cotilleo del papel couché y la política, el famoseo banal y los grandes golpes de efecto electoral. Nada queda al margen. La política, tampoco. El gran experto en la materia, Boris Izaguirre, se ha dado cuenta y lo resume así de bien en este artículo: "Los nuevos famosos y los nuevos contenidos son los políticos". Ahí es nada.
Puestos a jugar al espectáculo, es necesario entender sus reglas. Pudiera pensarse que están basadas en la frivolidad, instantes de gloria y fugacidad, pero nada más lejos. Al igual que un personaje de la prensa rosa va adquiriendo unos perfiles que arrastrará para bien o para mal cuanto dure su reinado, los liderazgos políticos y sus discursos, una vez que salen a escena, comienzan a rodar. Si consiguen alcanzar la masa crítica necesaria, ya no habrá marcha atrás. La democracia de audiencia de Manin, en la que el político se relaciona directamente con la ciudadanía a través no del partido, —cuya acta de defunción llevamos firmando un tiempo–, sino de los medios y redes, encaja muy bien en este marco.
Hace años que se comprueba en Cataluña. Cuando independentistas y quienes no lo son azuzaban el conflicto con discursos extremos hasta llevarlo a un callejón sin salida, estaban cerrando las puertas a una solución del problema a medio plazo. En los gritos de "butifler" que le lanzaron a Rufián en una de las noches de incidentes más duras en Barcelona tras la sentencia del procés, quedó claro que sería muy difícil que nadie pudiera moverse de la posición. Esta misma lógica operó después en el Gobierno catalán y sigue manifestándose en las dificultades que ERC y Junts tienen para formar un nuevo Ejecutivo conjunto, con las CUP concediendo certificados de pureza soberanista. Tras haber azuzado y extremado el espectáculo independentista durante años, ¿quién es capaz ahora de reconocer que todo fue un sueño y que es preciso usar el diálogo, volver a la casilla de salida y establecer un nuevo ámbito de debate y una nueva formulación democrática para salir de la trampa?.
También Podemos está siendo víctima de sus proclamas hiperbólicas. Conforme ha ido alcanzando mayores cotas de poder y responsabilidad institucional, ha empeorado sus resultados, entre otras cosas —y no sólo por eso, pero también por eso— por no ser capaz de modular el discurso a la realidad compleja, poliédrica y contradictoria de la gestión. Iglesias lo sabe, y esta certeza no es ajena a su sorprendente decisión de abandonar la Vicepresidencia del Gobierno de España para salvar a la izquierda en la Comunidad de Madrid. Sabe que desde el partido le será más fácil retomar ese espíritu del 15M que muchos le acusan de haber perdido por el camino. No es casualidad que la de la vivienda, razón de ser de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca que jugó un papel crucial en el estallido de la indignación, haya sido la primera bandera que enarbola tras anunciar el abandono de la Vicepresidencia.
En el PSOE de Madrid conocen estas dinámicas imparables, y han decidido hacer de la necesidad virtud en este vídeo en el que Ángel Gabilondo muestra las ventajas de ser "soso, serio y formal". En la Cataluña post-procés, con las encuestas mostrando el agotamiento de una parte de la población, la apuesta independentista no salió mal en términos relativos, aunque la polarización provocó una desmovilización electoral que hace relativizar todos los análisis. ¿Ocurrirá lo mismo en la histriónica campaña madrileña?
En el ámbito conservador esta máxima está operando a toda máquina. Ciudadanos ha sido el primero en sufrirla. El abandono de la posición de bisagra con la que nació le llevó a perder 2.500.000 votos en la repetición electoral del 10 de noviembre de 2019. Los que le quedan son los fieles al discurso conservador de Rivera, por lo que difícilmente comprenderán y acompañarán el giro brusco, arriesgado y torpemente ejecutado de Inés Arrimadas. Nuevamente, un callejón sin salida.
¿Cuánto nos va a costar Madrid?
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Los próximos capítulos los veremos en las relaciones entre el Partido Popular y Vox. Una vez lanzados sucesivos discursos incendiarios y profundamente conservadores, a Pablo Casado no le ha sido posible encontrar el centro, suponiendo que alguna vez en verdad se haya dispuesto a buscarlo. Lejos quedó su movimiento para dar un giro hacia la moderación cesando a Cayetana Álvarez de Toledo y poniendo a Cuca Gamarra de portavoz parlamentaria, y apenas ha tenido recorrido alguno el discurso del líder popular en la moción de censura presentada por Abascal, distanciándose de la ultraderecha. Desatada la demagogia, el público afecto quiere más. Los meses de blanqueo del PP hacia Vox, y una hábil campaña comunicativa de la ultraderecha, han allanado el camino al reencuentro de las dos almas conservadoras. En unos días veremos en Murcia a consejeros procedentes de Vox, abriendo así las puertas a un movimiento similar en Madrid.
Las palabras importan, y los argumentos, relatos y narrativas van haciendo mella en la sociedad. Lanzados al espacio público, son capaces de lo mejor y lo peor. De ahí la importancia de estar continuamente analizándolos y ver hacia dónde se dirigen y nos dirigen. Pero cuidado con los discursos cuya única lógica es el extremismo sin límites. Porque es un camino que ya no tiene retorno.
Un ejemplo reciente: se empieza tratando a las ONG como "chiringuitos" y se acaba atacando la sede de Greenpeace, que aparece llena de esvásticas y proclamas nazis. Cualquier demócrata debería darse cuenta de las consecuencias.