Urge que la derecha encuentre una salida

Aunque a algunos no les guste, los británicos siguen siendo bastante europeos. Las seis semanas que ha durado Liz Truss como primera ministra simbolizan a la perfección la crisis de ideas, propuestas y alternativas que tiene hoy la derecha.

Se puede debatir si a la primera ministra británica la han defenestrado los suyos o los mercados, pero más allá de cómo haya gestionado sus seis semanas de gloria lo que ha exhibido en el fondo ha sido una auténtica falta de propuestas capaces de hacer frente a una inflación de más del 10%, a los efectos de la guerra en Ucrania, y a un descontento creciente de la población. Liz Truss pretendió soplar y sorber, rebajar impuestos e incrementar medidas de protección. El traje neoliberal —de por sí raquítico y ajeno a las medidas de la ciudadanía promedio— se quedó estrecho y sus costuras se abrieron.

Esta debilidad de los conservadores cruza el Canal de la Mancha y se extiende por el continente europeo. El gobierno que lidera Meloni se dice de “centro derecha” y sitúa en la posición de centro nada menos que a Berlusconi. Pese a las peculiaridades que siempre ha tenido la política Italiana, no puede obviarse la pregunta: ¿qué les pasó a los demócratacristianos para ser barridos por este vendaval derechista y ultraderechista? Por si acaso, lo primero que ha hecho la primera ministra ha sido dejar claro su adhesión a Europa, o mejor dicho, a unos fondos europeos —Italia es la primera receptora de programas Next Generation— claves para Italia. Las visiones críticas sobre la UE se han esfumado al calor de estos fondos. Su programa económico, como se refleja aquí, es de una ambigüedad que hace difícil prever por dónde irá, pero vuelve a caer en la trampa de querer, al mismo tiempo, bajar impuestos y subir prestaciones sociales. En cualquier caso, hoy Meloni, ayer Salvini, y antes Berlusconi, no dejan de ser fruto del fracaso de la democracia cristiana.

Se podría seguir el recorrido por una Suecia, la de Olof Palme, donde la ultraderecha ha irrumpido con fuerza, o por la Francia echada a la calle frente a un Macron que recurre a un decreto para aprobar los presupuestos. En el fondo, lo que subyace a estos fenómenos —con sus peculiaridades en cada caso— es la ausencia de un programa liberal capaz de dar respuesta a la situación de economía de guerra que, queramos o no, empezamos a vivir. Pudiera ser que al electorado europeo le llegue sonar bien la deserción fiscal de sus respectivos estados, e incluso que le convenzan de que los más ricos deben vivir al margen de la solidaridad social establecida, pero no va a admitir que su bienestar se resienta por falta de recursos públicos.   

Tanto la caída de la británica Truss como el embarullado nacimiento del nuevo Gobierno italiano han descolocado los argumentarios de las derechas hispanas

España no queda al margen de esto. De ahí la ausencia de propuestas viables y realistas del Partido Popular a la hora de plantear salidas a la crisis energética, que fue lo que acabó liando a Feijóo en relación con lo que dijo o no dijo a Von der Leyen acerca de la excepción ibérica, o su carencia de un programa mínimamente coherente destinado a mantener y mejorar la calidad de los servicios públicos; por no hablar de cómo sostener las medidas de protección social en este momento, cuando no sabemos hasta dónde puede llegar el límite de la vulnerabilidad. Tanto la caída de la británica Truss como el embarullado nacimiento del nuevo Gobierno italiano han descolocado los argumentarios de las derechas hispanas. Sus think tanks y terminales mediáticas están intentando desesperadamente reducir los daños. Jesús Maraña lo explica con detalle aquí mostrando cómo Feijóo busca una salida al laberinto. Junto a Feijóo, otras derechas europeas también la están buscando, y urge que la encuentren. De la norteamericana, salvando las distancia, podrían decirse cosas muy parecidas en grado superlativo. El trumpismo ha colonizado a un partido republicano que tiene mucho más complicado encontrar esas salidas.

La pasada semana tuvieron lugar en Soria los II Encuentros de El día después: Hacia un nuevo contrato social. Una treintena de ponentes de todas las edades debatieron cómo debería ser hoy un contrato social capaz de hacer frente a los desafíos del momento. Como recordaba Antón Costas, el contrato social es ese pegamento que mantiene unidas y cohesionadas a las sociedades, y su mayor amenaza es el disolvente corrosivo que supone la desigualdad. Ésta, agravada por la crisis climática, es la principal tarea a la que tanto derechas como izquierdas deben hacer frente. Para los progresistas es un terreno propio y un lugar donde, con todas las críticas y mejoras necesarias, se sienten cómodos. Para los conservadores, algo todavía por entender. Necesitamos que lo hagan cuanto antes.

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